🕊: dieciséis

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Agoney se despierta en mitad de la noche a causa de una pesadilla. Llevaba tiempo sin pasarle, y en esos momentos, se siente muy vulnerable. Echa de menos su vida en tenerife, pero sobre todo, echa de menos tener a su madre cerca. Intenta calmar los latidos acelerados de su corazón, pero no lo consigue. Tiene miedo de lo que su padre puede estar haciéndole a su madre. Tiene miedo de no volver a verla nunca más.

Se levanta de la cama y el frío suelo le devuelve a la realidad. No sabe qué hacer. Allí en Madrid no encaja, y por más que sus amigos hayan hecho todo lo posible por hacerle sentir como en casa, hasta ellos mismos saben que el canario allí no es feliz.

Baja sin hacer ruido las escaleras que conducen al salón, donde Raoul duerme incómodo en el sofá. Le ve moverse repetidas veces, pero no se despierta. Se sienta en el suelo, y toca su hombro con mucho cuidado. Necesita hablar con él.

—¿Ago? —dice y se incorpora un poco. —¿Necesitas algo?

—¿Podemos hablar? —dice y tiene que pedirse a sí mismo que se tranquilice porque el corazón le va a mil.

—¿De qué quieres hablar? —pregunta un poco nervioso.

—De todo, Raoul. De mí, de ti, de lo que pasó en diciembre, yo qué sé.

—¿No sería mejor hablarlo por la mañana? Lo digo porque son las 4:00 y...—le interrumpe, necesita soltarlo.

—Después de contarle a mi padre que era gay y de la pelea que tuvimos en la que le rompí la nariz, estuvo varios meses sin hablarme. Yo sentía que sobraba en esa casa, que no podía soportarlo más. Un día se lo dije, y discutimos. Discutimos por muchas cosas que llevábamos tiempo sin decirnos, yo estaba muy nervioso porque era la primera vez de verdad que le plantaba cara. Y entonces, me pegó. Empezó a gritarme muchísimas cosas que a día de hoy aún me siguen doliendo —dice y hace una pausa para limpiarse las lágrimas que caen por sus mejillas. —Mi madre nunca se enteró de eso porque no quise contárselo, y porque él me hizo jurarle que no lo haría, y que si lo hacía, me haría la vida imposible. Así que me callé para no hacerle daño a mi madre, para que ella no sufriera por toda la mierda que estaba sucediendo. Y desde aquel entonces, no dejo de tener pesadillas con ese momento. Y cada vez es peor.

Raoul no sabe qué decirle. Le duele que Agoney haya pasado por toda esa situación. Que nunca haya podido contar con alguien para desahogarse o contarle que se sentía muy solo. Le duele verle así. Hundido.

Se pone a la altura de su cara, y seca las lágrimas que hay en sus mejillas. Agoney cierra los ojos ante su tacto, pero ni siquiera se deja llevar porque aún tiene muchísimas cosas que decirle. Ya no tiene miedo de seguir ocultando lo que siente.

—Llevo años soportándolo. Callándome para que la gente no me tenga pena, para no ser una carga para los demás. Cuando llegué a Madrid pensé que podía ser feliz, que sentiría que este sería mi hogar, pero no fue así. Bueno, mi hogar sí que lo encontré, pero no es ni Madrid ni ningún otro lugar. Mi hogar eres tú, Raoul —dice y el rubio siente su corazón latir con fuerza dentro de su pecho. —Pero me es imposible volver a acercarme a ti por lo que pasó hace dos meses en Barcelona. Por lo que me dijiste, por cómo me hiciste sentir.

Raoul se siente abrumado. Lleva dos meses intentando evitar hablar de sus sentimientos, porque en el fondo, él mismo se ha dado cuenta de que no es capaz de sacarse a Agoney de la cabeza ni un solo segundo. Que le daría su vida si hiciese falta con tal de no verle así nunca más. Porque la había cagado y se sentía muy mal por ello, pero estaba seguro de que lo que había sentido con él, no iba a sentirlo nunca con nadie.

—Tenía miedo de que nos alejáramos tanto que luego ninguno quisiera volver. Y estaba confundido porque todo lo que estaba sintiendo era nuevo para mí. Sé que no debería haberte dicho eso, que tendría que haber cedido para poder pensar con claridad, pero te juro que en ningún momento quise hacerte daño y mucho menos decirte lo que te dije. Aún no estoy preparado para decir abiertamente quién soy por miedo a lo que pueda pensar la gente de mi alrededor, pero no quiero hacerte daño.

—¿Y te pensabas que llamándome maricón me iba a quedar a tu lado? —dice y le mira, esperando una respuesta.

—Ago...—dice y el canario le interrumpe.

—No me llames así, por favor —dice en un susurro.

—Joder —suelta y tira de su pelo, frustrado. —¿Qué cojones querías que hiciera? Tenía miedo de perderte, y para colmo me había comportado como un gilipollas esa noche.

—Pues lo mismo podríais haberte callado y no actuar como actuaste —dice y hace una pausa. —Estuve dos meses sintiendo que te importaba una mierda, que seguías siendo la misma persona que conocí hace unos meses. Y yo no quiero tenerte en mi vida de esta manera, Raoul.

—No vas a creerme, y sé que tampoco tienes intención de perdonarme, pero lo siento. Juro que en ningún momento quise hacerte daño, que simplemente tenía miedo. Aún lo sigo teniendo, pero Agoney, contigo me siento libre. Tengo ganas de arriesgarme aunque sea para hacer una tontería, y nunca pensé que llegaría a sentirme así con alguien. Fui un gilipollas, y no hay día en el que no me lo recuerde, pero eres muy importante para mí.

Agoney le cree porque ve el arrepentimiento y el miedo reflejado en sus ojos. Porque ve cómo mira al suelo, nervioso. Ninguno quiere perder al otro. Y en parte, Agoney le necesita más que nunca. Necesita tenerle en su vida ahora que su madre ya no está en Madrid.

Se acerca un poco más a él y ambos se miran durante unos segundos. Los ojos del canario se dirigen a los labios del rubio, y Raoul siente que está a punto de perder el control porque se muere de ganas de besarle.

El canario pone una mano en su nuca y le acerca un poco más a él. Sus labios casi pueden rozarse, y el corazón de ambos late con fuerza. Tienen miedo de lo que están a punto de hacer, pero llevan meses quedándose con las ganas.

Raoul roza sus labios, tan lentamente que Agoney cree que hasta le tiemblan las piernas. El canario es el primero en romper aquella escasa distancia que les separa y une sus labios. El beso se intensifica cuando Raoul muerde el labio inferior del canario, al que se le escapa un gemido. Se separan después de unos segundos, con la frente apoyada en la del otro, intentando asimilar todo lo que acaba de pasar.

Es la victoria una libertad. El miedo huye, no hay vuelta atrás.

Ya no hay rastro del miedo que les impedía quererse hace unos meses. Ahora se sienten libres. Y qué bonito es sentirse así.

Libertad,
la suya,
la de él.



Nota de la autora:
Tendría que haberlo subido la semana pasada, pero estoy liadísima con cosas de clase y no tengo tiempo. Seguro que no es lo que os esperabais, pero poneos también en el lugar de raoul y en cómo debe de estar sintiéndose con toda esta situación. Dadle amor y nos leemos muy pronto 💐 

pd: gracias por los 2k leídos, sois un amor.

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