Cuando el volvió a venir me disculpe por lo sucedido ayer y el dijo que entendía completamente porque la emfermera le explicó todo.
Contesté.─No, tú realmente no entiendes.
Él agachó su cabeza y susurró.─Tienes razón, nunca entenderé.
Mordí mi labio y acerqué mi silla a la suya, junte nuestras manos.
──Lo siento.
Él levanto la mirada y me sonrió.
──¿Me prometes que no volverás a dormirte en mis aventuras?
Reí y negué.─¡Lo prometo, señor!
(...)
Jamás me había reído tanto como en esa tarde, lo amaba y lo amaría. Sus chistes eran del asco pero con su risa nadie podría evitar sonreír.
El se despidió y se fue a su trabajo después de mi visita y prometió seguir enamorándose de mi.