Marta miraba a través de la ventanilla del avión cómo Sevilla se iba acercando
lentamente. El corazón le empezó a golpear impaciente contra el pecho. Hacía un año
que se había marchado de Erasmus a Londres para realizar el segundo curso de sus
estudios de Derecho. Un año que no veía su ciudad ni a la mayor parte de su familia y
amigos. Sus padres, y también sus tíos adoptivos, Susana y Fran, habían ido a verla tres
meses atrás, pero no así sus chicos. Llevaba un año sin ver a ninguno de los hermanos
Figueroa, sus amigos del alma desde la infancia.
Los había echado terriblemente de menos a todos, desde Javier hasta Miriam, la
pequeña, pero quien a pesar de los casi cuatro años de edad que las separaban, era su
mejor amiga. Su mejor amiga mujer, claro, porque su mejor amigo era sin duda Sergio.
Al ser ambos de la misma edad siempre habían tenido una afinidad especial, desde que
compartían cuna cuando estaban en casa uno del otro. Sergio siempre le decía que
compartir cuna unía mucho más que compartir cama. Aunque también la habían
compartido en más de una ocasión durante la infancia.
Los cinco chicos habían crecido juntos, porque aunque habían asistido a colegios
diferentes, el resto del tiempo lo habían pasado siempre en común. Vacaciones de
verano, navidades, fines de semana... Marta se consideraba una más de la familia
Figueroa y a Inma y Raúl les habían salido de la nada cuatro hijos más.
Desde hacía unos años Marta había sido consciente de los sentimientos de los tres
hermanos. De pequeños siempre estaban rivalizando por agradarla, por jugar con ella,
pero cuando entraron en la adolescencia empezó a observar que las miradas cambiaban
y el tipo de rivalidad también. Se dijo que ojalá pudiera enamorarse de los tres, pero
eso era imposible. Por lo tanto, y sintiéndose incapaz de aclarar lo que sentía por cada
uno de ellos, había hablado con su madre y aconsejada por esta, había decidido irse a
Londres y poner tierra por medio durante una temporada. En cuanto hubo cumplido el
mínimo de créditos necesarios para solicitarlo, pidió una plaza Erasmus en la capital
de Reino Unido con la esperanza de que un año de distancia atemperara a los tres
hermanos y también le dieran a ella la oportunidad de conocer a otros hombres además
de los Figueroa. Si se enamoraba de un extraño se solucionaría el problema, porque lo último que quería era crear rivalidad entre ellos.
Pero no había sido así. Cada chico que conocía acababa siendo comparado con sus
queridos Figueroa, y no había siquiera rozado su corazón. Y tampoco la ausencia había
hecho que sus sentimientos se aclarasen definitivamente. Para ella los Figueroa eran
tres y a los tres los había echado de menos por igual: el carácter serio y apacible de
Javier, el romanticismo de Sergio y la impetuosidad de Hugo. A Javier hacía más
tiempo que no le veía, puesto que cuando se marchó él llevaba ya seis meses en Estados
Unidos estudiando Medicina. Quería dedicarse a la investigación y tanto Susana como
Fran le habían aconsejado que hiciera los estudios allí puesto que en España el campo
de la investigación era el gran olvidado.
Marta estudiaba Derecho, lo había vivido en su casa y en casa de sus amigos desde
pequeña y para ella no existía otra profesión posible, no así sus amigos que seguían
otros caminos profesionales. Quizás Miriam, todavía indecisa a sus quince años recién
cumplidos, fuera la esperanza de continuar con el bufete familiar, pero Fran y Susana
habían dejado a sus hijos la libertad de decidir sus destinos y sus profesiones. Si el
bufete Figueroa debía terminar con ellos, que así fuera.
Javier, que siempre había sentido una curiosidad insaciable hacia todo, se había
decantado por la medicina en la rama de investigación, algo que iba perfectamente con
su carácter sensato y meticuloso. Javier era el serio, el responsable, ese hermano mayor
en el que siempre puedes confiar, que siempre está ahí pase lo que pase.
Sergio, heredero de la pasión por el mar de su abuelo materno y aventurero por
naturaleza, se había hecho cargo de la embarcación de este; se estaba sacando la
licencia de patrón de barco y soñaba con recorrer el mundo en un velero. Sus padres,
con los pies más en la tierra que él, le habían aconsejado que estudiara para marino
mercante y dejara el velero para las vacaciones. Sergio era el soñador de la familia,
alegre, divertido y romántico. No podía negar que era su favorito.
Hugo, con sus diecisiete años recién cumplidos cuando lo dejó, estaba inmerso en
una turbulenta adolescencia, y empeñado en demostrarle que estaba enamoradísimo de
ella y que el año y medio de edad que los separaba, no tenía importancia. Era el único
que había intentado besarla en alguna ocasión, cosa que ella había evitado con
habilidad y diplomacia. Era de entre los hermanos el que menos le atraía y trataba de
disuadirlo de su enamoramiento, pero Inma le había dicho que lo dejara correr, que
simplemente no lo alentara y que se le pasaría con el tiempo. Eso esperaba, no quería ser causa de rencillas entre los hermanos. Los quería muchísimo a todos, y realmente
esperaba que ese año de ausencia hubiera puesto todo en su sitio.
Y Miriam, la pequeña, era el vivo retrato de su abuela Magdalena en el físico, pero
mucho más encantadora que esta, una adolescente dulce y tranquila, muy madura para
sus quince años a la que sus hermanos adoraban y en la que ella había encontrado a una
gran amiga y confidente a pesar de la diferencia de edad.
La madre de Fran, ahora viuda, seguía siendo la misma arpía de siempre, empeñada
en encontrarles defectos a todos sus nietos. Ni siquiera el zalamero Sergio conseguía
sacarle un halago y mucho menos una carantoña.
El avión aterrizó con una fuerte sacudida, el piloto no era muy fino. Impaciente, se
abrió paso por el pasillo, deseando abrazar a sus seres queridos. Cuando descendió, el
fuerte calor de Sevilla la llenó de alegría. Lo peor de Londres había sido el frío, era
del sur, andaluza por los cuatro costados y disfrutaba con los más de cuarenta grados de
temperatura estival.
Se detuvo impaciente a recoger las dos enormes maletas en la cinta trasportadora y
tiró de ellas hasta la salida. Apenas la puerta corredera se abrió a su paso, vio a sus
padres en primera fila... y a nadie más. Se sintió ligeramente decepcionada, había
esperado un recibimiento masivo por parte de las familias Hinojosa y Figueroa al
completo. No obstante, cuando los brazos de su padre la rodearon con fuerza, se olvidó
de todo lo demás.
Raúl se había convertido en un cincuentón atractivo y en forma, con alguna cana
salpicada en las sienes, que según Inma atraía a más mujeres de las deseadas. Pero él
seguía perdidamente enamorado de su «Princesa de hielo», como solía llamarla, a
pesar de que dicho hielo se había fundido entre sus manos hacía ya muchos años.
Inma, menuda y vivaracha como siempre, abrazó a su hija a continuación. No se le
había escapado su mirada recorriendo toda la gran sala de llegadas, buscando a alguien
más, y sonrió.
Raúl se hizo cargo de las maletas de Marta y esta salió abrazada a su madre. Apenas
las puertas correderas se abrieron, vio la enorme pancarta que Sergio y Hugo portaban
cada uno por un extremo con el «WELCOME MARTA» escrito con grandes letras
rojas, su color favorito. Todos estaban allí: Fran, Susana, Sergio, Hugo, Miriam, e
incluso Javier, al que imaginaba en Estados Unidos.
Corrió hacia ellos y fue abrazándolos uno a uno con fuerza. Se sorprendió de los músculos que había desarrollado Sergio, de la larga melena negra de Hugo recogida en
una coleta, de los pechos crecidos de Miriam y de la madurez que vio en la mirada de
Javier.
-¡Estáis todos!
-¿Qué pensabas? ¿Que nos lo íbamos a perder? -dijo Hugo.
-Ya me costó bastante trabajo aceptar que nuestros padres se fueran a verte sin
mí... Si no hubiera sido por la maldita selectividad... hubiera perdido la semana de
curso sin problemas -dijo Sergio acaparando su atención-. Y... ya tengo el título de
patrón de barco, así que este verano haremos alguna excursión en el barco del abuelo,
que ahora es mío -continuó entusiasmado
-¿En serio? ¡Genial!
-¿Y tú?, ¿qué tal el bachillerato?
Hugo sacudió la cabeza.
-Hum... regular. He tenido algunos problemillas con las matemáticas.
-Di mejor que has tenido problemillas con las ganas de estudiar -dijo Fran a su
hijo menor.
-Pero mi madre se ha hecho cargo del asunto y me está dando clases -argumentó
con un ligero encogimiento de hombros-, así que aprobaré en septiembre, sí o sí.
Todos estallaron en carcajadas. Susana sonrió al trasto de su hijo, era el que más
problemas les estaba dando con los estudios. Se distraía con cualquier cosa y siempre
esperaba a última hora para preparar exámenes y trabajos. Fran solía decirle en
privado que él era igual a su edad, y que Hugo solo necesitaba encontrar a su
empollona particular para sentar cabeza.
En el aparcamiento Fran sacó las llaves del monovolumen familiar y preguntó:
-Supongo que los jóvenes querréis ir solos. Mamá y yo nos iremos en el coche de
Inma... ¿Quién conduce?
-¡Yo! -se ofreció Sergio alargando el brazo-. Hace un mes que tengo el carné y
necesito practicar.
Pero Javier se adelantó y arrancó las llaves de la mano de su padre.
-Tú limítate a pilotar el barco, Barbanegra, y déjame a mí el coche, que tengo más
experiencia.
Subieron al vehículo y Marta se encontró empotrada en el asiento trasero entre Hugo y Sergio casi sin darse cuenta, cada uno de ellos con una de sus manos cogidas.
Hugo hablaba atropelladamente tratando de contarle todo lo que le había acontecido
durante ese larguísimo año de ausencia, mientras que su hermano se limitaba a
acariciarle los dedos, con los suyos ligeramente callosos por los trabajos realizados
para reformar el barco, produciéndole una sensación cálida y reconfortante, como de
haber vuelto a casa. Levantó la vista y se encontró, a través del retrovisor, con los ojos
pardos de Javier clavados en ella, esos ojos tan parecidos a los de su padre. Por un
instante, sus miradas se cruzaron, se sostuvieron, pero en seguida él desvió la vista
fijándola en el intenso tráfico de la Supernorte, bastante concurrida a aquella hora.
Contempló su nuca, el trozo de cuello que dejaba ver el pelo corto, moreno por el sol a
pesar de su piel blanca, los hombros tensos a consecuencia de la postura para sostener
del volante.
Una pregunta de Hugo, que no había escuchado, la hizo volver de sus pensamientos.
-Perdona, estaba distraída. ¿Qué decías?
-Que si te vas a venir a casa ahora.
-No sé, no tengo ni idea de los planes. Apenas he cambiado unas palabras con mis
padres antes de que me acaparaseis.
-Barbacoa esta noche. Pero puedes venirte ya directamente a casa, tienes ropa en
la maleta ¿no?
-No seas peñazo, Hugo -le recriminó su hermano desde el asiento delantero-.
Deja que vaya a su casa, se ponga cómoda y disfrute de su habitación y de sus padres un
rato. Ya vendrá a vernos esta noche.
-¿Es eso lo que quieres? -volvió a preguntar el chico.
-Sí, claro que sí. Además, mis padres tienen derecho a disfrutar de mí un rato antes
de que sea abducida por vosotros. Pero Miriam, tú puedes venirte conmigo si quieres.
-¿Ella sí y nosotros no? -preguntó Sergio celoso, mientras intensificaba el
apretón de su mano.
-Tenemos cosas de chicas que hablar -dijo enigmática.
De nuevo los ojos de Javier se clavaron en ella, inquisidores. Sergio apretó su mano
con más fuerza.
-Deja que adivine... ¡Te has echado un novio inglés! -dijo su amiga.
Marta sintió la tensión de los tres chicos dentro del coche, expectantes. -No, qué va... nada de eso. Solo pretendo cotillear un rato... cosas de mujeres.
Chicos, vosotros no entendéis de eso.
¿Fue alivio lo que vio en la mirada de Javier, que continuaba fija en ella?
-Bueno, vaaale.
El coche enfiló hacia Montequinto, donde vivían los Hinojosa en un piso espacioso
y confortable. Ante el portal de su casa, Marta y Miriam se bajaron y se perdieron en el
interior. Susana y Fran que llegaron a continuación, se despidieron de Inma y Raúl y
subieron a su coche para dirigirse a Espartinas a preparar la fiesta de bienvenida.
Durante un tiempo habían vivido en el ático con terraza en el que habían iniciado su
vida de pareja, pero cuando Susana se quedó embarazada de Hugo decidieron mudarse
a una casa con un jardín en el que los niños pudieran disfrutar y jugar al aire libre, y
una piscina para aliviar el calor estival.
Marta, después de un rato en el salón con sus padres, charlando y comentando los
pormenores del viaje y de los últimos días en Londres, se retiró al fin con Miriam a su
habitación. Se tiraron ambas en la cama y sintió el placer de sentir su espacio, sus
cosas alrededor, y la libertad que había estado esperando de hablar con su amiga sin
tapujos.
-Bueno, Miriam... ¿cómo va todo por aquí?
-Pues como siempre, más o menos... Todos un año mayores, pero aparte de eso...
Ya mis hermanos te han contado las novedades.
-¿Alguno de ellos tiene novia?
-¡Noooo! Siguen todos esperándote a ti.
-Mierda, confiaba en que eso hubiera cambiado.
-Bueno, Hugo está empezando a descubrir a las chicas y hay varias de sus
compañeras de instituto que entran y salen continuamente de casa. Una de ellas más que
las otras, así que podría ser que se lo llevara al huerto. Aunque estas últimas semanas
ha estado muy excitado y hablando solo de ti. Está insoportable, no para quieto un
minuto.
-¡Vaya!
-Sergio se ha estado machacando en el gimnasio este último mes, me ha preguntado
veinte veces si está mejor con el pelo más largo o se lo corta, ya sabes que lo tiene bastante indomable, se ha comprado ropa nueva...
-¿Y Javier?
-Ese no dice nada. Es más introvertido, no expresa sus sentimientos de forma tan
clara. Pero duermo en la habitación de al lado y le he escuchado dar vueltas en la cama
toda la noche sin pegar ojo. Esta mañana solo se ha tomado un café, y ya sabes que
todos mis hermanos tienen un apetito voraz a cualquier hora del día o de la noche.
Cuando mi madre le ha preguntado si se encontraba mal, le ha dicho que simplemente
no tenía hambre. Es el que más nervioso está, aunque no lo demuestre.
Marta suspiró pesarosa.
-Por Dios, me sabe fatal esto. Yo los quiero muchísimo a todos, y no quiero que
tengan problemas entre ellos por mi culpa. Pero...
-No puedes enamorarte de todos.
-No.
-La otra solución sería no enamorarte de ninguno.
-Sí, eso podría funcionar.
-Pero no es el caso, ¿verdad? Te gusta Sergio.
-No lo sé, Miriam, estoy muy confusa... Cuando me marché, sí era él por quien
empezaba a sentir algo más que amistad, pero ahora... ahora no lo sé. Ha pasado un
año, los dos hemos cambiado... Por eso no quise empezar nada con él antes de irme.
Ahora, el tiempo dirá. Javier también está guapísimo... más hombre
-Javi está hecho un bombón... Si no fuera mi hermano... Pero no dejes que te
atosiguen.
-¿Tú crees que soy de las que se deja atosigar, ni siquiera por un Figueroa
cabezota? ¿O tres?
Miriam soltó una risita. Su amiga tenía una personalidad arrolladora, por eso tenía
locos por ella a sus tres hermanos
-No, no lo eres. Pues entonces relájate, disfruta y el tiempo dirá.
Aquella noche, el jardín de Espartinas estaba lleno de vida y alegría. En la
barbacoa, como siempre, Fran se encargaba de asar carne ayudado por Raúl. Ambos
amigos habían soportado bien el paso del tempo. Fran seguía teniendo el pelo rubio con
las entradas algo más pronunciadas, y la piscina mantenía su cuerpo atlético y en forma, y Susana había ganado algunos kilos con los embarazos y perdido la extrema delgadez
que la caracterizaba en su juventud.
Los dos amigos bromeaban ante las brasas mientras sus mujeres se encargaban de
acercarles bebida de vez en cuando para aliviar el intenso calor, llevándose algún
achuchón o pellizco en el trasero a cambio.
-¿No os da vergüenza, con vuestros hijos presentes? Meternos mano a vuestras
pobrecitas mujeres... -se quejó Inma en broma.
-Nuestros hijos están demasiado ocupados para darse cuenta. Y si nos ven,
tampoco pasa nada. Todos tienen muy claro como vinieron al mundo.
Los aludidos, alborotaban dentro de la piscina salpicando agua en todas direcciones.
Fran cogió un trozo de pinchito y lo mordió a medias, ofreciéndole a Susana el trozo
que quedaba fuera de su boca. Esta no se hizo rogar y mordió el resto mientras los
brazos de su marido le rodeaban la cintura.
Desde la piscina, una oleada de vítores les hizo finalizar el beso. No les importó,
sus hijos y también Marta estaban habituados desde pequeños a sus demostraciones de
cariño.
-¡Un hermanito, un hermanito! -pidió Sergio.
-¡Ni lo sueñes! -negó Susana-. Ya tengo bastantes quebraderos de cabeza con
vosotros cuatro.
-Inma, anímate tú. Vosotros tenéis solo una.
-¡Ja! Nosotros tenemos cinco, igual que tus padres.
Era cierto. Todos se consideraban padres de todos, y vivían lo bueno y lo malo que
le sucedía a cada miembro de las dos familias.
-Salid del agua si queréis comer -advirtió Raúl.
Marta colocó las manos en el borde de la piscina y se alzó sobre él. Desde el agua,
tres pares de ojos siguieron sus movimientos.
-¡Dios Santo, se la comen con los ojos...! -musitó Inma.
-Los tres...
-Ya podíais haber tenido trillizas, joder... -se quejó Fran.
-Y tus hijos son tan cabezotas que seguro que se hubieran ido todos a por la misma
-añadió Raúl.
-Lo solucionarán entre ellos, estoy segura -dijo Susana-. Ahora, comamos. -Voy a acercarles unas toallas, o te pondrán perdidos los sillones y la pobre
Manoli va a tener mañana mucho trabajo.
-De eso ni hablar. Manoli se ocupará mañana del trabajo cotidiano; todo esto lo
limpiarán mañana esos cuatro que están de vacaciones.
-Cinco. Marta ya me ha advertido que esta noche se quedará a dormir aquí -
añadió Inma alzando una ceja-. Si no os importa, claro.
-¿Eres imbécil? ¿Cuándo nos ha importado tener a Marta en casa?
-No sé, quizás ahora con todas esas hormonas sueltas.
-Ya te he dicho que en esa cuestión no vamos a intervenir. Es problema de ellos.
-Pero seguramente dos de tus chicos, si no los tres, van a sufrir.
-Es inevitable, y son lo bastante civilizados para afrontarlo.
-Pero Hugo... es tan joven y tan vehemente...
-Ese es el que menos me preocupa. Está empezando a descubrir a las chicas, o las
chicas a descubrirlo a él, no estoy segura. El teléfono no para de sonar ni un momento, a
veces habla por el móvil y por el fijo a la vez con dos distintas. Dice que solo son
amigas, pero... ya sabes que la mancha de la mora con otra verde se quita. En el caso
de los dos mayores es distinto. En fin, ya se verá como acaba todo esto.
-Sí, por supuesto
Inma se acercó al grupo llevando en los brazos un lote de toallas. Los chicos
procedieron a secarse y envolviéndose en ellas se acercaron a la gran mesa donde Fran
estaba colocando una bandeja con carne. Raúl salía de la casa con una carga de bebidas
en las manos. Hugo alargó la mano hacia una cerveza. Su padre lo miró con una ceja
enarcada.
-Estamos celebrando el regreso de Marta. Ya sé que no soy mayor de edad, que en
los bares no me sirven alcohol, pero estoy en casa. Y es solo cerveza. Vamos, papi...
¡No irás a decirme que a mi edad tú no te tomabas una cervecita de vez en cuando!
Fran tuvo que morderse la lengua para no reírse. A la edad de su hijo Raúl y él ya
habían pillado un par de borracheras sonadas. De las de vomitar hasta que echaban el
hígado y habían tenido que ser encubiertos por los hermanos mayores de su amigo.
-De acuerdo, pero solo hoy.
-¡Gracias! Brindar por Marta con Coca-Cola no es decente.
-Tú sí que no eres decente, pillastre -dijo su madre dándole un cariñoso pescozón en la cabeza-. Que manipulas a tu padre como te da la gana.
-Porque seguramente también él era un trasto como yo y me comprende.
-Tu padre era un santo, ¡y tu tío Raúl, ni te cuento! -intervino Inma, burlona-, a
tu edad solo bebía infusiones, le encantaban.
Raúl rodeó el cuello de su mujer con el brazo y le dio un sonoro beso en la mejilla.
-Por supuesto. Fui yo el que la aficionó a ella a los hierbajos... y ella me enseñó el
mundo de los cubatas. Se pillaba unas borracheras mi rubia...
-¡Una... una sola y me sentí tan mal al día siguiente que nunca volví a repetir la
experiencia!
-¿Te acuerdas Raúl, del famoso tanga rojo? -recordó Fran.
-¡Callaos inmediatamente! Ni una sola palabra más sobre aquella noche.
Todos estallaron en carcajadas.
-De modo que también tú has sido joven, ¿eh, Inma? -dijo Sergio guiñándole un
ojo.
-Pues claro, chaval, ¿qué te crees?
Javier levantó su botella de cerveza.
-¡Por Marta y su regreso!
-Por que se encuentre tan a gusto entre nosotros que nunca más quiera irse lejos -
añadió Sergio.
-No creo que lo haga, chicos. Fuera de aquí se vive fataaaal. ¡No existen las
barbacoas, ni un café decente, y sobre todo no estáis vosotros! Os he echado a todos
mucho de menos.
-Y nosotros a ti -dijo Miriam alzando su Coca-Cola-. Me dejaste sola con estos
tres monstruos.
-¡Eh, que cuando Marta se fue yo ya estaba en Estados Unidos y he vuelto hace una
semana, pequeñaja!
-Pero estos dos hacen por una docena -dijo señalando a sus otros hermanos.
-Seguro que sí, ¿verdad, Hugo? -admitió Sergio.
-Por supuesto. ¡A por ella!
Ambos soltaron rápidamente sus bebidas y cogiendo a su hermana, la alzaron en vilo
pese a sus protestas, y sin darle tiempo a quitarse la toalla que la envolvía, la arrojaron
a la piscina. Mirian salió chorreando y se dirigió a Hugo, con el puño alzado.
-Esta me la vais a pagar, os lo aseguro... Ya puede llamar quien llame preguntando
por ti, que le voy a decir que te has mudado a la Antártida.
Sergio, conciliador, se acercó a su hermana con una toalla seca.
-No te enfades, preciosa, que el fin de semana te voy a llevar de paseo en el barco
y te voy a dejar conducirlo un poquito. Y si quieres traer a «alguien», será bienvenido.
La mirada severa que le dirigió, hizo comprender a Marta que su amiga se había
enamorado y todavía no era de dominio público. Se sentaron alrededor de la mesa y se
dedicaron a comer y beber. Fran y Susana se hicieron los distraídos cada vez que
Sergio le pasaba a su hermano menor una botella a escondidas, cuando este terminaba
la suya. Un día era un día, y tampoco ellos habían sido unos santos en su juventud.
La velada transcurrió alegre y animada hasta altas horas de la noche. Después, Inma
y Raúl se marcharon y Fran y Susana se fueron la cama.
Marta se sentía agotada, y a pesar de no querer separarse de sus amigos, también
decidió irse a dormir.
La habitación de Miriam siempre había tenido dos camas, una de ellas para Marta.
Se sentaron sobre ellas en pijama y esta no perdió tiempo en preguntar:
-Bueno... ¿no vas a hablarme de tu chico?
-No es mi chico, Sergio es un bocazas.
-Pero hay un chico.
-Sí... pero no hay nada entre nosotros. Se llama Ángel, vive en la urbanización y
coincidimos a veces cuando salgo a dar una vuelta con la bici. Charlamos, y un día mi
hermano nos pilló hablando en la puerta de su casa. Nada más.
-Pero te gusta.
-Sí.
-Entonces hay algo... ¡A por él! Ojalá para mi fuera tan fácil.
A través de la ventana abierta se oía el murmullo de los tres hermanos hablando.
Marta se levantó y se asomó. Estaban sentados en los butacones, con una copa en la
mano, Hugo incluido. Este, el más alto de los tres, tenía las largas piernas estiradas
hacia delante y miraba fijamente su vaso a medio consumir. El largo pelo oscuro le caía
sobre los hombros todavía algo mojado por el baño. Sergio, con su pelo también oscuro y ondulado y sus músculos recién adquiridos,
había perdido su aire tranquilo y hablaba y gesticulaba sin cesar, como si tratase de
convencer a los otros de algo. Indudablemente era el más guapo de los tres, y el que
Marta más quería... pero no estaba segura de sentir por él un afecto diferente a la
amistad.
Y Javier, el único rubio, tan parecido a Fran. Alto y delgado como Susana, serio
como ella, miraba a su hermano y asentía con la cabeza a sus palabras. Marta pensó que
le gustaría saber de qué estaban hablando, porque el aspecto grave de los tres le hizo
imaginar que estaban tratando un tema importante. Suspirando, volvió a la cama.
-Voy a acostarme, estoy agotada. Mis mosqueteros tendrán que esperar a mañana.
-No te preocupes, ninguno se marchará sin ti a ningún sitio.
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Más que amigos
Novela Juvenilla segunda parte del Libro ¿Solo amigos? de Ana Álvarez. Han pasado dieciséis años desde el epílogo de ¿Solo amigos? Los pequeños han crecido, Fran logró la pequeña que ansiaba y tal y como se preveía los 3 chicos Figueroa terminan enamorándose de l...