Capítulo 1: Tarde Para Celebrar

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Era una madrugada de domingo como cualquier otra en octubre, oscura, fría, y con un viento que cantaba el fin de la época de calor sobre la tierra. Era el año 103 después de Cristo, y he aquí un Reino diferente a todos los de ese tiempo. Muchos lo consideraban un reino adelantado a su época, ya que tenían vestiduras bastante atractivas, platillos que aún no se habían inventado o popularizado, armas y herramientas fabricadas con elementos aún no descubiertos, y gente portadora de gran sabiduría y valor.

Algunos le conocían como el Reino de Las Siete Estrellas, pero el nombre por el que cualquier persona lograba reconocer era "Septreland".

Dentro de este reino se encontraba un pequeño edificio, un templo, apenas alumbrado por una escasa cantidad de velas, y los lejanos relámpagos de la tormenta nocturna vistos a través de los ventanales.

Un hombre de edad madura y de muy alta estatura se encontraba adornando el lugar para el predicador de ese día. El hombre tenía una apariencia peculiar, una barba blanca que le llegaba hasta el pecho, en su cabeza portaba una pequeña corona de plata con algunas aleaciones de oro, vistiendo una túnica de colores sepia y un manto azul marino.

En su espalda llevaba una espada de dos filos. En su mano izquierda poseía un bastón con el mismo tamaño de su espada, con una luz cálida saliendo de la punta. "Eliaf" era el nombre del anciano.

Cuando él estaba terminando de ordenar el arca de la ofrenda y los pergaminos para la lectura de ese día, Eliaf dirigió su mirada hacia el pasillo del templo; las nubes se disiparon un poco, dejando la luz de la luna alumbrar con propiedad y revelarle sobre una de las bancas a una jovencita recargada sobre el asiento de enfrente con los brazos cruzados.

Ella vestía una túnica gris, encima llevaba una especie de manto azul capri con bordes color menta y naranja también vistos en sus mangas hasta el antebrazo, y en su cuello llevaba lo que hoy se conoce como una mascada de color vino. La chica también llevaba un gorro tejido a mano con el símbolo de la espada roja de Septreland. Sus manos temblaban, más no era por el frío del viento. De sus labios apenas se podía escuchar una oración, una que clamaba por consuelo y ayuda.

Líbrame de mis enemigos, oh Dios mío - Susurraba la muchacha - Ponme a salvo de los que se levantan contra mí. Líbrame de los que cometen iniquidad, y sálvame de hombres sanguinarios. Porque he aquí están acechando mi vida; Se han juntado contra mí poderosos. No por falta mía, ni pecado mío, oh Señor; Sin delito mío corren y se aperciben.

Despierta para venir a mi encuentro, y mira. Y tú, Señor, Dios de los ejércitos, Despierta para castigar a todas las naciones; No tengas misericordia de todos los que se rebelan con iniquidad. Volverán a la tarde, ladrarán como perros, Y rodearán la ciudad...

"Algo no anda bien", pensaba Eliaf. "Ella no suele venir tan temprano a la congregación."

Señorita Faith, que sorpresa encontrarte tan temprano - Dijo Eliaf tratando de convencerse de que todo estaba en orden - Aún queda algo de tiempo para el sermón del día. ¿Tienes algo para compartir que no puede esperar?

La señorita Faith despaciosamente alzó su cabeza, como si ésta le pesara. Y ante la luz de la luna, reveló su ojo izquierdo manchado de sangre, y su brazo cubierto de heridas.

 Y ante la luz de la luna, reveló su ojo izquierdo manchado de sangre, y su brazo cubierto de heridas

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