uno

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—Chau bella —me dijo Paz, mi mejor amiga, cuando salimos del teatro.

—Chau, Paz. Mandame un mensaje cuando llegues —dije, ya que se iba en colectivo y me preocupaba un poco al ser las nueve de la noche.

—Dale, vos también, ¿si? cuidate.

Nos despedimos con un beso y pensé qué triste es tener que cuidarnos entre nosotras y que en realidad no tendríamos por qué avisar cuando llegamos, pero así estamos.

Habíamos tenido una presentación con mi grupo de baile y estaba cansada, así que esperé sentada en las escaleras del teatro cuando mi amiga se fue. Supuestamente me tenía que venir a buscar mi hermano, pero el tiempo pasaba, la gente a mi al rededor cada vez era menos, y Daniel no llegaba.

Diez y cuarto de la noche. Una hora había pasado. Ya no había gente y la temperatura comenzaba a bajar. Por suerte el verano estaba llegando, así que no estaba tan fresco, pero yo estaba medio en bolas y al estar mucho tiempo quieta, sentía bastante frío.

Ví el auto de Daniel parar en la calle, así que me paré y comencé a caminar hacia él pensando las puteadas que le iba a gritar a penas abra la puerta, pero me sorprendí cuando en vez de a Daniel, ví a un chico castaño adentro del auto. Amagué a cerrar la puerta, pensando que me había equivocado, cuando su voz me interrumpió;

—¿Sos la hermana de Daniel? —inquirió el chabón.

—Sí, ¿vos quién sos? —interrogué entre confundida y desconfiada.

—Soy amigo de Daniel, subite. Me dijo que te venga a buscar —respondió simple, sin mirarme y se peinó el pelo hacia atrás.

Lo miré insegura. No lo conocía.

—Me voy caminando mejor, ¿sabes? —cerré la puerta y comencé a caminar, pero no pude ni dar dos pasos que sentí una mano fría agarrarme del brazo.

—No te vas a ir sola. Vení, no seas boluda, llamá a Daniel si querés.

—Sí, obvio que lo voy a llamar —exclamé mientras sacaba mi celular del bolsillo trasero de mi jean.

Después de unos segundos en los que rogué que Daniel me atendiera, su voz sonó del otro lado de la línea y no tardé en atacarlo con preguntas;

—Daniel, ¿dónde estás? ¿mandaste a otro chabón a venir a buscarme? te voy a cagar a piñas, hablá.

—Bueno, bueno, bajá la toma. Sí, mandé a Valentín. Es un amigo mío, no te preocupes —respondió calmado como casi siempre— es de confianza, negri.

—¿Qué haces hablando así, boludo? —inquirí tratando de soltar una risa, sabía que Daniel nunca podría decir negri.

Aunque éramos una familia un poco más adinerada de lo que se conoce como la clase media —casi llegando a la alta—, mi hermano era como la oveja negra. Nunca fue de caretear la plata y hasta se juntaba con gente que mi a familia no le cerraba del todo, era totalmente distinto al árbol genealógico, pero mi mamá siempre nos dió libertad de ser como nosotros queramos, siempre y cuando no lastimemos a nadie. Por eso a sus diecinueve años, se mudó solo y comenzó a trabajar porque, como él decía, no era un tincho como para que le venga todo de arriba.

o de a-ribba akdjajsjsjs entienden bueno perdón

Actualmente nuestros papás se habían ido a visitar a unos parientes que viven cerca de Neuquén, por lo que Daniel tenía que ir a buscarme a todos los lugares a los que usualmente Papá me iba a buscar, en este caso, el teatro. Igualmente, casi siempre cuando era de día, solía tomar el colectivo, pero a la noche prefería que me vayan a buscar, por seguridad.

—Qué se yo, estoy re loco —contestó. Sonreí y terminé la llamada mientras me subía al auto.

—Al fin, corazón —dijo el chabón rodando los ojos.

—Buena, re confite —hablé con un tono de asco que me salía naturalmente cuando me forreaban.

Él sonrió, aunque supe que era una sonrisa falsa. Comenzó a manejar, y todo el camino fue un completo silencio, que rompí cuando llegamos y él amagó a bajarse.

—¿Qué haces? —fruncí el ceño y solté las palabras con un asco que hasta yo me hubiera cagado a piñas.

No me contestó, aunque no supe si me ignoró o no me escuchó. Se bajó del auto y no espero a que yo bajara, fue directamente a la puerta de mi casa y tocó timbre. No entendía nada. En mi casa no había nadie, yo era la única que dormía ahí en estos días que mis papás no estaban.

Pero me equivoqué, sí había alguien y ese alguien era mi hermano.

—¿Y vos qué haces acá? —le pregunté confundida, enarcando una ceja.

—No te quería dejar sola, mirá si te entran a robar o algo —respondió simple, mientras salía de la puerta dejándonos pasar al de ojos celestes y a mí.

—Flaco, me dejaste sola una hora en la puerta del teatro —ataqué, totalmente resentida.

—Sí bueno, no va a volver a pasar —dijo, pero no me pidió perdón, Daniel Ribba era demasiado orgulloso como para decir un simple perdón.

—No te la crees ni vos —acotó el otro chico, que estaba sentado en la mesa del comedor, a unos tres metros.

—Vos callate —respondimos los dos a la vez.

Rodé los ojos y me fui a mi pieza, subiendo por las escaleras, mientras escuchaba como los dos chicos comenzaban a hablar de cosas que no me podían chupar más un ovario.

reales ; wosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora