Iniciando la aventura

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—Pinche chino vas a ver— Miguel recogía las rosas destruidas regadas en el suelo— vas a caer sí o sí, no me conoces, y no sabes lo terco que soy.

El otro chico se hacía el tonto fingiendo no hablar español, pronunciaba palabras aleatorias en japonés y emprendía lentamente su huida.

—Se que me entiendes culero, te escuché hablar mocho la otra vez, te voy a dejar ir ahorita pero vas a ser mío cabrón ¡Te lo juro!

Entregó sus flores al bote de basura, una lágrima rodó por su mejilla, tenía combinada tristeza, frustración pero sobre todo muchísimo coraje.

Miguel Rivera, músico de corazón, romántico empedernido, auténticamente mexicano y terco como él solo, si su familia odiaba la música él se hacía mariachi solo para joderles tantito la vida, el muchacho tenía aceite hirviendo en lugar de sangre, cuando quería de verdad algo no había fuerza que lo contuviera... hasta ahora.

Todo comenzó en un concierto en la plaza principal, él siempre hacia que se llenará a reventar, desde que Santa Cecilia se había convertido en pueblo mágico, sus presentaciones lo habían hecho una de las personas más famosas de la comunidad y casi casi una estrella nacional.

Una chica entre el público llamó su atención, era extranjera, Miguel ya había probado muchos labios de mexicanas, pero aquello era nuevo «que rico», pensó en cuanto la vio, estaba medio plana, pero él era aventurero así que le valía madres.

Terminando el evento echó a correr para encontrarse con su novia, aunque ella no lo supiera ya era un hecho que los dos andaban.

Mientras bajaba las escaleras sintió una fuerte nalgada que sonó tan fuerte como un tambor.

—¡Aaaaay cabrón!

—Estas mejorando, hasta te crecen las nalgas de tanto talento.

—Pinche Marco, ya te había dicho que a mí no me gustan las cosas entre primos, no somos del norte.

—Es tu culpa por no despedirte y por usar esos trajes ajustados, ya sabes que no me puedo resistir y adrede los usas, hazte responsable.

—No molestes no vez que estoy de cacería.

—Al rato la buscas, necesitas dedicarle tiempo a tu familia— bloqueó el paso del otro.

—Es una china, a lo mejor se va pronto, ya déjame pasar— usaba sus mejores movimientos para seguir su camino sin éxito.

—Dame un besito de despedida y te dejo pasar.

—¡Ahhhh! Me cagas — le dio un beso en la mejilla y luego lo empujó.

—Dámelo bien cabrón— reclamaba el otro chico desde el suelo.

Miguel corría como un potro salvaje, esquivaba a sus admiradoras al mismo tiempo que buscaba con devoción a su amada, a lo lejos pudo ver unos ojos rasgados, su corazón mexicano lleno de pasión le ordenó alcanzarla.

La chica parecía pérdida entre la multitud, trataba de pedir permiso para cruzar pero no tenía éxito, hablaba demasiado bajo y era demasiado tímida para empujar a la gente.

Ahí llego el primer flechazo, le fascinaban las chicas calladas, a su experiencia eran las más pervertidas y hacen cosas que ni te esperas.

El segundo golpe fue cuando observó su trasero, ufff, no era una tabla, tenía una cinturita bien chula y al parecer su sensualidad se concentraba debajo de la espalda, ya empezaba a salivar.

Se acercó y espero un momento para terminar de contemplar aquella escultura maravillosa, «me la voy a echar», aquél pensamiento retumbó en su mente mientras practicaba en el aire su agarre.

Toloache para el chino (Higuel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora