QUINCE

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Taeil secaba con una toalla el cabello húmedo de Yuta, por fin había logrado que saliera de la cama y se aseara adecuadamente. El mayor estaba sentado en el borde de la cama con el japonés recién bañado sentado entre sus piernas dándole la espalda en el suelo. La toalla color blanco quedó un poco teñida de rojo por el tinte de cabello del menor, pero en ese punto de tristeza que Yuta emanaba por cada poro de su cuerpo, no se atrevía a reclamarle nada, ni siquiera el hecho de que llevaba metido entre sus sábanas dos días enteros.

—¿Cómo te sientes hoy? —preguntó despacio. El japonés solo un largo suspiro como respuesta—. Tu madre volvió a llamar.

—Le hubieras dicho que por fin morí de tristeza —respondió si un ápice de broma en la voz. Ahora fue Taeil el que suspiró.

—Sabes que eso la volvería loca, ¿verdad? Gastaría toda su fortuna para traerte de regreso —dijo haciendo una mueca que el otro no pudo ver—. Deberías volver a casa y estar con ella.

—Mizuki no me dejará en paz y eso es justo lo que quiero, ¡estar en paz!

Taeil suspiró rendido una vez más y dejó la toalla a su lado. Yuta se recostó en la alfombra y encogió su cuerpo en posición fetal. El corazón del mayor se sentía preocupado, ya iban dos días desde que su mejor amigo había llegado borracho durante su turno nocturno de los martes, entre eruptos y lloriqueos le explicó lo que había sucedido con Sicheng. El surcoreano seguía sorprendido, jamás hubiera imaginado que la actitud hacia Yuta era por eso, porque estaba saliendo con alguien más.

En el primer momento Taeil pensó en buscar al chino o a alguno de los otros dos chicos, pero no le encontró demasiado sentido. Sicheng durante todo ese tiempo solo se ocupó de tratar pésimo a su mejor amigo, claramente no lo buscaría para que lo siguiera tratando de aquella manera. Por eso aceptó apagar su teléfono al igual que el menor, para así evitar que alguno de los tres amigos intentara buscarlos, no quería arriesgarse de que le hicieran más daño a Yuta.

Mamá Taeil le dicen.

Y es que Yuta era tan bueno que Taeil se preocupaba constantemente por él; no quería que alguien lo lastimara, no era justo y le hacía rabiar en enojo. Sicheng no tenía ni idea de lo afortunado que era al tener a Yuta detrás de él. Y sí, no tenía ni idea.

Pero los pensamientos del mayor ya no iban acorde de lo que pasaba en realidad. Sicheng estaba tan preocupado como los otros dos, habían llamado tanto a sus teléfonos llegaban a un punto trance. Incluso Kun y Yoonoh acompañaron a Sicheng a casa del japonés para hablar con él, dejarían de lado el plan inicial, no querían que Yuta se suicidara antes del sábado, pero la ama de llaves del hogar no supo darles razones del chico.

—Podemos averiguar dónde vive Taeil —propuso Kun rebuscando entre sus últimas ideas.

—¿Y cómo haremos eso?

—Podemos buscar en alguna de sus redes sociales.

Sicheng suspiró, aquello no sería efectivo.

—Creo que es momento de pasar a la resignación —dijo el chino recargando su barbilla en la palma de su mano.

—Creo que Yuta pensó lo mismo —dijo Kun.

—¿De verdad quieres hacer eso? —preguntó Yoonoh por primera serio—. Si dejas de buscarlo ahora no volverás a verlo.

Aquello fue como un balde de agua helada en pleno invierno, y es que el chico tenía razón, Sicheng había sido tan idiota y lento que ahora aquellas eran las consecuencias. Hasta ahora había podido darse cuenta que todo lo que buscaba lo podía encontrar con Yuta; estabilidad —más emocional que nada—, amor, confianza e incluso respeto. El mayor se había encargado de demostrarle que lo aceptaba con todo, incluso aceptaba la doble vida que vivía cada noche.

Llamada Al 119. ((yuwin))Donde viven las historias. Descúbrelo ahora