«Las heridas del alma son las más profundas», me dijo mi madre una vez. «Las que más tardan en cicatrizar». Cuando salía al parque con ella y me caía intentando aprender a manejar la bicicleta que mis abuelos me habían regalado por mí décimo cumpleaños, mi madre me besaba la rodilla raspada y luego me besaba las lágrimas que rodaban por mis mejillas hasta sacarme una sonrisa. Entonces, dolía menos.
Ella también lloraba a veces, por las noches, y otras veces bebía para no llorar. El alcohol adormecía las heridas de su alma, ahora lo entendía. Y cuando no bastaba, recurría a otras sustancias, como cuando uno recurre a una aspirina porque el panadol no es lo suficientemente fuerte y efectivo. Tal vez en un intento por volverse insensible al dolor y a la vida.
—¿Por qué lloras? ¿Te raspaste la rodilla? Puedo darte un beso para que te cures.
—Mis heridas son más profundas bebe, no creo que un beso pueda curarlas.
—¿Más profundas? ¿Te duelen mucho?
—Un poco, pero tal vez tú puedas hacer que me duelan menos —su sonrisa estaba tatuada en mi memoria. Aquella sonrisa sobre sus lágrimas al tiempo que me tocaba la nariz juguetonamente con un dedo.
—¿Cómo? —preguntaba, ansiosa por aliviar su tristeza.
—Con muchos, pero muchos besos —me atrapa por la cintura y yo me rompo en carcajadas.
Entonces, yo la abrazaba y comenzaba a repartir besos frenéticamente por todo su rostro, intentando, sin darme cuenta, besarle el alma. Ambas terminábamos partiéndonos de la risa y aunque no era capaz de curar sus heridas, sentía que tenía el poder de calmar su dolor como ella sabía calmar siempre el mío.
...
Todo se veía exactamente igual que hace cinco años, excepto por la persona de pie sobre el asfalto encharcado y envuelta por el olor de la lluvia. Los muros de ladrillo no habían cambiado, ni siquiera los graffitis en ellos, tan solo aparecían ligeramente deteriorados por el tiempo. El ambiente era el mismo, cargado por el alcohol y el humo de cigarrillo que se confunde con la espesa neblina. La luz tenue y la vibración que atraviesa las paredes del local ubicado en una esquina, y en cuya entrada la gente forma una cola interminable, forman parte de la atmósfera que aún me es tan familiar. Rostros distintos, pero con el mismo ánimo de diversión y despreocupación ocupan la calle y, sin darme cuenta, estoy sonriendo frente al cartel luminoso con forma de limón.
—Jamás pensé verte feliz de volver a este lugar.
Yo tampoco lo pensé, pero en lugar de dirigirme a la puerta de entrada y a la única persona que consigo reconocer, Charlie, me desvío en dirección al ensombrecido callejón, cuya apariencia tampoco es diferente. Tétrico, húmedo, un grupo de motociclistas al otro extremo se ríe en un coro alcoholizado sin percatarse de nuestra presencia. Aunque no todo es igual, la sensación que me produce no es la misma y me alegra ya no sentirme intimidada por este lugar.
Una serie de afiches pegados en los muros y estropeados por el mal clima y por la gente, anuncian un show mejorado de cinco bailarinas en trajes de lentejuelas y antifaces que posan cada una al lado de un gélido tubo de metal. Me parece reconocer a una de ellas, aunque pienso que tal vez puedo estarla confundiendo con alguien más. Han pasado cinco años, pero no los suficientes como para que su delicado rostro, aunque si la expresión en él, haya cambiado.
—No pensé que me traerías aquí.
—Mi lugar favorito siempre será donde te conocí.
El brazo con el mandala tatuado toma el mío, que ahora tiene uno idéntico en tinta blanca, como una cicatriz. Como un recordatorio constante de las heridas de mi pasado.
—Vamos, hay que llegar a casa de Roger. Le prometí que estaríamos ahí para cantar el happy birthday.
—No puedo creer que ya tenga cuatro —suspiro—. Debe estar enorme.
—Cuando vine para el cumpleaños de Roger estaba casi de tu tamaño.
—Ja – ja. Qué exagerado —me río y él rodea mi cintura con ambos brazos antes de plantar un beso en mi mejilla y tirar de mi fuera de aquel oscuro y afamado callejón.
Estamos en la puerta de la casa de Roger minutos antes de que sean las doce, y Nik baja corriendo del auto que hemos alquilado para sacar los cientos de regalos de la maletera y tocar la puerta. No pasa mucho tiempo antes de que Roger nos abra con una sonrisa pintada en el rostro y ayude a Nik con los paquetes antes de poder recibirlo con un abrazo.
—¿Estás son horas de llegar? —pregunta Sonia, cuya panza parece que está a punto de explotar.
—Yo también los extrañé —dice Nik antes de saludarla.
En ese momento, la niña de melena rubia sale del cuarto que solía ser el de Nik seguida por el moreno que se ha vuelto también mi mejor amigo. La niña de casi cuatro años corre hacia él con una sonrisa que no le cabe en su pequeño rostro. El chico la levanta en brazos como si no le costara ningún esfuerzo y puedo ver el entusiasmo en el rostro de Roger mientras los observa. Renny abraza a Nik con la misma emoción antes de saludarme a mí también.
—¡Pero si es el autor de "Desadaptados"!
—Alexis se moría por venir, pero estaba muerta —me dice—. Está en plena temporada y tiene funciones todos los días.
Mi mejor amiga era ahora la primera bailarina del ballet nacional, había decidido quedarse en el país para poder estar con Renny hasta que este terminara su carrera. La primera novela del chico había recibido una buena crítica y ya no podía esperar para graduarse. ˂˂Solo un ciclo más.˃˃ Nik y yo habíamos prometido volver para esa fecha, en diciembre. Además, siempre volvíamos a pasar la navidad acá.
—¿Y a que no sabes a quién me crucé el otro día en el campus?
—¿A quién? —pregunta Nik y sé que al igual que yo no tiene ningún nombre en mente.
—A Logan, parece que lo soltaron por buen comportamiento. ¿Quién lo diría? Pero no te emociones, solo pasaba a recoger a su hermana. Tenía buena pinta —sonrío al escucharlo.
La casa había sido decorada por Sonia con globos y pompones en tonalidades rosa, tal como el mantel que cubre la mesa del comedor. Una serie de banderines contra la pared del fondo arman la frase "Feliz Cumpleaños Julieta" y una plataforma de dos pisos en el centro de la mesa repleta de cupcakes con bailarinas de ballet paradas de punta sobre la crema chantilly conforman la torta de cumpleaños. Roger se apresura en encender las velas para poder cantar el happy birthday a la niña, quién a pesar de la hora, es la que tiene más energía de todo el grupo.
Roger reparte la torta y puedo sentir la mirada de Nik puesta sobre mí cuando su tío me extiende mi porción. Él sabe que debo cuidar mi alimentación para lo que hago y a pesar de que ha pasado el tiempo, aún le preocupa que el tema pueda ocupar mis pensamientos más tiempo del que debería. Aún así la recibo con una sonrisa y le agradezco antes de probar la reluciente crema color rosa.
En Barcelona, Nik y yo asistimos a eventos de manera regular, muchas fiestas, cumpleaños e incluso matrimonios. Tanto de mis amigas de la compañía de ballet como de sus compañeros de trabajo. Él ahora trabajaba como ingeniero mecánico automotriz en una de las compañías de automóviles más grandes del país hispano y es increíblemente bueno en lo que hace. Nos va bien y somos felices, aunque estemos lejos físicamente de nuestras familias.
Yo me siento bien y trato de estar conforme conmigo misma, y la mayoría del tiempo lo estoy. No quiero y no pienso volver a pasar nunca por lo que pase en mi adolescencia, no tendría por qué volver a vivirlo, en esa época no tenía el apoyo que tengo actualmente. Los episodios eran ahora muy esporádicos, la última vez que me induje el vómito fue hace seis meses, después de un almuerzo que tuve con unas amigas por mi cumpleaños, ya que aquella noche me tocaba bailar. La línea entre cuidarme y restringirme era demasiado delgada, y sabía que si quería podía dejar de comer mañana y perder cinco kilogramos en una semana. O excederme sin culpa alguna con la seguridad de que, un par de arcadas después, todo saldría por donde entró. La anorexia y la bulimia es una lucha de todos los putos días. Era algo que estaba ahí, que siempre iba a estar ahí, merodeando por los oscuros pasadizos de mi mente.
NADA TERMINA.
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Desadaptados
RomanceLos tatuajes eran su armadura, algo que había construido por años para protegerse, pero había uno en particular que desentonaba con su apariencia ruda. Tenía la forma de una flor, pero se camuflaba en blanco y negro en aquel océano de tinta que nave...