6. CUBRIRSE LAS ESPALDAS

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23 de septiembre de 2012

Era un día de calor agobiante en Beaufort, los mercurios se habían disparado y el sol golpeaba con fuerza, sin ningún tipo de viento como contrincante. Aun así, la excursión de sexto curso al parque de Henry C. Chambers no se había cancelado.

Estaba contenta por ello, había ido a aquel parque en numerosas ocasiones con mis padres, pero ir junto a todos tus compañeros de clase era más divertido.

Aunque el sitio no estaba lejos del colegio de primaria, un autobús nos recogió en la entrada a primera hora, mi padre fue el encargado de llevarnos y Jackeline sería la encargada de recogernos.

Insistimos en llegar temprano, de ese modo podríamos sentarnos en la parte trasera del autobús, mucho más espaciosa, en donde cabríamos los tres. De otro modo, me tocaría ir sola, o peor aún, con alguien que no conocía o no me caía bien.

Conseguimos nuestro objetivo y nos pasamos todo el camino jugando a un juego llamado ¿Qué sucedería si...? el cual consistía en inventar una situación y las otras dos personas tenían qué responder que pasaría si ocurriese de verdad.

— ¿Qué sucedería si cayera un meteorito en Estados Unidos? — Cole era el que tenía más imaginación de los tres, por lo que sus preguntas siempre eran las mejores.

— Se formaría un agujero enorme en el suelo y dentro del meteorito podría haber una sustancia de los extraterrestres que nos diera poderes — responde Dylan y su hermano asiente con la cabeza.

— Si cae un meteorito morimos todos — digo yo, arrojándoles encima la realidad — esas piedras vienen del espacio a mucha velocidad y están muy calientes, por lo que el impacto es muy grande y no sobreviviríamos. Lo he leído.

— Eres una friki, Ally.

Tenían razón. Era un bicho raro a la que le gustaban mucho las matemáticas y los juegos de pensar, lo que no me había facilitado hacer muchos amigos. Sin embargo, a Dylan y a Cole, ese detalle no pareció impedirles convertirse en mis amigos.

Habíamos llegado a nuestro destino rápidamente y nuestros profesores nos guiaron por el paseo que bordeaba el río y nos explicaban cosas sobre nuestra ciudad, pero a mí la historia no me interesaba demasiado.

Nos entretuvimos, pues, con otro de nuestros juegos favoritos en donde uno hacía una mueca y los otros tenían que adivinar qué estaba pasando.

Dylan hizo una muy graciosa cerrando los ojos y arrugando la nariz y la frente mientras abría la boca y enseñaba los dos huecos que correspondían a los incisivos centrales, que se le habían caído muy tarde.

— ¿Estás estreñido? — sugiere Cole riéndose, Dylan niega con la cabeza y me mira a mí, esperando mi respuesta.

— Te has comido una mazorca de maíz.

Aplaude y me regala una de sus sonrisas, lo que significa que he acertado y he ganado a Cole por — tantas veces que he perdido la cuenta —.

Era la hora de comer y mi madre nos había preparado a los tres sus famosos sándwiches de pollo y queso fundido.

En ese momento, Asher Murphy, acompañado de dos de sus súbditos — como los llamábamos nosotros, pues siempre iban detrás de él siguiéndole como perritos falderos — se acerca a nosotros y se coloca justo enfrente de mí. Su cuerpo oculta el sol y su sombra me envuelve, por lo que no necesito arrugar más la frente.

— Mirad a quién tenemos aquí — extiende su brazo perpendicularmente a su cuerpo y me apunta con su dedo índice — Si es la friki de las matemáticas, tened cuidado de que no os contagie sus aires de empollona.

Regla de tres [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora