Capítulo 4

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  • Dedicado a Daniel Zamora M
                                    

La mañana estaba muy fría y no tenía ni un poquito ganas de ir a trabajar, en solo pensar que cualquier pervertido puede ir al restaurante, no para comer, si no para pagar para acostarse con cualquier chica me hacía tener más sueño y quedarme todo el día en la cama. Lo único que me animaba a ir era que ayer Owen me dijo que volvería al restaurante para solicitar "acostarse" conmigo pero en realidad era solamente para hablar, para conocernos mejor.

Y eran las 7 de la mañana y mi uniforme no estaba listo, ni siquiera estaba lavado ni aplanchado, iba a llegar tarde y no quería ni imaginarme la regañada del gerente que me tenía que aguantar cuando llegara al restaurante. Fui al baño corriendo y mientras me bañaba miraba el reloj cada 3 segundos. Aplanché mi uniforme nada más, si lo aplanchaba iba a llegar demasiado tarde, entonces le eché casi toda la botella de perfume para que por lómenos oliera a que estaba recién lavado. Me puse el uniforme y mis tacones altos, cepillé mi pelo porque para mi suerte me lo había aplanchado el día anterior así que estaba lindo. Cuando ya estaba lista para irme, corrí hacía la puerta pero Brenda me detuvo.

-Mónica debes comer algo, como sé que ya vas tarde, te preparé un desayuno rápido, ven y come porque te puedes enfermar.

-Está bien Brenda- dije mientras me sentaba en la silla. Solamente le le metí u mordisco a las tostadas con mermelada de piña y tomé un sorbo del jugo de naranja que por cierto estaba delicioso.

Cuando terminé de “desayunar” corrí hacía la puerta y salí de la casa. Estaba muy estresada y ya iba tarde así que pasé por una farmacia comprando unas pastillas que me ayudaran a relajarme. Seguí mi camino al restaurante y cuando llegué había muchos clientes, unos comiendo, otros pidiendo el servicio de dama de compañía, otros que apenas llegaban. El ver tanta gente me preocupó más, le había dejado todo el trabajo a Tara y a las chicas que también trabajan conmigo.

- Mónica llegas súper tarde- dijo Tara mientras hacía entrega de dos platos a la mesa 3.

- Perdón, es que ya sabes que no me agrada para nada mi trabajo y anoche estaba muy cansada entonces desperté tarde. No volverá a pasar, lo siento.

- Tranquila, por suerte la mayoría de gente solo ha venido a comer y no a pedir servicio, cosa que me beneficia porque las chicas me ayudan más. Pero debes saber que tienes mucha suerte, el gerente no está porque se sintió muy mal esta mañana.  

- Uuufff que suerte me tengo, ¿y cómo sabes tú que el gerente está enfermo?

- Mira Mónica, hay cosas que tú no sabes todavía y creo que debes saberlas. Yo soy la esposa del gerente, su nombre es Federico.

- ¿Qué? Tara tú estás loca o que, estas muy joven como para ser la esposa de un viejo.

- Te voy a contar como sucedió. Hace varios años, cuando yo tenía 19, yo estaba casada con un joven de la misma edad mía, él era alcohólico y me pegaba mucho, todas las noches llegaba a las 2 de la madrugada, borracho y golpeado, su enojo lo descargaba en mí, me pegaba salvajemente hasta que un día de esos no aguante más y con la cara cubierta de sangre por los golpes, salí lo más rápido que pude de la casa, caminé unos minutos nada más porque ya no aguantaba, mis piernas hicieron que callera al piso. Varios segundos después se acercó un señor y muy preocupado me pregunto si me encontraba bien, por supuesto que le contesté que no, él, me inmediato me llevó al hospital más cercano donde estuve internada varios días hasta que mis heridas sanaran. Todos los días el me cuidaba, me llevaba flores y chocolates, lo apreciaba mucho porque lo sentía como un padre, hasta que un día me confesó que estaba enamorado de mí y me propuso matrimonio, me dijo que me pagaría mis estudios con tal de que me casara con él, mi respuesta fue un sí, no estaba nada feliz pero quería estudiar y quería tener un hogar donde vivir ya que mis padres murieron cuando tenía tan solo 12 años. Hasta hoy sigo casada con un desgraciado que me vende como si fuera un juguete.

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