Muñeca

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—¿Es verdad que tienes veintidós? —le preguntó curioso, mientras tomaba un poco de verduras asadas en su tenedor.

Ella asintió con la cabeza, mientras comía un poco de espaguetis, haciéndolo reír.

—Lo siento —sonrió tímida, limpiándose los labios—. Sí, tengo veintidós ¿Por qué lo preguntas? ¿Parezco más grande?

—No, todo lo contrario, pareces más joven. No lo sé, quince o dieciséis tal vez.

—Ah... Pues no, tengo veintidós —sonrió, pinchando una mini albóndiga—. ¿Y tú cuántos años tienes, Bastien?

—Treinta seis, en dos meses cumplo los treinta y siete.

—¿Y estás casado? Porque no vi que llevaras anillo.

—No, nunca me casé, pero si tengo un hijo. Su nombre es Luke, tiene siete años.

—Que lindo, entonces vives en pareja ¿Cómo se le dice? ¿Concubinato?

—Tampoco —sonrió tomando su copa de vino blanco, dándole un sorbo—. No estoy en pareja con la mamá de mí hijo, estoy soltero.

—¿Soltero? ¿Un hombre como tú? Se me hace difícil de creer —pronunció negando con la cabeza, tomando más espagueti.

—¿Por qué?

—Eres guapo —le dijo con la boca llena, cubriéndosela para que no se viera nada.

Bastien sonrió divertido, negando con la cabeza.

—Yo no creo eso, ya estoy muy cerca de los cuarenta, estoy viejo.

—No lo parece, doctor.

—¿Y qué hay de ti? ¿Tienes a alguien?

—Sí, mi gata Mizu.

—Me refería a si tenías pareja —le dijo con cierta diversión.

—Ah, no... No, tengo... Es que —pronunció incómoda, desviando la mirada, jugando con su tenedor en la salsa—. A los chicos... Quizás les incomode un poco... Las colas.

—¿Colas?

—Tengo cola —murmuró.

Abrió los ojos sorprendido, sin poder creerlo.

—¿Pero dónde? Llevas casi un mes viviendo aquí, trabajando en el hospital y nunca la vi.

—Es porque la escondo, a nadie le gusta verla, es extraño. Si ya es raro vernos con orejas, mucho más con cola.

—¿Y cómo la escondes?

—Pues... La tengo que levantar hasta mis caderas, y luego la paso por mi espalda, sujetándola con una faja para que no se note.

—¿Y eso no te es incómodo? —preguntó serio, con el ceño fruncido.

—Sí, duele un poco también.

Se puso de pie, y le tendió la mano.

—Ven conmigo Kim.

—¿A dónde? Aún no terminaba de comer.

—Lo sé, vamos al baño.

—¿P-Por qué?

—Confía en mí —sonrió.

Nerviosa, y con cierta desconfianza, lo acompañó hasta el baño, y él la esperó del otro lado de la puerta del baño de mujeres.

—Quiero verla.

—¿Q-Qué?

—Tu cola —rio—. Suena mal, pero sabes a qué me refiero. No hace falta que la escondas conmigo.

—Pero estamos en un lugar con muchas personas.

—No importa, estoy contigo.

—Pero no eres como yo.

—Es verdad, pero somos más parecidos ¿No lo crees? Ambos tenemos orejas de gato —sonrió.

—Sí, pero... —murmuró.

—Te puedo prestar mi abrigo si quieres cubrirla luego. Sólo quiero que estés cómoda, incluso podría ser riesgoso para ti también. Si llevas muy apretada la faja, y en una posición tan incómoda tu cola por tanto tiempo, cortarás el flujo sanguíneo.

—Lo sé, pero no me siento segura.

—Confía en mí.

Esperó unos minutos, y luego escuchó como ella se quitaba la faja, antes de acomodarse la ropa y salir, mirando hacia abajo.

La rodeó para ver detrás de ella, y vio una hermosa cola peluda, contra su espalda, que se cubría un poco con el largo de su cabello. Sonrió, y volvió a colocarse frente a ella.

—Tu cola es preciosa, Kim, y, lo siento —rio, negando con la cabeza—. Suena mal, muy mal, pero en serio es muy lindo su pelaje. Y si yo tuviera una así, la mostraría con orgullo frente a todos.

—¿E-En serio?

—Por supuesto.

...

KimDonde viven las historias. Descúbrelo ahora