🕊: trece

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La mañana del 23 de diciembre amanece nublada. Madrid ya no es la misma desde hace unos meses. Ahora el frío te cala hasta el alma.

Agoney termina de preparar su maleta. No está seguro de querer irse a tenerife. De hecho, sus amigos le habían dicho que volviese para fin de año, que ellos iban a salir por ahí. Pero sabe que su madre no se lo tomaría bien, que le dolería que no pasase las fiestas con ella.

En el salón se encuentra su madre hablando por teléfono con vaya a saber quién, aunque por la forma de hablar, casi puede jurar que es su padre. Se gira a mirarle en cuanto cuelga, dedicándole una sonrisa que a Agoney no le transmite seguridad. Algo ha pasado.

—¿Qué ocurre? —le pregunta mientras se sienta en el sofá, a su lado.

—Tu padre no quiere que vayas —dice y hace una pausa para coger aire. —Dice que no puede soportar que vayas a estar allí. Que ni siquiera se atreve a mirarte.

A Agoney sus palabras se le clavan como cuchillas. Sabe que su padre no va a aceptarle nunca, pero oírle decir eso a su madre, le duele muchísimo. Más de lo que él mismo hubiese imaginado.

—Si quieres me quedo, al fin y al cabo, yo tampoco quiero verle —intenta decir más tranquilo, aunque por dentro siente que no va aguantar mucho más sin ponerse a llorar.

—No quiero que te quedes solo, cariño.

—Mamá, de verdad que no pasa nada. Veré si alguno de los chicos quiere pasar las fiestas conmigo.

A su madre le duele todo aquello. Y si no fuese porque ha hecho un trato con el padre de su hijo, ni siquiera iría.

Agoney se levanta del sofá, cabizbajo, y le da un beso a su madre en la mejilla. Sabe que no es culpa suya, a pesar de que en esos momentos lo único que quiere es encerrarse en su habitación. Evadirse unas horas.

                                      [🕊]

Cuando se despierta, su madre ya se ha ido. Le ha dejado una nota en la cocina informándole de que volverá el 5 por la mañana. Y que lo siente. Agoney se sienta en uno de los taburetes de la cocina. No sabe qué va a hacer. Ni siquiera se atreve a llamar a sus amigos, porque al fin y al cabo, el único que sabe toda la historia es Raoul, y este ya tiene planes. Aún así, decide enviarle un mensaje.

Agoney: Siento molestarte, ¿pero podrías venir un rato a casa?

Raoul tarda en contestarle. Seguramente esté haciendo la maleta. Se va a Barcelona hasta el 28.

Raoul: En 5 minutos estoy allí.

El de adeje sonríe al ver su mensaje. Tiene ganas de verle. Aunque sea poco el tiempo que vayan a pasar juntos.

 
                                    [🕊]

Raoul llama a la puerta con cierto nerviosismo. Sabe que algo no va bien. Lo ha notado en cuanto Agoney le ha escrito.

—¿Qué ha pasado? —le pregunta nada más abrirse la puerta.

El canario no duda ni un segundo en abrazarle. Raoul deja pequeñas caricias en su espalda, lo que consigue que al final Agoney rompa a llorar. No soporta más esa situación.

—Tranquilo —le susurra Raoul mientras se sientan en el sofá. —Cuando te encuentres mejor, me cuentas qué ha pasado.

Asiente. Sabe que tampoco tiene mucho tiempo, el tren a Barcelona sale en unas horas.

—Mi padre no quiso que fuera —dice después de unos minutos. —Le dijo a mi madre que no soporta tenerme cerca, que ni siquiera se atreve a mirarme. Me dolió, más incluso de lo que imaginé que me dolería. Así que al final mi madre decidió irse sola, bueno, más bien la obligué a ir porque ya tenía los billetes pagados y no quería que perdiese más dinero, pero joder —dice y suspira, conteniendo las lágrimas.

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