2. Pregnancy

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En cuanto Hunk abrió la puerta del horno, el dulce aroma a galletas invadió la cocina. Sus guantes de cocinero, hacían juego con su mandil. Su sonrisa se podía notar a kilómetros, después de todo, el paladín amarillo, trabajaba en lo que más le gustaba: la cocina. Y su restaurante no era cualquiera, era el más famoso de la ciudad, y pronto, abriría dos sucursales más.

Dejó las galletas reposar unos minutos, antes de acomodarlas delicadamente dentro de una caja, con el sello de su restaurante personal. Las combinaciones de diferentes chispas y malvaviscos en la masa, les regalaba una textura, capaz de derretirse en la boca de cualquiera. Y los pequeños brownies redondos que acompañaban a las galletas, no ayudaban tampoco a la tentación. Finalmente cerró la caja, y la ató con un listón celeste, que contrastaba.

Hunk se quitó los guantes, y llevó el pedido hasta el mostrador. Las vitrinas de cristal mostraban los diferentes tipos de pasteles y dulces acaramelados que vendía el cocinero. Había desde chocolate, hasta tartas de manzana con canela caliente; algunos pequeños cupcakes decorados delicadamente a mano, e incluso algunas delicias más saladas. La mezcla de dulce y chocolate, y ese aroma a galletas y gengibre le abriría el apetito a cualquiera. A todos excepto a Lance.

Al alfa le gustaba lo dulce, pero ahora se encontraba empalagado. Empalagado con la vida. Su paladar ahora se inclinaba por lo salado, y apenas veía algo con azucar se le revolvía el estomago. Y todo era culpa de Keith.

Parado frente al mostrador, suspiró al tomar la caja de galletas, que su mejor amigo había preparado.

-serían 12.97-. explicó sonriente el beta, inclinandose hacía alfrente, y recargando el peso de su rostro sobre su puño cerrado.

Lance estaba harto de los dulces, desde que Keith se había embarazado, y sus antojos nocturnos comenzaron a surgir, comenzó a detestar lo dulce. Keith por otra parte, no podía evitar querer meterse cualquier clase de caramelo entre los labios, sus constantes e incontrolables antojos, hicieron que su alfa se empalagara con solo verlo comer. Y es que no era su culpa no poder controlarse. Para Lance, las cantidades de azúcar que su esposo devoraba, era suficiente para matar a un rinoceronte por un paro cardíaco, o dejar al menos a 9 personas en un coma diabético de por vida. Pero al azabache poco o nada parecía importarle. Después de todo, ¿qué se le podía hacer? 

Lance recordó lo que su madre le dijo una vez, antes de casarse: "Si tu omega esta esperando, y desea algo, dáselo. No importa lo que sea, como sea o cuando sea. Recuerda que no le puedes ganar a un embarazado." Así que por eso, él se esmeraba tanto en consentirlo, no quería buscarse problemas, y amaba ver a su gatito sonreír. Si podía mimarlo y malcriarlo de cualquier forma, lo hacía.

McClain dudo un momento, antes de pagar. Miró el mostrador con atención, y se mordió el labio con fuerza, mientras buscaba entre las tartas, una en especial.

-¿Aún te queda de ese pastel... el pay de moras con glaceado de chocolate?

-¿El 3 leches con zarzamora? Claro. Desde que llegaron al 2ndo trimestre, no dejo de hornearlo. Se que es su favorito-. dijo alegre el mayor, dibujándo una involuntaria sonrisa en el rostro de Lance.

-Si...-. recordó McClain. Le gustaba que su amigo fuera tan considerado.

De hecho, todos lo eran. Desde que se enteraron de que Keith se encontraba esperando, la actitud de todos se volvió más suave... más dulce... más protectora... como si fueran una familia. Y es que lo eran. Mientras que por otro lado, el peso de su omega, solo incrementaba.

-¿cuantas piezas quieres?-. Le había preguntado el beta a el alfa, con el cuchillo en mano, listo para cortar.

-solo... dámelo todo-. soltó sin pensarlo.

KINKTOBER [KLANCE]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora