Las baldosas del gimnasio reflejaban su cara en todas las direcciones en las que mirase. Por eso evitó hacerlo cuando se reconoció allí. Con la cara enterrada entre los guantes, que no se había quitado después del combate, mantenía todo el calor generado por la pelea en los recovecos de una toalla minúscula. A la espera del dinero calentito, con el que pagar la calefacción y la luz, con la que tener el estómago lleno de comida caliente.
Imaginaba ese calor en su cabeza, golpeándole con fuerza en las sienes, con el fin de notar algo que no fueran pinchazos dolorosos en los costados o en la mandíbula. Pero no era capaz de cerrar los ojos, porque además del dolor que le producía eso, su cabeza lo transportaba tiempo atrás, con su entrenador apretando los puños cerrados sobre los brazos cruzados. Manifestaba el tipo de violencia de alguien que se está reprimiendo y que no dudaría, en otra situación, en escupirla como un veneno.
Tasio, con la cabeza rapada y los tatuajes mal hechos del reformatorio, era el favorito de su entrenador por ser el chico de barrio, el chico al que le estaba salvando la vida, o convirtiéndolo en algo que no fuera traficar con drogas. Y Tasio lo sabía, y sabía también que lo tenía cogido por los huevos. Que no había palabras cariñosas en sus intenciones y aspiraciones humanísticas. Que con la lástima no se podía hacer tratos. Menos cuando tienes antecedentes penales.
En el fondo, los puños cerrados con rabia y las miradas con las que recogía el dinero de sus derrotas pactadas eran una coreografía hermosa. Todo imagen, estética. Como los gimnastas olímpicos que saltaban sobre dos barras encajando las dos piernas. Su entrenador encajaba las peleas y el fingimiento para no comprometer el honor del equipo por un puñado de patrocinadores.
No quiere decir del todo que Tasio se dejase ganar, pero al parecer había llegado demasiado lejos en su categoría. Y él sí se había preguntado lo lejos que podía llegar en el boxeo, pero parecía que era la única persona en el equipo que lo había hecho. Así que, llegados a este punto, lo único que cabía esperar era que llegaran esos billetes con los que mantener el calor dentro de una casa propia.
La puerta del vestuario se abrió de repente, dejando pasar a un par de personas, entre las que no estaba su entrenador. Levantó la vista de su precioso escondite para atender a la puesta en escena. Un tipo ridículo vestido con una camisa de cuadros, marrones y negros y un tupé mal engominado que quería imitar a un fotógrafo de los años sesenta, escoltaba a un viejo decrépito que llevaba un colgante en el cuello, con su nombre y la palabra "periodista". Llevaba una grabadora de cinta en la mano y un bloc pequeño, con una estilográfica. La imagen de ambos era lamentable.
"Al menos la cámara de fotos es de este siglo"- pensó.
La cámara empezó a tomarle fotos que le deslumbraron, y él hizo el resorte de sacar del bolsillo el papel con los resultados que le había dado el entrenador, cogidos de la pantalla. El tipo lo miró con incredulidad, antes de decirle que acababan de detener a su entrenador por estafador. Él fingió algo de sorpresa para la fotografía del periódico y le habló a aquel hombre, contestando a sus preguntas, como si fuese uno de los niños perdidos de Peter Pan, de lo preocupado que estaba por no llegar a la liga profesional y no hacer feliz a su madre.
A la pregunta del títular del día siguiente, Tasio no sabría responder. Seguía helado de frío en aquel vestuario, con las manos dentro de los guantes.
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31 caras
Storie brevi31 identidades, fracasos, borracheras, pares de ojos, manos, heridas. 31 fragmentos de personajes en un puzle que no termina nunca.