Capítulo 6: Hacemos lo que debemos

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Martillo era una mujer a la que convenía conservar como aliada. Su aspecto físico ya era suficientemente imponente como para hacerse respetar, con sus brazos musculosos que parecían troncos de árboles y sus casi dos metros de altura, pero su mayor arma no eran aquellos músculos remarcados luchando por atravesar la piel de sus brazos tatuados con símbolos tribales, ni sus manos enormes, ni tan siquiera el colosal martillo que era casi tan grande como ella, el cual ahora reposaba a un lado de su asiento apoyado contra la pared. Cualquiera que la conociese respondería que su mayor virtud era su inteligencia. Estaba bien curtida en el arte de la táctica y la estrategia, y gracias a ello consiguió reagrupar a miles de soldados desesperados y confusos y hacerlos trabajar juntos como si fuesen engranajes de un sistema mecánico complejo en mitad del caos durante el intento de invasión de NeoLab. Tras obrar aquel milagro, decían, ya no quedaba nada que fuese un desafío para la nueva líder de la Última Legión. Demostró, delante de los recién llegados, su buen juicio al recibirles con imparcialidad para escuchar lo que tenían que ofrecer. Ellos eran unos indeseables a ojos de los habitantes de Malpaís, donde cualquiera habría pagado con tal de tener el privilegio de separar sus cabezas de sus cuerpos. Cualquier otro líder habría satisfecho los deseos de sus súbditos arrojando al grupo a los leones, pero Martillo era diferente a cualquier otro líder que hubiese visto la Última Legión.

Durante largos minutos escuchó con atención las explicaciones de Ada, meditando sin mediar una sola palabra y sin mostrar ninguna emoción ante lo que estaba escuchando. Su rostro conservaba una expresión neutra mientras analizaba cada palabra que salía de su boca. Aquella mujer imponente, de pelo rojizo y rapado por su derecha y con una armadura hecha con pequeñas placas de aluminio cubriendo su torso, la cual podría sobrar porque parecía que las balas pudiesen rebotar contra su piel, parecía una estatua escuchando a la chica. Escuchó pacientemente cómo le hablaba acerca de la ubicación de NeoLab, sobre sus medidas de seguridad, dónde guardaban la información más importante de la organización, cómo funcionaba aquel edificio... En definitiva, estuvo un buen rato explicando una forma de infiltrarse dentro de la sede de NeoLab para recabar toda la información que quisieran.

-Los cambios de guardia son cada cuatro horas, por lo que habría que darse prisa para entrar y salir antes de que los guardias del nuevo turno descubran que han desaparecido sus compañeros-terminaba de explicar Ada con una seriedad que contrastaba con su aspecto infantil-. Aunque, en teoría, salvo que haya algún contratiempo...

-Todo lo que me estás contando tiene lógica-interrumpió Martillo con voz grave y reverberante-, pero no tengo ninguna garantía de que sea cierto. Primero, no sé de dónde has sacado toda esa información ni cómo me explicarías que conozcas tan bien ese sitio, y, segundo, aunque consiguieras convencerme de que esa información es fiable nadie me asegura de que todo esto sea una trampa.

-Si quisiéramos tender una trampa a la Legión buscaríamos un método más factible y seguro que meternos en la boca del lobo-replicó Eric con tranquilidad-. Entiendo tu desconfianza, somos cuatro traidores y una niña vendiéndoos la moto de que podéis entrar en NeoLab como si fuese vuestra casa y llevaros de ahí toda la información que queráis, pero es imposible que una trampa así pudiera funcionar. Estamos hablando de una misión de infiltración, no de una ofensiva a gran escala, que sería lo que haría falta para aniquilar a NeoLab, por lo que no tienes nada grave que perder si la misión sale mal. No vas a enviar a todo el grueso de tu ejército a infiltrarse en su sede, ni siquiera te vas a presentar en persona para corroborar lo que te ha dicho. En su lugar enviarás a un par de soldados que no echarás de menos si se pierden-por primera vez, Martillo mostró algo de interés en lo que estaba escuchando. Se notaba, por su forma de hablar y de analizar la información que había sobre la mesa, que Eric había sido uno de los generales de Malpaís antes de abandonar.

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