8-Monjas y libros

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Coral

Mi hermana dejó las cosas en mi cuarto, y en cuanto salí de bañarme fui a verlas. Me puse un conjunto de ropa interior negra y me probé las cosas. La camisa me quedaba perfecta, no era ni ancha ni angosta, podía levantar los brazos sin que se me viese la panza y me quedaba fantástica de mangas. La pollera era perfecta, para mi yo antigua. Quería una más corta, no mucho, pero parecía una monja, o por lo menos así me veía yo. Rodé los ojos, necesitaba cambiarla. Me puse mi pijama y fui al cuarto de mi hermana. Estaba algo bastante enojada, la salida la había organizado yo y no había sido capaz de levantarme. Respiré hondo y toqué la puerta.

—¡Pase!— contestó mi hermana al otro lado.

Entré y estaba probándose el uniforme, su pollera era, mínimamente dos dedos más corta que la mía.

—Tú que yo no usaría esa pollera.

—¿Me queda mal?— preguntó con cara de perro mojado.

—No, pero llama la atención, y yo no lo hago, o más bien hacía. Dame esa y te doy la mía.

Le tendí la mía y se quedó en silencio, luego de unos segundos se quitó la pollera y me la tendió a mí. Se puso la mía y le quedaba un poco más corta que a mí, ella estaba mejor dotada en varios sentidos.

—No esta tan mal.

—A mí me queda de monja, no tienes de que quejarte.

—¿Estas enojada?

No le respondí porque ya había salido de la habitación, y sí, estaba enfadada. Cerré la puerta de mi cuarto y preparé las cosas para el día siguiente, luego terminé mi tarea. Eran algo así de las 7pm y normalmente cenábamos a las ocho u ocho y media. Prendí me notebook y entré en wattpad, no se sí lo mencioné antes, pero amo leer. Habían actualizado mi novela favorita, no dudé ni dos segundos y me dediqué a leer el capítulo. En cuanto terminé de leer todas las actualizaciones de las novelas que leía abrí un Word y comencé a escribir.

Sé que todos cambian,

Y que nadie es perfecto.

Vivimos caminando,

En un mundo lleno de defectos.

 

Cometemos errores,

De diferente magnitud.

Hay que aprender a perdonar,

O nos mantendrán en esclavitud.

Tocaron la puerta y me sobresalté. Luego mi hermana pequeña asomó la cabeza.

—Hay que ir a comer Coral.

—Ya bajo pequeña.

—¿Estas escribiendo?— preguntó curiosa.

Le gustaba leer lo que yo escribía, a pesar de que no entendiese del todo. De vez en cuanto escribía un cuento para ella y mi hermano, y Ceci lo ilustraba.

—Sí, pero nada interesante esta vez.— suspiré cerrando la computadora.

—Siempre dices lo mismo y acaba siendo genial.

—Vamos, mamá nos va a matar.— dije cogiéndola de la mano.

Bajamos tomadas de la mano y todos estaban en el comedor. Mamá había preparado milanesas de soja, una de las pocas comidas que nos gustaban a los seis. Me senté en mi lugar habitual, al lado de Cecilia. Fue una cena silenciosa, por lo visto todos teníamos hambre.

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