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Ciro

No puedo creer que ya esté sonando la alarma, siento que me he dormido hace 10 minutos aunque con la ayuda del reloj de mi móvil me doy cuenta de que he dormido 4 horas. Son las 6 en punto de la mañana y mis párpados lo están asimilando, intento levantarme del sofá pero en cuanto toco el suelo con los pies desnudos piso un cuenco con restos de caldo y fideos japoneses de anoche. El líquido se esparce por el suelo y por debajo del sofá y mi pie queda empapado de esencias asiáticas. Maldigo en silencio mientras camino intentando no tocar el suelo con la parte mojada de mi pie y cojo la fregona para intentar arreglar el desastre. Al encender la luz veo que con una fregona no voy a solucionar nada, hay tres latas de cerveza con limón en la mesilla del salón, dos cajas de pizza a domicilio con restos de comida, un plato con trozos de pan con tomate y migas de patatas fritas repartidas por todo el suelo con su respectiva bolsa al lado de mis zapatillas.
Solo tengo 20 minutos para prepararme así que dejaré por recoger el salón para cuando vuelva de trabajar. Me pongo el uniforme, me aseo lo mínimo como para no espantar a una persona y salgo de casa bajando los escalones de dos en dos.

Hace ya un año que trabajo como camarero en el restaurante Panteón, pero no me acostumbro a este horario ni tampoco me acostumbro a mi jefe, el cuarentón casado con una rubia despampanante de 28 años que siempre me saluda con superioridad dándome golpes demasiado fuertes en la espalda abusando de una confianza que nunca hubo. Por suerte tengo a mi lado siempre a Toni, el encargado de terraza, con quien me entretengo hablando cuando no hay que sacar ningún plato de comida italiana de la cocina. Tiene 30 años y a parte de trabajar en el restaurante, vende droga a los extranjeros que vienen de vacaciones, en ocasiones es un poco racista, cosa que detesto pero por lo demás es bastante divertido.
Cuando llego me encuentro en la puerta de atrás a Ángel, mi jefe, quitándose el casco de la moto.
  - Llegas tarde, cuando yo llego las sillas ya deberían estar en la terraza.
  - Lo sé, he tenido un problema en casa.
  - ¿Te refieres al zulo ese que tienes por piso en el que vives?
Me quedo callado bajando la vista pero entonces oigo su sucia carcajada:
  -Es broma chico, es normal vivir en sitios así con tu edad, aunque yo con 20 años ya me había comprado un chalet con mi propio dinero.
Todas las conversaciones tienen que derivar en su espléndido estado económico actual y el que ha tenido siempre.
Me río sin separar los labios y entro al restaurante. Antes de que pueda colgar mis cosas en el perchero aparece Ángel por detrás mío y se apoya en mi hombro.
  -Acuérdate de ponerte guantes, no quiero que mis clientes vean esa cicatriz que tienes, da asco.-su tono me dan ganas de vomitar. Asiento en silencio y me pongo los zapatos.
Cuando empiezo a sacar las sillas y montar la terraza repaso con la mirada el paseo marítimo. El restaurante Panteón está situado en el mejor sitio, la calle, que da al puerto, está repleta de restaurantes pero el Panteón es el más ostentoso, el más visible y el más grande. La calle está vacía, solo la oscuridad pasea por el húmedo empedrado de la calzada, soy la única persona en el mundo a mi parecer.
El día transcurre bastante rápido ya que el restaurante se llena mucho de gente, cuando estamos cerrando el restaurante me acerco a Toni que está cambiándose los zapatos, a punto de irse.
  -¿Ya te vas a casa?- le pregunto por hablar de algo.
  -No, me voy quedar a dormir encima de la mesa 7 así mañana el jefecito me encontrará aquí el primero y se pondrá contento.-
Me rio y le pego muy suavemente en el brazo. Cuando acaba de hacerse el nudo del zapato derecho se levanta y me mira.
  -Sí, me voy a casa, encima con la que está cayendo con lo de la poli...- mira hacia un lado como si buscara a alguien. No se a que se refiere.
  -¿Qué pasa con la policía?-  bajo un poco la voz porque se que no anda metido en buenos asuntos.
  -La semana pasada le vendí unas pastillas a un alemán, le advertí que no se pasara, que con una dosis era suficiente para colocarse, pero se ve que se metió 5 o 6 de golpe y anteayer lo encontraron muerto  en un descampado cerca de aquí.-

Abro los ojos como platos, obviamente no es culpa de Toni que ese chico haya muerto aunque no está bien que venda droga, pero me preocupa que lo pillen si sigue con este tema.
  -Entonces ahora la policía hace el triple de controles y está que no caga con el tema.- dice mientras me pone una mano en el hombro y se sube a su bicicleta.
- Nos vemos mañana tío, cuídate- se despide mientras pedalea calle arriba.

Ya es de noche, y en el camino de vuelta a casa me cruzo con una señora con un abrigo de piel de zorro, lo que me recuerda al perro de mis padres, lo que me recuerda a mis propios padres, lo que me recuerda que hoy, 26 de julio, es el cumpleaños de mi madre.
Sin saber como he llegado a acordarme de eso saco mi móvil del bolsillo y marco su número. Cuando pasan varios segundos opto por colgar pero suena una voz masculina.
  -¿Qué quieres?- Deduzco que es mi tío por el sonido de su voz .
  -Hola, quería hablar con mi madre para felicitarla. -digo con lo que parece un tono de pregunta.
  -Ya- responde y dejo de escucharle.
Tras esperar casi un minuto mi madre se pone al teléfono.
  -Hola- me saluda cortante
  -Hola mamá, felicidades-
  - Casi se te pasa la hora, llega a pasar media hora más y ya no es mi cumpleaños.- se le nota seria a pesar de el jaleo que se escucha de fondo que interpreto como una fiesta.
  - Estaba trabajando, pero bueno, he llegado antes de que se acabe el día ¿no?- Realmente no la pude llamar, en mi tiempo libre a penas me da tiempo para comer.
  -¿Aún trabajas ahí?, te están explotando y es un trabajo de mierda, ¿vas a ser camarero toda tu vida? si te hubieras sacado algún título ahora no estarías así.-
  -Gracias mamá- digo con ironía.
  -No quería que me llamaras, se acercaba medianoche y cruzaba los dedos para no tener esta conversación contigo, pero nunca tengo suerte.-
Su manera de decirlo me sienta como una piedra en la cabeza, cuelgo el teléfono y mis ojos se llenan de lágrimas, sabía que no iba a estar simpática conmigo pero esto no me lo esperaba.
Corro hacia mi casa, en la calle no hay nadie así que me permito sollozar mientras voy a toda prisa. Subo las escaleras de mi edificio como una bala y doy un portazo cuando entro en el piso. Me deslizo por la puerta hacia abajo y me siento en el suelo. He tocado fondo hasta con mi madre. Necesito hablar con alguien , gritarle a alguien, llorar todas mis penas aunque sea por teléfono y que alguien me escuche. Busco en mis contactos, no tengo amigos, tengo algun ex compañero de trabajo con los que alguna vez quedé para tomar algo hace mucho tiempo, no hay nadie de mi familia que quiera hablar conmigo, estoy seguro. Lanzo el móvil contra la pared y cae al suelo con la pantalla destrozada, grito y rompo una lampara que me compré en un bazar.
Necesito salir de aquí, necesito irme. He estado bastante tiempo autoengañándome y diciéndome que aquí era feliz, que aquí podría olvidar todo mi pasado y encontraría a amigos o incluso un amor, pero ya no lo soporto, trabajo demasiado y cobro poco, no tengo vida ni familia, no se que me queda, he probado con actividades, deporte, lectura  y hasta dibujo pero nada puede sacarme del pozo en el que me encuentro, para colmo esta puta cicatriz de la mano me recuerda cada día quien soy,  porque estoy aquí y porque necesito dibujar para olvidarme del maldito monstruo que soy. Esto se acabó, no tengo fuerzas para más.
La pantalla de mi móvil aún funciona y puedo escribirle un mensaje a Toni:
  -"Necesito esas pastillas que le diste al alemán, es para una fiesta con amigos."

SENTIRDonde viven las historias. Descúbrelo ahora