IX

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Caminando uno tras otro, mientras él llevaba cargando a la chica rubia, lo suficientemente ebria como para no darse cuenta de a donde la llevaban, ni del vestido que portaba; Candy se ocupaba de llevar el resto de cosas que utilizarían en aquella labor.

—¿Te parece bien aquí? —la enfermera observo a todos lados, tratando de ubicarse.

—Sí —confirmo, al tiempo en que ambos dejaban la carga en el suelo—. Es raro que alguien pase por aquí, pero eso no quiere decir que no lo hagan.

—Entonces; manos a la obra.

Rápidamente, gracias a la agilidad de ambos, lo prepararon todo. Subieron a la chica en una silla, le pusieron la soga alrededor del cuello, y en uno de los bolsillos de su vestido favorito, metió su identificación, junto con otros papeles; luego, dio un pequeño empujón a la silla.

—Vámonos —sacudiéndose el sencillo vestido, miró al cielo—pronto comenzará a llover.

Aquella pareja camino hacia el punto, cerca de la salida del pueblo, en que había escondido su carrera, junto con todas sus cosas. Llevaban absolutamente todo aquello que les pudiera incriminar o delatar sus verdaderas personalidades.

—¿Qué fueron aquellos documentos que le metiste entre la ropa? —muchas horas después, durante las que tomaron el mando por turno, le pregunto.

—Mi confesión... —admitió.

—¿Tu confesión? Candy; ¿estás segura de?...

—Ya no soy Candy; soy Caroline McLaren y así es como me debes llamar, al menos hasta que estemos en Inglaterra. Así como tú ya no eres Terry; sino Stephan Bohlert.

—Lo sé. Pero aquí no hay nadie.

—No importa, así nos acostumbraremos pronto.

—Volviendo al tema —respondió con hastío—. ¿Estás segura de lo que has hecho?

—No puedo permitir que Albert siga en la cárcel. A pesar de todo, le prometí que haría lo necesario para que estuviera libre. Además, quien sabe sí, para cuando encuentren mi cuerpo, aquella confesión sea aún visible y de serlo, el resto de mi declaración lo deje bien resguardado en Chicago y mientras recorren todo Lakewood buscando cada uno de los cadáveres...

—Para entonces ya estaremos en Inglaterra...

—Sí —sonrió con naturalidad y se sujeto del brazo de aquel muchacho que sostenía las riendas—. Lo que me tiene más inquieta es que, aún no hemos decidido entre después irnos a Italia o Francia; tomando en cuenta que la guerra termino hace poco, estoy segura de que no tendremos problemas al encontrar donde vivir.

Él solo sonrió. Al final, lo que a él le importaba, es que ya no quedaba nada que la retuviera a ese país y a ese pasado del cual le había ayudado a deshacerse; al final, lo que le importaba era verla feliz.

—Tengo mucho frio. ¿Aún falta mucho para que lleguemos al auto?

—No —respondió aquella sombra, que alguna vez se llamo Terrence G. Grandchester—. Te aseguro que tendremos tiempo suficiente para esconder la carreta y antes del amanecer estaremos aún más cerca del resto de nuestras vidas...

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Es el último capítulo, espero que les haya gustado el fic.

Besos
Monse

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