12. La intrusión

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La intrusión

(Sean)

–Hola, Sean—dijo mi padre con semblante serio.

–Hola, papá.

Nunca le había visto de ese modo. Temeroso y preocupado. Ni siquiera me estrechó la mano o hizo ademán alguno de abrazarme.

–Pensé que no querrías verme nunca más. Cuando John me dijo que había sido invitado a esta fiesta, apenas lo podía creer. Desde que supe que habías recuperado la memoria, al no pasarte por la mansión, temí lo peor.

–Hay cosas que necesito hablar contigo—admití. –Pero de ahí a no querer verte nunca más... Tal vez debería. Lo que me hiciste no tiene excusa.

Papá cerró los ojos y tomó aire por la nariz.

–De todos modos, sabes perfectamente dónde vivo. De haber querido verme, habrías venido.

–Tenía miedo de que no me abrieras la puerta.

–¿Tan poco me conoces, papá? Hemos discutido muchas veces. Por tus ideas sobre la pureza de sangre y la naturaleza de nuestra especie. Por lo mucho que te disgusta mi estilo de vida lejos del grupo tan cerrado en el que has contenido a todos los demás. Hemos discutido casi toda mí vida y aún así, siempre he vuelto a ti. A verte. A pedirte consejo y a escuchar todo cuanto tenías que decirme.

No dijo nada, simplemente miró al suelo.

–Será mejor que hablemos en otra parte. No quiero aguarle la fiesta a nadie—dije y le abrí la puerta de la cocina para que él pasase por delante de mi.

Papá no rechistó y entró, apoyándose de espaldas a la encimera. Completamente apesadumbrado. Haciéndome sentir por primera vez en la vida, que él era el niño que se había metido en un lío y yo el adulto que le reprendería por ello.

–¿Qué necesitas saber? Responderé a todas tus preguntas—musitó.

–Quiero que me digas quién era la mujer a la que asesiné. Y también que me expliques el porqué me ocultaste que no se trataba de mi madre. No soy estúpido e imagino tus motivos, pero necesito escucharlo de tu boca.

–Era la mujer que cuidaba de ti. Una bondadosa aldeana que estuvo en nuestra casa en el lugar y el momento equivocados. Siento decirte que no recuerdo su nombre... Debería, pero siendo sinceros, sabes que durante los primeros años de tu vida estuve tan recluido en mí mismo que a muchas cosas importantes no les presté demasiada atención. Esa mujer y tú entre ellas.

–Soy consciente—dije. Me dolía saber que aquella pobre mujer, aunque no fuera mi madre, era una persona a la que recordaba con muchísimo cariño. Haberle quitado la vida aún seguía pesando sobre mi conciencia, y seguramente así sería mientras viviese. Para una parte de mí, esa mujer desconocida cuyo rostro aún tenía grabado a fuego en mi cabeza, siempre significaría mucho.

Era extraño que mamá hubiera sacado de mi mente el haber matado a aquella mujer. Sin embargo, yo era plenamente conocedor de que lo había hecho. Mamá quitó ese momento, ese instante en el que fui consciente de que había asesinado a alguien, pero no se deshizo de las escasas ocasiones en las que yo les había contado a mis amigos más cercanos el horrible trauma de mi pasado. Eso siempre estaría ahí de un modo u otro. En sus recuerdos y en los míos.

–¿Por qué te recluiste por aquel entonces? ¿Por qué me dejaste solo tanto tiempo? ¿Fue por mamá?

Él asintió levemente.

–Me destrozó la forma en la que nos separamos. Todo lo que ocurrió los últimos meses antes de que nacieras. Preocupándome constantemente que viniera a por ti y se te llevara lejos. Porque me odia, más que a nada ni a nadie. Xia es una persona extraordinariamente maravillosa, pero haberme convertido en su enemigo me consumía la vida. Además, yo la amaba. Seguía amándola con todo mí corazón aún con el paso de los meses y los años.

Colmillos Rotos (Slash//Yaoi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora