Capitulo 20:

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Capitulo 20
(Martina)
Paso a buscarme, después de lo había sucedido, en mi casa..ambos partimos ala playa, una vez allí, los chicos, ya habían encendido la fogata, todos nos sentamos, alrededor de ella, estábamos hablando de la gira, comenzaría en días,, todos estaban animados por eso, en ese momento todos ya no tenían de que hablar asique a valeria se le ocurrió la brillante idea de contar historias de fantasmas, maldije por dentro, pues odio esas historias 
(Diego)
—La tía de la señora Artmann penetró en el túnel y al llegar a la mitad del mismo sintiéndose súbitamente presa de un tremendo terror. —La voz de vale tenía cierto toque sepulcral, y la pausa que hizo sirvió para que oyéramos el chisporrotear de las llamas, junto a nuestras propias y entrecortadas respiraciones. Cuando continuó, aquel tono lúgubre que continuaba a lo largo de todo el relato también extendió la tensión general—. Una mujer avanzaba hacia ella, al parecer surgida de la nada. Los vestidos que llevaba pertenecían a una época bastante antigua, y sus pasos no arrancaban el menor eco en las paredes del túnel. La tía de la señora Artmann, llamada Edith, aguzó la vista, y, de repente, la mujer desapareció ante sus ojos. Aunque continuó sin creer que hubiera visto un fantasma, la mujer regresó a su casa en un lamentable estado de nervios.
—Joder, se me ha puesto la piel de gallina —se quejó facu, a mi lado.
vale pareció satisfecha con el comentario, porque sonrió ampliamente.
— ¿No es interesante? Tengo un montón de historias sobre fantasmas escoceses, porque prácticamente no hay castillo o fortaleza que no tenga su propio espectro representativo. Aunque, dado que estamos junto al mar, podría contaros alguna historia que tenga que ver con los buques hundidos que todavía pueden avistarse en algunos puertos, aún cuando deberían descansar en las profundidades del océano…
— ¡No hace falta que cuentes ninguna de ésas, en serio!
—Vamos, martina, no es para tanto…
El intento de tranquilizarla, por parte de mechi, no sirvió demasiado. martina se abrazó a ella todavía más fuertemente que antes, murmurando algo que no alcancé a oír, y sonrió con resignación antes de acariciarle el pelo. Desde mi puesto, prácticamente frente a ambas y con la hoguera de por medio, había tenido la oportunidad de presenciar cada uno de los escalofríos y caras pálidas de mi novia a medida que los segundos transcurrían y las historias sobre fantasmas se sucedían las unas a las otras, desde aquella sobre el monje de Monkton, pasando por Robert Louis Stevenson, y llegando a Longleat, la que posiblemente sea la casa encantada más conocida de Inglaterra.
Podría decirse que la pobrecilla estaba sufriendo desde hacía varios minutos, y que hoy quizá nos tocaba, a mercedes o a mí, desvelarnos hasta que se durmiera. Si es que se dormía.
¿De quién había sido la brillante idea de contar todas esas patrañas? Porque, de acuerdo, sé que es un tema recurrente y entretenido para una fogata nocturna entre amigos, pero ¿nadie tomaba en cuenta a la gente susceptible o qué? Claro, como a ellos no les carcomía la conciencia tener que sentir sus temblequeos después, en medio de un abrazo que procuraba ser conciliador y conseguía tan poco…
—Bueno —suspiré, cruzándome de brazos— ¿cuándo empezamos con los aperitivos?
Quizá, estando borrachos, ya no había nadie capaz de contar cuentos sobre sombras y puertas abriéndose y cerrándose solas. O incluso sobre aroma a pan recién horneado en la habitación de un monasterio.
—Es cierto —recordó samuka, frotándose las manos como si estuviera trazando algún plan maquiavélico—, con tanta historia, nos olvidamos de lo más importante. ¿Qué tal si intentamos subir un poco los ánimos con algo de beber?
—Seguro que, después de unos cuantos tragos, cualquiera de nosotros será capaz de ver fantasmas.
Oí un sordo y aterrado «¡entonces yo no quiero beber!», y luego las risitas de mercedes.
—Hace demasiado que no toco una lata de cerveza —se lamentó toti, y sacó una de entre los hielos que había dentro de la heladera portátil—. Mañana lo lamentaré, pero… qué importa. —Nos miró a los demás con una sonrisita bailoteándole en los labios—. Os reto a que me superéis. El que lo consiga, se gana un premio.
— ¿Una patada en las bolas?
—No, un cargamento entero de mierda enlatada.
Puse los ojos en blanco. Estaba seguro de que ni siquiera se acordarían de haber hecho una competencia, dentro de un rato. Mucho menos de cuáles habían sido los premios elegidos para el ganador.
— ¿Te apuntas?
samuka me estaba ofreciendo una lata de cerveza, y yo los miré con dudas; primero a la lata y luego a él. No estaba seguro de querer ponerme como una cuba, y mañana tener que retorcerme de dolor porque la cabeza me estaría a punto de estallar, pero hacía demasiado tiempo que no me emborrachaba con mis amigos. Hacía demasiado tiempo que no hacía prácticamente nada con ellos. Y Martina tenía toda la jodida razón del mundo.
Asintiendo, acepté la lata que me ofrecía.
—Por supuesto.
Bien, agarrarme un pedo no iba a ser tan terrible. Al menos, no ahora.
Sin pensármelo más, abrí la lata y esperé a que todos estuviéramos en igualdad de condiciones antes de alzarla a modo de brindis. Los demás imitaron el gesto, gritaron algo sobre Esparta, y dimos todos los primeros largos tragos. Sentí la cerveza, helada y amarga, bajar por mi garganta como una sustancia abrasiva, y me di cuenta de que ya echaba un poco de menos aquella sensación.
Oh, sí. Mañana sería tiempo de arrepentirme.

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