Jefferson era una persona como cualquier otra. De lunes a viernes trabajaba en una agencia de diseño y los fines de semana tocaba el saxo en un bar de jazz. Una noche, luego de terminar su presentación, una de las camareras se le acercó.
- Hay un señor que desea que vayas a su mesa - le dijo emocionada - dice que quiere hablar contigo, parece ser un productor o algo así. Está por allá, suerte.
Le agradeció en silencio y fue a la mesa que le señalaron.
Había alguien sentado, la luz del bar no le permitía distinguir bien su apariencia, salvo que vestía ropa formal y estaba entrado en años.
-Por favor tome asiento, señor Grados - le dijo mientras le extendía la mano - es un gusto conocerlo.
-Ehm, gracias - dudando, Jefferson le estrechó la mano del hombre. Estaba fría y sudada. Conteniendo un gesto de desagrado le preguntó - ¿Cómo sabe mi apellido? ¿Ya nos conocíamos?
-Directamente no, pero no fue difícil encontrarlo - las luces de neón se reflejaban de forma inquietante en los dientes del anciano, añadiendo una extraña presión a sus palabras - Verá, llevo tiempo buscando músicos con su talento...
-¿Es usted algún tipo de representante?- se le hacía cada vez más difícil ocultar la incomodidad que aquel hombre le despertaba - ¿Cómo dijo que se llamaba?
Jefferson se sacó los lentes para limpiarlos. Quizá era el cansancio, pero a más lo miraba menos definido le parecía, como si los contornos de su ropa y cabello se fueran desdibujando.
-Mi nombre no importa, señor Grados, sino a quien sirvo. Dígame su precio, no importa cuanto sea. Mi empleador está dispuesto a comprarlo ahora mismo.
-Señor, me está insultando - habría querido levantarse, pero se sentía demasiado aturdido. No había bebido nada desde antes de subir al escenario ¿Acaso lo estarían drogando? - No necesito tocar para nadie más, estoy bien así...
Ni siquiera podía mover las manos para sacar su celular y pedir ayuda. Se dió cuenta de que tampoco podía escuchar nada de lo que pasaba a su alrededor, salvo la voz de aquel hombre, cada vez más distorsionada, terrible, envolvente.
-¿Es feliz así? ¿Viviendo ahogado en conformismo, como si fuera un cadáver intelectual? ¿Un ser sin cerebro y dedicado al hedonismo?
Jefferson ya no veía nada, ni podía mover ningún músculo. Solo sentía como su consciencia era arrastrada de allí por una fuerza inimaginable. Si hubiera estado más consciente habría enloquecido de terror y desesperación.
- ¡Pues felicidades! - exclamó aquella voz, que nunca había estado en el bar realmente, sino que llegaba atravesando la infinidad del tiempo y el espacio - ¡Mi señor Azathoth siempre está buscando nuevos músicos que le mantengan entretenido mientras se arrastra en el centro del universo!
Ya no quedaba nada de Jefferson que sea capaz de responder. En medio de un sopor infinito sentía que le entregaban un saxofón. Antes de empezar a tocarlo escuchó la voz de su interlocutor.
-Nunca tuvo opción, señor Grados, podría haberle dado riquezas y conocimientos infinitos antes de traerlo, pero usted decidió rechazarnos. – Una presión invisible lo atenazaba. Por instinto cerró los ojos, pues sabía que si veía al ser que tenía enfrente conocería un destino incluso peor - Ahora toque, toque por toda la eternidad y recuerde que, si deja de hacerlo, mi señor despertará de su letargo y destruirá el universo.
Con el último vestigio de conciencia que le quedaba, Jefferson sentía como otros miles de músicos eran arrastrados junto a él.
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Inktober
Short StoryRecopilación de los cuentos que subiré para el Inktober de este año