II

111 19 7
                                    

Lakewood lucía tan esplendoroso como siempre, los pájaros cantaban, mientras todo tipo de animalillo luchaba por sobrevivir, incluso ella, incluso aquellos por los que había regresado.

—Por aquí —su sombra fiel le guiaba directo a la cabaña del bosque en que llevaba tiempo escondido.

—¿Aun viven? —ese ser, secuaz ideal desde el inicio de toda aquella faena, rio con soltura.

—Neal siempre fue un debilucho —musito con burla y cierto desprecio—. En cuanto supe que no soportaría más, lo avente por la cascada. Tarde o temprano encontrarán su cuerpo y pensaran que fue un suicidio.

—¿Te aseguraste de que muriera? —pregunto, a pesar de saber que nunca había cometido un solo error.

—Sí. Y también hice que todo luciera natural —desde su perspectiva, ambos estaban más que conectados; era como si tuvieran las mismas ideas—. ¿Qué me dices de tu tarea?

—Pronto podrás calificarla...

Cuando aquel par llegó a esa cabaña, a la que pocos se atrevían a acercarse, la rubia se percató de que efectivamente todo parecía normal, hasta que ese hombre movió lo que cualquiera habría confundido como una chimenea y que había sido su gran idea, aunque él no la hubiese construido.

Entraron tras esta, volviéndola a colocar en su lugar y encendiendo un candil que alumbrará su camino. Enseguida bajaron por unas escaleras, hasta llegar a un sótano del cual solo tres personas sabían de su existencia. Luego, abrieron una puerta que bien podía confundirse con una pared.

—Hola Elisa —Candy sonrió, al ver el terror plasmado en los ojos de la pelirroja—. Estos lazos y esa mordaza te sientan bien —se burló de ella—. Me preguntó si te gustará que los decoremos con un poco de tú sangre, para que así combinen aún más contigo —sonrió maliciosa, luego volteo y clavo la vista en aquella sombra que sería capaz de hacer todo lo que la rubia deseara y que estaba tras ella—. ¿Qué opinas?

—Suena bien —recargado en el umbral de la puerta, cruzando los pies y brazos, también sonreía, mientras sus pupilas reflejaban lo mucho que deseaba hacer sufrir a la chica que estaba amarrada y ni siquiera podía levantarse del suelo—. Después de todo lo que has hecho, mereces muy buenos tratos de nuestra parte —volvió a sonreír—; y dado que tu hermano ya no pudo seguir gozando de nuestra hospitalidad, me temo que podríamos vernos obligados, a darte todo lo que a él le correspondía.

La pelirroja no pudo hacer absolutamente nada, solo gemir y tratar de gritar a pesar de la mordaza, mientras incontrolables lágrimas se agolpaban en su sucio rostro.

—Tengo especial interés, en recordarle cierta noche, hace mucho tiempo, en el colegio, cuando muy amablemente programó una reunión en las caballerizas.

Satisfecho con aquella propuesta, su sombra, finalmente cerró la puerta tras de sí, eligió una de las herramientas que con gran cautela tenía acomodadas en la pared y con esta en mano, sonriendo satisfecho, se acercó a la pelirroja que trataba de gritar con mayor desesperación.

••• •••

El Espejo 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora