Capítulo 2: La caravana

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La famosa caravana resultó ser una furgoneta cochambrosa que parecía que se caería a pedazos solo con mirarla. Viendo su aspecto cualquiera hubiese dicho que todavía funcionase, y estaba claro que había vivido días mejores en una época bastante lejana ya. Nika le comentó a Ada por el camino que se trataban de un grupo de cuatro amigos, dos chicas y dos chicos, que se dedicaban a recorrer el yermo en aquella furgoneta haciendo recados a quienes lo necesitaban. A veces se dedicaban a cazar criaturas salvajes que pudieran ser una amenaza para los asentamientos, otras veces hacían de escolta para caravanas cargadas de provisiones de un asentamiento a otro, y otras tantas de mensajeros repartiendo paquetes de todo tipo. Sobre esto último daba igual lo que tuvieran que entregar, necesitaban sobrevivir y cualquier encargo era siempre bien recibido y apreciado. Lo único que les hacía rechazar un trabajo era su código moral: nunca aceptaban encargos en los que tuvieran que asesinar o saquear algo, no eran sicarios ni saqueadores.

Durante casi una hora, lo que duró el trayecto hasta la caravana, Nika no paró de hablar sobre los encargos que hacían, y Ada escuchaba con gran atención cada una de sus anécdotas. Como francotiradora de aquella organización sus únicos encargos eran para cazar o para librar alguna guerra entre facciones, y aunque las primeras eran muy similares a las que contó Nika, Ada las vivió de una forma muy distinta. No cabía esa camaradería en sus misiones y siempre seguían tácticas que hicieran el trabajo más rápido y eficaz. No se hablaba de otra cosa que no fuera posicionamiento sobre el terreno y estrategias a seguir, y eso era bastante aburrido. Las cacerías, tal y como las presentaba aquella chica desconocida, eran mucho más divertidas y emocionantes que como las conocía ella. La joven francotiradora estaba tan absorta en las anécdotas de Nika que no abrió la boca en ningún momento, salvo para mostrar un sincero asombro, hasta llegar a la caravana.

Y ahí estaban al fin, frente a una destartalada furgoneta aparcada junto a una casa de dos pisos en ruinas a la que le faltaban algunas paredes y parte del techo y cuyas ventanas carecían de cristales. Cerca de la furgoneta no había nadie por lo que Ada supuso que habrían aprovechado las ruinas para hacer un improvisado refugio temporal. Nika se lo confirmó cuando se acercó a la puerta y, en vez de golpear con los nudillos, alzó la voz para llamar a quienes estaban dentro.

-¡Eh, chicos, mirad lo que he encontrado!

-¡Guay, una chica más en el grupo! ¡Ahora sí somos mayoría!-exclamó entusiasmada varios segundos después una chica joven asomada por uno de los ventanales del piso de arriba. Su pelo, castaño oscuro, era largo y colgaba tras su espalda, tenía los ojos violetas, aunque su rasgo más distintivo no era su color sino que sus pupilas no eran redondeadas sino rasgadas en vertical, como los ojos de un gato, y en sus mejillas habían dibujadas dos franjas horizontales en forma de triángulos a cada lado, de color rosa tirando a lila, apuntando hacia la nariz-. ¿Nos la podemos quedar?

-¡Ni que fuese un animal de compañía!-gruñó una voz grave y ronca. De la planta baja había salido por la puerta un hombre bastante alto y corpulento cuya piel parecía bastante áspera a simple vista. Su tez era morena, sus ojos marrones y su pelo, corto, negro. Y tenía un rostro bastante desagradable a la vista.

-¿Y si yo quiero una mascota qué?-refunfuñó la primera chica, volviendo a esconderse en la habitación.

-Perdónala, esa chica está un poco... loca-la excusó el hombretón tendiéndole una mano gigante-. Me llamo Xander, ¿cómo te llamas tú?

A pesar de la amabilidad de Xander, su aspecto imponente causaba miedo en Ada, para quien todavía era un completo desconocido, y, presa del miedo, buscó la protección de Nika escondiéndose detrás de ella, abrazando su peluche. El gigante se quedó perplejo ante su reacción y apartó la mano rápidamente.

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