4. EL SUEÑO, EL PRINCIPIO

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17 de enero de 2018

Era un día caluroso de verano y yo volvía a tener diez años, mi padre aún trabajaba en aquella empresa en Charleston y mi madre tenía una reunión importante en la agencia inmobiliaria.

Mis abuelos vivían demasiado lejos para dejarme a su cargo durante toda la tarde, por ello mi madre recurrió a los nuevos vecinos.

La familia Jones había llegado al vecindario hacía apenas unos meses, aunque mi madre ya se las había arreglado para entablar amistad con la madre de los chicos, incluso habían ido de paseo en más de una ocasión.

Es por ello por lo que no dudó en cruzar la calle y preguntar al matrimonio si no les importaba vigilarme durante unas cuantas horas, hasta que mi padre acabara su turno. Jackeline aceptó sin ni siquiera pensarlo, sin poder ocultar la emoción de tener compañía femenina esa tarde.

El señor Jones había llevado a los chicos a un partido de béisbol y no volverían hasta tarde. Seríamos solo la señora Jones y yo.

No me hacía demasiada gracia la idea, nunca había estado en aquella casa y todavía no conocía a la mujer de piel oscura, pelo rizo de color marrón y ojos verdes claros.

Me recibió con un plato hasta arriba de galletas de chocolate que había hecho ella misma esa mañana y vimos una película de dibujos animados que tanto me gustaban, pero no estaba muy dispuesta a admitirlo, ya que todo el mundo en el colegio decía que "ya éramos demasiado mayores para esas cosas".

Hablamos de muchas cosas, me preguntó sobre el colegio, mis gustos, pasatiempos favoritos y sobre mi perro Archie, un pastor alemán que había crecido considerablemente en los últimos meses, desde que lo adoptamos en una perrera tras insistir mucho y convencer a mi padre.

Eran casi las seis cuando mi padre llamó, informando que había habido un accidente en la carretera que había formado una gran caravana y que se retrasaría más allá de la hora de cenar.

El señor Jones y los chicos llegaron poco después, cuando Jackeline estaba preparando la cena y yo estaba tratando de ayudarla. Los adultos se saludaron con un breve beso en los labios, los gemelos entraron activamente y gritándose entre ellos.

Cuando me vieron, los dos se quedaron quietos y callados, lo cual me hizo sentir incómoda. No nos habíamos visto desde la fiesta de Jessica Houston y no sabía la idea que tendrían de mí.

Me volví pequeña, encogiéndome sobre mis hombros y de repente reinó un silencio. Por suerte, no duró demasiado, Jackeline salió a mi rescate con un delantal de cuadros azules y las manos manchadas de harina.

Niños, enseñad a Ally vuestros juegos de mesa. Seguro que os lo pasáis genial.

No me gustaban demasiado los juegos de mesa, pero acepté, no quería ser descortés y menos delante de ellos.

Obedientes, me guiaron hasta el piso de arriba, segunda puerta a la derecha, donde estaba el salón de juegos. Tenían un armario lleno de cajas con juegos, de algunos no había oído hablar nunca, pero trataba de ocultarlo, quería que creyeran que era guay.

Mi estrategia no funcionó mucho tiempo, sacaron tres cajas con juegos y en ninguna de las partidas logré enterarme de las normas, ellos acabaron riéndose y yo me uní a sus risas.

Nos inventamos un nuevo juego, el de las caras, hasta que Jackeline nos llamó para cenar.

Había cocinado una pizza enorme de jamón y queso y la había cortado en grandes rectángulos. La acompañó con tacos con guacamole, que acabó en la cara de los chicos, quienes habían iniciado una guerra y yo estaba destinada a ser un daño colateral, ya que mi sitio estaba justo entre ellos.

Regla de tres [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora