Promesas

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Elrond llegó al pasillo de Morwenna, pero antes de poner un pie en él, se escondió de los guardias que halló cerca de su puerta.

—¿Pero qué es esto? —susurró para no ser oído.

Sigiloso, se escabulló de nuevo hacia su habitación y allí observó por su ventana. La lluvia aun caía torrencial sobre el bosque, pero su necesidad de acudir al llamado de su amada le dio una idea que en otro momento le hubiera parecido arriesgada y demencial. 

Estaba cerca de la última habitación en su pasillo, por lo que, desde su cuarto al primero en el pasillo solo había un balcón en medio. Advirtió además que en la esquina que unía su pared con la de las habitaciones de la familia real, había una conveniente enredadera por la que podía trepar para alcanzar el siguiente balcón. 

Elrond se envolvió en la túnica de su padre y se colocó la capucha sobre la cabeza.

—No estoy haciendo esto con sueño y una tormenta gigante sobre mi cabeza. —Se convenció abriendo la puerta-ventana de su cuarto.

Al trepar sobre la barandilla de piedra del balcón, intentó no mirar abajo para no sentir vértigo. Estaba a una altura considerable para convertirse en puré de medio elfo si llegaba a resbalar y caer al vacío, intentando cruzar al siguiente balcón. Afortunadamente, la distancia entre una construcción y otra era escasa y con solo estirar un pie dando un salto, llegó a la ventana de Lindir. 

Para no ser descubierto, se agachó y cruzó su balcón gateando por el suelo mojado. Volvió a repetirse:

—No tengo sueño, no está lloviendo, no estoy haciendo esto solo por una nota.

Cuando llegó al final del segundo balcón, Elrond alzó la vista hasta la enredadera. La planta parecía fuerte y segura, pero al treparla y girar hacia la siguiente pares, comprobó con terror que la distancia entre la enredadera y el balcón era muy amplia.

—¡Oh, tienes que estar bromeando! —Se quejó a viva voz mientras un trueno aplacaba sus gritos.

No le quedaba más opción que dar un salto de fe. Elrond cerró los ojos un momento, mientras se aferraba como un mono a la planta de la esquina.

—Esta noche soy un Sindar. Soy un Sindar. Soy un Sindar. —Se repitió alegando que estos tenían gran habilidad para trepar y desplazarse sobre los árboles.

Cuando dio el salto, dio cuenta en milisegundos que sus pies no alcanzarían el antepecho de la construcción y estiró sus manos, casi alucinando el charco de sangre que dejaría en el suelo... Además del misterio por la razón de su supuesto suicidio.

Sus dedos se aferraron como una garra al barandal y recordando sus sesiones interminables de ejercicio con Maedhros, Elrond bufó y tomó gran cantidad de aire para darse fuerzas. 

—Está bien. No soy un Sindar, —reconoció esforzándose por alzar su cuerpo en el aire solo con la fuerza de sus brazos—, pero soy hijo de Eärendil y Elwing. Fui entrenado por Maedhros e instruido por Maglor. Soy heraldo de Lindon y no moriré como un estúpido. 

Dicho esto, hizo una dominada de agarre prono e impulsó su pecho por encima del barandal, cayendo dentro del balcón luego de un estrepitoso roll. La lluvia le empapó el rostro y le recordó que aun estaba vivo, por lo que continuó trepando entre balcones hasta llegar a la habitación de Morwenna.

Una vez allí, espió por el ventanal, solo para ver que la elfa intercambiaba miradas desilusionadas entre la puerta y sus manos, negándose a apagar la lámpara de ámbar a un lado de su cama. Estaba esperándolo, pero perdiendo las esperanzas con cada minuto que pasaba. Elrond entonces dio dos suaves golpes en el ventanal, sin lograr que Morwenna no se asustara. La muchacha dio un pequeño salto en su cama, aplacando un grito mientras veía a su amado intentando abrir la puerta-ventana sin hacer ruido. Una vez dentro, se desprendió de su capa empapada, por suerte, esta había impedido que también mojara sus ropas. Antes que la princesa pudiera decir algo, Elrond se llevó el dedo índice a los labios, indicándole guardar silencio.

Hasta el fin de los días, Morwenna | #Wattys2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora