Desde niña le gustaba ver el columpio de los insectos. Colgaba del techo hasta llegar atrás del ropero, era una fibra blanca y enmarañada, que se anchaba en la parte final, como si fuera una mano abierta con un millón de dedos, dispuesta a recibir a todos los que se acerquen.Ella misma solía colocar moscas y una que otra cucaracha pequeña allí, y disfrutaba viéndolos revolotear durante varios minutos, hasta que la araña los envolvía y se los llevaba a su madriguera.
No era ingenua. Sabía que eso era una telaraña y que los infortunados que caían en sus redes serían devorados por el arácnido y sus crías. Pero le gustaba imaginar que las cosas no eran así, que el suplicio de los animalitos era en realidad un parque bonito donde todos eran felices, y que los vaivenes que hacían al intentar escapar, presos de terror ante la certeza de la muerte, eran en realidad una danza de alegría.
Así también le gustaba imaginar que los gritos de sus padres eran palabras de afecto, que las marcas moradas que ambos se dejaban eran como los dibujos que otras niñas se hacían con lapiceros a la hora del recreo. Todo estaría bien mientras pensara así.
Un día su madre la vio llevando un par de saltamontes al columpio y se enojó mucho con ella. La señora llevaba los ojos hinchados y el aliento amargo, como siempre que peleaba con su esposo. Apartó a la niña de un empujón mientras le gritaba "¡asquerosa, cochina, eres igual de bestia que tu padre!". Movió el ropero y con su zapato aplastó a las arañas en la mano de su hija.La pequeña quiso detenerla agarrándola de las faldas, pero no pudo. Vio el puño cerrado de su progenitora acercarse y luego todo fue silencio y oscuridad.
Cuando abrió los ojos y todo estaba borroso. Sentía un zumbido en los oídos. Quiso llorar, pero no tenía fuerzas. Despegó la cabeza del suelo y vio un charco rojo y pegajoso. Su mamá la había golpeado...
No quiso seguir pensando. Prefirió pasear la mirada por la habitación y encontró una imagen para distraerse: su mamá se había subido al columpio. Solo que este estaba hecho con la correa de su papá. De igual manera, la señora se balanceaba y de vez en cuando danzaba con ligeros temblores. Se alegró mucho de verla divertirse de esa manera, ni siquiera escuchó las sirenas de ambulancia afuera, ni los gritos desesperados de su padre.
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Inktober
Short StoryRecopilación de los cuentos que subiré para el Inktober de este año