Capítulo 2: Primera Guerra

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—¿Qué tratas de decir? Que yo tengo la culpa de esto —concluí.
—sí, así es.
—Ahora soy yo la que inicié la primera, segunda y tercera guerra mundial.
—¿De qué hablas? Solo ha habido dos guerras mundiales. De verdad eres tan ignorante.
—Cállate estúpido. Que entenderás de guerras. Yo no la inicié. 

—Por supuesto que sí, tú... iniciaste la primera guerra. ¡Fuera de-mi-local! ¡destructora de bares! pueblerina.

—Patán, neandertal, troglodita, zoquete de pacotilla.
—La tuya.
—Aish, suéltame animal, suel-ta-me.
—No hasta que salgas. Es decir, no te mereces mi educación, ¡lárgate de aquí!
—Educación dices. Animal. No tienes ni siquiera un granito.
—La tengo, pero no con salvajes como tú. Muchachita.
—No me sacarás. Bestia. La puerta.
'¡Chop, chop!'—Lo haré. Lo podrás ver con tus propios ojos.  —Empujando la puerta con los pies traseros el patán logró abrirla mientras me arrastraba hacía la puerta.
'¡Chop, chop!' 'Drip, drop'
—Si eres el dueño, tengo una queja, compré un milkshake y está lloviendo. No traje sombrilla y no quiero mojarme.
—Que me importa.
—Denunciaré a tu local, por pésima atención y maltrato al cliente. Pésimo servicio, —le escupí.
—Hazlo loca. No te tengo miedo. —Estaba decidido así que ese idiota la iba a sacar de su local como a un vil perro. No iba a ser humillada por un neandertal citadino. Comencé mi propia guerra con los pies. Pataleando con fuerza para soltarme de su agarre. Pero el era fuerte, corpulento y alto. Mientras la arrastraba con sus manos hacía la puerta, asiendola fuerte contra su pecho. Trataba de agarrarse hasta de la alfombra, pero ella no iba a salir. No le iba a dar gusto a ese engreído, dueño de bar.
Llegando a la puerta, sintió como un torrencial de agua le cayó encima. Estaba lloviendo y el techo del local parecía regadera.
Seguí pateando sin conseguir nada. Cuando el torrencial de lluvia también lo empapó a él. Vi cómo tambaleó.
—Ah él niño delicado va a pescar un resfriado —mascullé con una carcajada.
Mientras la halaba de su cintura y la llevaba a la acera. Ella no se iba a dejar. Apenas la dejó en el suelo supuesto a cerrarle la puerta de su local en la cara. Ella sentada se despojó de su zapato de balerina con él que salía a caminar por las noches. Y con buena puntería se lo lanzó a la cabeza. El empapado se giró sorprendido. Ya no tenía la cara tricolor, la lluvia se había llevado gran parte de los restos de hamburguesa y malteada, mostaza y ketchup. Si no fuera tan patán. Se vería apetitoso. Su cara llena de gotas de lluvia y su camisa y pantalón pegados a su cuerpo demostrando sus anchos hombros y corpulencia. Me fijé que era un animal, si apuesto, y atlético, pero en fin animal y su camisa estaba ceñida a su piel. Tensandose en su área abdominal. Él alcanzó mi zapato el cual había caído cerca de sus pies después de rebotar en su cabeza ¿Qué haría me lo tiraría? —El muy mariquita. —pensé. No sabía con quién me estaba metiendo. Pero no tenía miedo. Ni el cinturón de cuero de vaca de mi madre. El. Cual se llamaba Lucho. Y con el cual mi madre siempre quería amedrentarme. Observé su furia  y como agotaba la última gota de su paciencia.
Agarró el zapato. Mientras yo me quitaba el otro para esta vez tirarselo de frente. Alcancé su cara.
—Auch. Maldita sea. ¿Qué no te han enseñado modales en tu casa. Niña. Si no lo han hecho yo lo haré. Pueblerina. —Acercándose con furia. Mientras hice el amago de levantarme y salir corriendo ese idiota no va a ponerme un dedo encima. Pero en el intento de pararme y correr sin zapatos el me atrapó. Agarrandome de la cintura. Estaba tan furiosa que me haya  echado de su local. No que no lo hayan hecho antes. De unas casas si pero de un local jamás. Me tiré al piso aplicando el poco judo que había aprendido. Pero no me alcanzó el tiempo para la técnica que quería realizar. Cayendo el idiota encima de mí. Chocando con mi espalda. No podía ver su cara. Pero me habló al oído.
—Niña malcriada. Ya verás. —Estaba encima de mí a propósito. Inmovilizando mis manos. El me hizo una buena técnica de judo. Se sentó encima de mí. Presionando para que no me pudiera mover. Gire mi cara hacia mí espalda. Para verlo. Miré su cara presumida. De victoria. Según él había ganado.
—Maldito idiota, machista. Llamaré a la policía y te acusaré de maltrato físico a una dama.
—¿Maltrato físico?¿Dama? ¿Dónde está? ¿No la he visto? —Mientras sonreía. —¿Quién me lanzó primero la comida? ¿Quién me tiró no uno si no dos zapatos? ¿Quién ha destruido mi local? Mientras intentaba sacar su celular de su bolsillo. Estaba empapado. ¿Ah y por último quien ha dañado mi celular.?
—De lo otro con mucho gusto, pero yo no tengo la culpa que hayas sido tan idiota de salir con tu celular en tremenda lluvia.
—Fue necesario, me obligaste, lo tuve que hacer por ti. Por echar de mi bar a clientes indeseables. Tengo cámaras y testigos.
—Ah sí. ¿Apostamos? —acoté. —Veremos quién gana. Cómo mujer mis derechos prevalecen. —Seguía sentado encima de mí. Intentando prender el absurdo celular dañado que había sacado de su bolsillo trasero. No servía.
—Por lo menos. Te darán unos días en la cárcel.
—¿Por qué?  —escupí.  —Por tirarte comidita en la cara y ropita o por tirarte dos zapatillas. ¿Acaso mi zapatilla balerina te dejó un chichón en la cabeza? Apenas me levante y encuentre una piedra te la lanzaré a la cara. Y con mucho gusto pagaré mi condena. - Resollé con ironía

—Con que no has cambiado de opinión aunque te he ganado en el combate de judo y has visto que soy más fuerte que tú, apenas te suelte me golpearás con una piedra.
-No, —corregí. — Te asesinaré con ella. Así como la ley judía hacía con los pecadores, hasta asesinarlos a pedradas. Yo lo haré contigo.
—Ah ahora si tengo de que acusarte ¿me has amenazado de muerte? Uy la niña pueblerina con complejo de judía y David, me matará a pedradas. No esperaba menos de ti.

Había pocos peatonales pero los que pasaban con sombrilla nos miraban extrañados. Yo en el piso y él sentado encima de mí. Me sentía avergonzada. Él se sentía avergonzado.
—Suéltame maldito idiota y verás que lo haré. ¿O me tienes miedo, zoquete?
—No lo haré, porque eres una salvajita de campo. —Se estaba formando un charquito alrededor de mí. La lluvia me hacía ver todo borroso.
—Auxilio —comencé a gritar a ver si alguien me escuchaba. Este hombre me quiere secuestrar.
—No le hagan caso, está loca, tiene un ataque de convulsión, le estoy ayudando no se preocupen —gritó él al viento.  —Llamen a la policía o a la ambulancia. Se me averió mi celular —siguió gritando, en verdad pensaba denunciarla.

—Esperaré aquí toda lo noche. Alguien llamará. Y tendrás tu condena. Pueblerina. —Golpeando con su voz cerca de mi oído.
—¿Y si es un diluvio como el de Noé?
—¿Qué?
—Ah el ignorante eres tú. Diluvio, el arca de Noé. Capisci.
—Crees en eso.
—Sí, por qué no. Hay pruebas científicas que sucedió.
—También hay pruebas de que los dinosaurios existieron y eso no quiere decir que voy a creer en todo.
—Me lo imaginaba.
—¿Qué?
—Que eres un tonto.
—¿Por no creer en el arca de Noé?
—No, ya lo pensaba antes de eso. Así que no te preocupes.
—Y yo pensé que tú eras una pueblerina apenas te vi, y no me equivoqué .
—Que te hace creer que soy una pueblerina. Y si no lo soy.
—¿Lo eres? —No podía negar mis raíces, crecí en un pueblo. Pero por eso no me podía poner tal etiqueta. Ah yo también lo había hecho.
—Te crees muy de ciudad. ?No? —Porque no quiero insultar a los pueblerinos. —Pero aunque no lo creas ellos son muchos más educados y decentes que tú animal.

—Eres pueblerina. Se te nota. Tu crees que una chica de ciudad se comportaría como tú.
—Soy de ciudad tarado.
—Me llamo Ethan no me cambies el nombre —dijo el muy presumido. Con sarcasmo.
—Te queda mejor el nombre animal.
—Mis padres si me criaron como es debido y me enseñaron educación. A las damas, a las salvajes no.
—Educación. Pobre de ellos lo hicieron mal. O a todas las chicas le dices! Comete este! Para conquistarlas, ¿O solo a mí?
—Mhm creo que solo a ti. Eso se llama reciprocidad eres educado con quien es educado.
—Y yo que hice. Solo estaba sentada tomando mi malteada.
—Te metiste en una conversación. Mal educada. Acaso no te enseñaron a no dar tu opinión cuando no te preguntan. Te lo buscaste y te lo merecías.
—¿Qué?Comer tu porquería.
—Sueña. Jamás te la daría a probar.
—Que asco. Ni  que se acabará la comida del mundo. Ni los niños de África lo harían. Se intoxicarían y morirían. Puerco, animal.
—De qué piensas que estoy hablando.
—Ni siquiera quiero decirlo. Y la maleducada soy yo.
—Niña es un decir en sentido figurado no literal. Entiendes eso. Ah no. Eres pueblerina que vas a entender.
—Entiendo que es una patanada. Y tú un zángano.

Corazón de Unicornio❤️🦄Donde viven las historias. Descúbrelo ahora