Desde aquel incidente sobrenatural, había adoptado una postura recelosa. Le temía a la habitación. Me sentía insegura y en constante alerta. Sin embargo, no quería comentarle nada a mi madre. Tal vez, me tomaría por loca o simplemente me ignoraba por completo. En parte, evadía la conversación, porque era consciente del estado emocional de mi madre. Una mujer que había sido engañada por su marido, jamás tendría ánimos para alguna bobería, como que un ente espiritual acechaba su casa. Tenía asuntos más importantes, como obligarse a hundirse en su propia tristeza. Además, había seguido con su vida laboral, como si estar ocupada le sirviera de terapia.
Los días avanzaban, pero el temor era latente. No soportaba ni un minuto más en el dormitorio. Empecé a ver cosas en dónde no las había y los niveles de paranoia habían aumentado. Quizás, estaba pasando por mucho estrés desde la ruptura familiar. Debía tranquilizarme y tomar las cosas con calma, porque en el peor de los casos, terminaría sedada y amarrada a una camisa de fuerza; en una habitación asfixiante. Así que, ocupé el tiempo en actividades que dispersaran mi mente. Entonces, se me ocurrió hacer un tour por toda la casa. Habían rincones que aún desconocía. Me pasé de habitación en habitación, pero no encontré nada que me llamara la atención, hasta que entré a la última. Supuse que también albergaba trastos y demás. Encendí el interruptor y voilà ; tenía ante mí, la habitación de mis sueños. Un sin número de antigüedades que perfectamente podrían subastarse. Sin embargo, no estaba interesada en el dinero.
Entre toda esa mina de tesoros del pasado, me enamoré de una máquina de escribir. Siempre había soñado con tener una de esas. Me serviría para escribir manualmente en mis ratos libres. Tomé unos cuantos libros clásicos de la literatura, entre ellos Hamlet de Shakespeare, Dracula de Bram Stoker y Edipo Rey de Sófocles. Llevé la máquina y los libros a mi habitación sin ningún problema. Se me había olvidado por completo porqué evitaba estar en ese lugar.
Para poner en uso la máquina, necesitaba limpiarla, comprarle tinta y resmas de papel. Pero, antes quería visitar a mis amigas. Desde que nos habíamos mudado, solo las veía en la escuela. Había dejado de asistir a los encuentros del club de lectura.
Nuestro grupo lo conformaba Lía: morena, cabello rizado y completamente madura para su edad. Le seguía Lila, de mediana estatura, cabello corto y de un tono purpura. Lila era la típica nerviosa del grupo; creo que hasta más que yo. Luego Salome: alta, pelirroja y osada. Y finalmente estaba yo, Sylvia Morrinson: una jovencita sin la menor gracia.
Nos solíamos reunir en una fábrica abandonada de muebles. En cada encuentro, una de nosotras llevaba un libro variado de historias de brujas, cuentos de terror, entre otros. Otra se encargaba de llevar velas y fósforos. Otra traía consigo los pasabocas y la tarea más inusual del club, se la quedaba Salomé: lucía como una chica de ciudad, acostumbrada a los lujos y a las buenas costumbres, pero en realidad no le daba asco agarrar sapos y ratones, o conseguir arañas que llevaba como mascotas al club. Sí que éramos unas freaks.
— He ido a sus respectivas casas y no las he encontrado. Supuse que estarían aquí.
— ¡Sylvia, por fin regresaste! —Lila se levantó alegremente y me dió un fuerte abrazo—. Te extrañamos mucho en el club ¿Verdad muchachas? —las demás asintieron.
— Ven, siéntate con nosotras —me ofreció Lía.
Me acerqué y me senté alrededor de la lumbre.
— Eres una ingrata, Sylvia —Salomé había hecho una mueca de desagrado—. Ya casi ni te reúnes con nosotras.
— Lo siento, enserio —me disculpé—. Estoy pasando por un mal momento.
— ¿Qué sucede? —preguntó Lía.
— No me digas que un chico se atrevió a jugar contigo—intervino Lila.
— Para nada —me causó gracia que pensara que era por un chico—. Es más grave que eso. Tiene que ver con mi familia.
No tuve más remedio que contarles. Lila se mostró afligida, mientras que Salomé se sintió apenada por haberme reclamado sin saber lo mal que la estaba pasando. En cambio Lía, demostró estar conmovida y me abrazó como lo solía hacer cuando alguna de nosotras se sentía triste.
— Esas son unas verdaderas arpías—dijo Salomé, después de escucharme—. Como me gustaría verla arder.
— ¿No estarás hablando en serio? —preguntó Lila, muy preocupada por los pensamientos turbios de Salomé.
— No hay que tener compasión para con ese tipo de mujeres... ¡Son unas zorras!
— ¡Salome, por favor! —intervino Lía.
— ¿Qué? —le replicó a Lía—. Es la verdad.
— Salomé tiene razón—y me animé a apoyar su postura—. Les confieso que a veces me dan ganas de ir a su casa y hacer que suplique por su vida.
— ¿Estás pensando en...? —Lía se interrumpió en lo que iba a decir.
— No te preocupes. Soy una cobarde.
— Deberíamos conseguir un texto de magia negra y lanzarle maleficios a esa mujer malvada—propuso Salome.
— ¿Cómo crees, Salome? —esta vez no había estado de acuerdo—. No creo que unas cobardes y novatas cómo nosotras se atrevan a tanto. Primero se acaba este mundo, antes de que alguna de nosotras firme pacto con el diablo.
Pasamos buen rato hablando y ya luego volví a casa, con la tinta y las resmas de papel que había salido a comprar. Era de noche y subí hasta la habitación de mi madre para comprobar si dormía. Luego, me dirigí a mi dormitorio y puse las cosas encima del escritorio. Me tumbé en la cama y miré hacia el cielo raso; perdida en mis pensamientos, cuando me percaté, que el papel tapiz de la pared estaba medio despegado, como si alguien hubiese intentando levantarlo. Asumí que tal vez era a causa del tiempo. Pero, aún así me molestaba que dañara la estética del lugar. Entonces comencé a jalar del papel. Quedé sorprendida cuando hice mi descubrimiento; debajo del papel había un espejo, adherido en el fondo de la pared, sin ninguna explicación.
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🕯️~° El Espejo °~ 🕯️/En Edición/
TerrorDespués de la infidelidad de su padre, Sylvia Morrinson decide mudarse con su madre a una nueva casa, en un vecindario cercano al suyo, ya que debe continuar asistiendo a la misma escuela por falta de recursos. Además sus mejores amigas estudian all...