Para Siempre

12 0 0
                                    


"Aquí...aquí es para siempre"

El asesino se apretaba la mandíbula con la mano, intentando sofocar su risa. ¡Estaba tan feliz! Sabía que su mano en realidad no existía, así como tampoco su boca, y que todo lo que necesitaba para guardar silencio era concentrarse, pero no podía. ¿Acaso se le podía pedir calma a un niño que entra a un parque de diversiones? Aún así intentó mantenerse lo suficiente callado para poder escuchar a la Voz.

"¿Recuerdas cómo era antes? Podías torturar a una persona, pero solo por un tiempo limitado. Luego moría o, peor aún, su cuerpo perdía la sensibilidad ¿Qué aburrido, no? Sin contar con la problemática de buscar a otra víctima, secuestrarla, lidiar con la policía..."

Su risa cesó. Recordaba con amargura como empezó a llamar la atención de la prensa y cada vez le era más difícil conseguir nuevos juguetes. Nunca olvidaría a aquellos policías atrevidos que les dispararon, obligandolo a sentir dolor y ver su propia sangre. ¡Insolentes muñecos de carne! pensó Pero ya verán cuando mueran...

"Pero aquí no - continuó la Voz - las almas son inmortales, y ahora puedes torturarlas por siempre. Su dolor te alimentará busca tantas almas jóvenes como quieras y date por servido. Solo recuerda que no eres el único, otros querrán las mismas presas que tú y tal vez tengas que luchar..."

En vida el asesino era un hombre alto, de contextura atlética y siempre cuidando su apariencia y modales Para distinguirme de la chusma, pero después de muerto su cuerpo adoptó una forma "más adecuada a su alma"; un ciempiés de casi 10 metros de largo, de cuyo cuerpo brotaban innumerables patas rojas y afiladas, las cuales podían estirarse o agruparse para formar apéndices parecidos a manos. La piel que se veía debajo tenía un aspecto blanco y cremoso. Su apariencia le daba asco, pero era infinitamente más practica para sus juegos. Su único vestigio de humanidad era su rostro; tan hermoso y sonriente como había sido en vida.

El asesino tuvo que pelear contra otros como él, algunas veces ganando y otras huyendo. Incluso se topo con uno que otro "justiciero" que intentó detenerlo.

"Las almas en pena no tienen justicia" le repetía la voz en su cabeza. Nunca había oído voces, al principio supuso que era un invento de su mente, pero sentía que era real. Esta era la Voz, con mayúscula "no las protege el cielo ni el infierno, los que intentan cuidarlas son solo personas como tú, solo que ellos eligieron meterse en la diversión de otros."

El asesino solo comprendía a medias. El cuerpo era solo un envase, al librarse de él, el alma podía tomar una forma más compatible, moldeada por sus deseos e impulsos, Si bien la mayoría tenían aspecto humano, unos pocos estaban lo suficiente enfermos, o bendecidos, como para tomar otra apariencia.

Intentar entender le daba dolor de cabeza. Era mejor guardar silencio y aprovechar sus nuevos poderes.

Un día encontró el alma de cierta niña. Debía haber muerto hace poco, pues no recordaba haberla visto antes. Su cabello negro y su vestido de lazos fueron todo lo necesario para obsesionarse con ella.

Temía que pudiera escapar o encontrar a otro, así que Tusó mucho de su energía para poder "encerrarla" en un solo lugar. Salía para atormentar a otras personas y luego volvía para torturar a su amada. Ella era especial, era su postre y su trofeo. La energía obtenida de su sufrimiento dle hacía más fuerte, más atrevido, y era mucho más dulce.

Tuvo que defenderla de muchos otros asesinos. Tener un ser querido te da fuerzas pensaba mientras luchaba por ella.

Su obsesión aumentó cuando descubrió que, al parecer, le gustaba ser torturada. Si bien la niña no hablaba nunca, sus gestos y su mirada le decían más de lo que todos los seres vivos le habían dicho alguna vez.

El asesino se sintió el hombre más feliz del mundo. Había encontrado su alma gemela, literalmente. Finalmente comprendía el poder y la belleza del amor. Ni sus asesinatos en vida ni después de morir podían compararse a ese dulce y frenético éxtasis.

Por eso, cuando el Justiciero apareció acompañado por una Guerrera, el asesino no dudo en pelear.

"Ella no es como él" le susurro la voz en su cabeza "él es un improvisado, pero ella ha entrenado para matar gente como tú, y tal vez lo logre, deberías huir..."

El asesino hizo oídos sordos. Toda su vida y su postvida se había dejado llevar por la razón y la lógica, pero ahora no las necesitaba. Su amor le había vuelto libre y valiente, al fin tenía algo por lo cual luchar además de él mismo.

Pero la Guerrera tenía una pistola especial, y mientras el asesino estaba distraído intentando empalar al Justiciero, ella le disparó.

Desesperado, huyó lo más rápido que podía. Algunas personas con la voluntad suficiente habían podido golpearlo, pero esto era diferente. Era el dolor más intenso que había sufrido. Usualmente podía atravesar muros y demás objetos sólidos, así que no esperaba que pudieran herirlo con una bala. En ninguna de sus peleas había visto a nadie usar un arma contra un no muerto.

"Ellos pueden matarte. Son personas especiales, capaces de verte y dañarte. Solo los vivos pueden eliminar las almas de los muertos" oyó en su cabeza "Y si lo hacen tu existencia desaparecerá, serás solo energía fluyendo, sin conciencia propia..."

Aquello le aterraba. Tenía que ver a su niña y huir con ella hasta recuperarse.

No hay tiempo de explicarte, cariño - le dijo mientras cortaba los lazos mentales que la restringían - debemos huir.

En cuanto la tomo consigo, la niña le tomó las mejillas con las manos, mirándolo con cariño. Sintió la calidez de su afecto y de dejó envolver por ella, hasta el punto que no sintió como le iba apretando más y más el cráneo.

Ya no te necesito - le decía mientras le estrujaba la cabeza, matándolo - tú te alimentabas de mí, pero yo más de ti.

Con una mueca de desprecio la niña lo arrojó lejos. El asesino se retorcía y lloraba, pero no hacia ningún esfuerzo por salvarse. Solo podía pensar en por que le hacía esto, si él la amaba tanto...

Finalmente dejó de sollozar, poco a poco de desintegró en el espacio y nunca más volvió a sentir nada.

Epílogo

El Justiciero se alegró al dejar de sentir la presencia del asesino. "Probablemente murió por las heridas, o lo remato algún otro loco" le sugirió la Guerrera "pero siempre habrá más como él" Aun así el Justiciero sonreía, el alma de su pequeña hermana había vuelto a desaparecer, pero todo le decía que esta vez estaba a salvo.

InktoberDonde viven las historias. Descúbrelo ahora