Los dolores pasionales del demonio
Las risas inundaban el jardín.
Sería tan fácil rendirse a todo y contagiarse de aquellas risas alegres.
Pero no podía hacerlo.
No podía caer de nuevo, porque si lo hacía, estaba seguro que sería incapaz de volverse a levantar.
Araziel contemplaba al grupo del jardín mientras hacían los dulces de aquel día. Nalasa brillaba con luz propia mientras ayudaba a un diablillo a amasar correctamente la masa del pan de leche. Era tan hermosa, mucho más que los centenares de flores que adornaban con gracia su jardín. En comparación, la mortal era como una luna llena ante una mísera estrella.
No había vuelto a estar a solas con ella desde que le había hecho aquella sencilla pregunta:
- ¿Me estuviste escuchando cuando canté anoche?
¿Por qué le había afectado tanto aquella pregunta? Más que unas palabras, parecieron miles de flechas lanzadas directamente a su pecho vacío. Sintió que se ahogaría si no salía inmediatamente de aquella habitación. No podía soportar más estar a solas con ella.
No podía.
Las ganas de rendirse, de abandonarse a ella y confiarle lo que escondía en el fondo de su alma destrozada, eran demasiado grandes y demasiado tentadoras. Por eso huyó y utilizó a su fiel Marduk para poder escapar. No podía volver a cometer otra vez el mismo error.
Laris había sido lo más hermoso que jamás le había pasado en su existencia de ciento ochenta y cinco años. Aún recordaba el instante en que la conoció cuando él era un joven demonio de ochenta y cuatro años en la festividad del baile de las flores. Aquella noche, Laris estaba preciosa con un vestido rosa con encajes blancos y cintas por doquier. Parecía la princesa de un cuento de hadas.
Y nadie la sacaba a bailar.
¿Por qué? - se preguntó él sin poder dar crédito. ¿Cómo podía ser que una criatura tan bella estuviese sola? Sin pensar en lo que hacía - y en sus consecuencias - se acercó a ella y le pidió un baile.
- Es muy amable pero no puedo - le respondió ella sin abrir los ojos. ¿Por qué los mantendría cerrados?
- ¿Por qué no? - le preguntó él casi con desesperación. Aún no se había dignado a mirarle y ya lo había rechazado. Jamás nadie lo había rechazado desde que alcanzó la pubertad.
- Soy ciega - y abrió los ojos mostrando su iris de un azul casi transparente y una pupila paletada.
¿Ciega? ¿Cómo podía ser que los dioses de los humanos fuesen tan crueles? ¿Cómo habían tenido la osadía de hacer ciega a una muchacha tan delicada y bella? No era justo, no era justo que por eso no pudiese divertirse como los demás.
Una especie de locura lo poseyó y agarró a la muchacha de la cintura. Ella se asustó y - por instinto - quiso enfocar la vista para verle y poder alejarse.
- Soltadme - le pidió asustada.
- Solo pretendo que experimentéis lo que es bailar - le dijo con voz melosa.
Ella se sonrojó sin dejar de forcejear inútilmente. Él era un demonio cien veces más fuerte que el humano más forzudo.
- Pero si ya os he dicho que soy ciega. No puedo bailar si no veo donde pongo los pies.
- No necesitáis ver para nada dulce dama, yo os llevaré.
Y sin más se internó con ella en la pista de baile, sujetando el peso de su cuerpo femenino contra el suyo mientras sus pies estaban en el aire y los suyos giraban en el suelo. ¿Cómo describir la cara de felicidad y éxtasis de Laris? Era algo que las palabras eran incapaces de explicar, aquello solo se podía vivir para saber lo que se podía llegar a sentir.
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El castillo de las almas ( Amante demonio I )
ParanormalEl día de la boda de su hermana, Nalasa es sacada a bailar por un apuesto joven desconocido. Es alto, rubio y con unos profundos ojos grises. Nada mas verle, la joven no puede pasar por alto todos los sentimientos que aquel joven despierta en ella...