El día de todos los santos.
La noche en la que oscurida cobra vida en lo muerto. Algo mágico, lo inexistente vuelve a existir. La humareda negra se esconde. En lo más profundo de cada bosque, en lo más desolado del desierto, en las zonas de mar en calma. Notas como ese aliento que te quita la vida vuelve a ser exhalado en el ambiente, la noche cae fresca ante la Tierra. "Hoy es el día de Halloween" dijeron, "se nota ese algo diferente".
Escuchas a media noche como los pasos de lo invisible se arrastran a través de las calles lúgubres. "Hace frío" murmuran mis acompañantes antes de tocar a la siguiente puerta. Todos tienen miedo al cruzar el cementerio, se ríen nerviosamente y hacen alguna que otra broma. "¿Y si nos ven?" pregunta mi amiga. Acaso no lo hacen ya, ahogo en mi garganta.
Mis botas pisan fuerte el asfalto. Yo siento esto como la mañana de Navidad. La emoción empapa mis poros. ¿Nadie palpa la humedad de las almas impregnadas en el ambiente? Quizás las escuchamos si cerramos los ojos y nos sentamos a un lado de la carretera. Tal vez si sólo nos vamos a dormir y dejamos nuestros caramelos sobre la mesa de noche.
Casi ya llegan, están al final de la calle apagada, caminan en grupos susurrando clemencia. Encendiendo las luces, apagando las velas. El miedo nunca fue tan divertido.
"Ya es tarde chicos, vayámonos" aconseja. Todos asienten de acuerdo. Me giro encarando la puerta del cementerio a cien metros de mí. El viento acaricia mi cabello, transportando esa esencia. Esencia tan viva como muerta.
"A, ¿no vienes?" preguntan.
No, iros sin mi. Sonrío para comenzar a caminar los cien metros que me separan de los altos muros.