Resultó ser fácil olvidarse temporalmente del incidente. A medida que aumentaban las temperaturas, también lo hacía su carga de trabajo. Las plantas que crecían estaban sedientas, las malas hierbas se regocijaban en los días que se alargaban, y las semanas corrían juntas de esa manera que lo hacen cuando la vida está agradablemente ocupada.
Lapis se enamoró del trabajo de muchas maneras. Le encantaba el olor del agua en la tierra seca, ese tipo de olor después de la lluvia que le traía recuerdos felices del verano. Le encantaba el deleite de ver cómo las plantas que tenía bajo su cuidado brotaban, crecían y florecían día a día. Descubrió lo que era una verdolaga, una dalia, una gardenia y una docena de otras plantas que nunca antes había podido nombrar. Cada una era espléndidamente bella, Lapis y Peridot celebraron prácticamente cada nueva flor que surgía.
Se enamoró de sus compañeros de trabajo (en su mayoría primos y hermanas) que se ocupaban del césped y de los greens de golf y de los impresionantes árboles altos que sombreaban el paisaje del club de campo. Eran toscos, amigables y ruidosos de la mejor manera, y aceptaron con entusiasmo a sus camaradas de invernadero más tranquilas.
Se enamoró de la forma en que sus músculos dolían al final del día, y de la forma en la cual dormía como un bebé al tocar el colchón, y de la forma en la que sus brazos se tonificaban y bronceaban al levantar bolsas de tierra a la luz del sol. Peridot explotó en un lío de pequeñas pecas. Le salpicaban la nariz y los hombros, Lapis lo relaciono casi al instante con las constelaciones.
Y el trabajo no fue lo único que trajo una feliz distracción. Steven había empezado a traer a su amiga Connie para los juegos de mesa y para disfrutar de la ecléctica colección de películas de Peridot. Lapis siempre se regocijaba con la compañía de Steven, pero ver lo entusiasmado que estaba de que tantos de sus amigos se llevaran bien fue profundamente conmovedor. Ella y Peridot empezaron a apostar sobre cuando los dos jóvenes finalmente terminarían saliendo. No era particularmente difícil ver que estaban enamorados el uno del otro. Estaba orgullosa de él.
Lapis se sorprendió al notar que se sentía... bien. Como, muy bien, comparado con la manera en la que se sintió por tanto tiempo, después de ese fatídico accidente. ¿Cuánto tiempo había pasado? Al menos medio año. Wow. Los días de libertad condicional que le quedaban estaban desapareciendo lentamente, quitándose un gran peso de los hombros a medida que avanzaba. Granate se había sentido lo suficientemente cómoda con su progreso como para que sus sesiones se redujeran a una cada dos semanas. Y su próxima sesión sería un mes después de la última, esta vez.
Todo parecía tan surrealista, y sin embargo... exactamente como debería ser.
Lapis reflexionó sobre estas cosas en la comodidad de su puff, en un perezoso y libre domingo. Peridot se había ido a hacer unos recados, dejándola con sus pensamientos. Acarició las suaves orejas de Calabaza y vio las nubes flotar por las ventanas. Era otro día maravilloso.
Una puerta cerrada de golpe la trajo de vuelta al presente. Miró por encima de su hombro. Era Peridot. Llevaba una bolsa del supermercado agarrada entre su puño y un surco entre las cejas.
Las alarmas sonaron en la mente de Lapis. "¿Estás bien?"
"¡Sí! ¡No! ¡Ugh!" Peridot respondió, tirando la bolsa sobre el mostrador y abriendo algunos cajones. "Estoy teniendo una pequeña recaída de ira", admitió, rebuscando en un cajón.
"¿Qué estás buscando?"
"Cigarrillos".
Lapis abrió los ojos. Nunca había visto fumar a Peridot antes. "Oye, ¿Qué pasó?" preguntó Lapis, levantándose de su silla y acercándose a su angustiada compañera de cuarto. Recordó cuántas veces Peridot la había llevado a un lugar seguro durante sus ataques de pánico en los últimos meses. Era su turno de devolverle el favor.
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Pyrohydriscence
Fiksi PenggemarLapis lo pierde todo: su coche, su apartamento, el control sobre su propia vida... lo que nunca pensó tener, era una compañera de piso.