Capítulo 3

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Actualmente estoy cuidando de ella tal como lo prometí, aunque se me ha hecho más difícil. Los años han pasado, y Emily ya no es la pequeña que coleccionaba mariposas en un jarro de vidrio e intentaba dibujarlas hasta que según ella le quedaban preciosas. Yo me reía a sus espaldas y le daba apoyo psicológico, era lo máximo que podía hacer por ella. Sin embargo, siempre me llamo la atención el hecho de que luego de retratarlas, las dejara ir diciendo reiteradas veces que lo más hermoso de aquellos insectos eran las alas.

Ya tiene dieciséis años, ha cambiado lo suficiente para que yo solo camine a unos diez pasos tras de ella respetando su privacidad.

Ya no juega con muñecas, tampoco se viste completamente de rosa, y mucho menos cree en los cuentos de hadas; pero algo jamás cambió y es el hecho de dibujar cada mariposa que encuentra en su recorrido. Claro, ya no es necesario que las meta en aquel jarro de vidrio, ya que dominó el dibujo y ahora yo puedo admitir que son una obra maestra. Cualquiera que viese esos preciosos bocetos querría conservarlos.

La acompaño por las mañanas a su colegio y luego de vuelta a su casa, su padre por supuesto nunca se encuentra. Llega por la noche, sale por la mañana... con suerte la saluda. A veces temo por el bien de ese pobre hombre, nunca disfrutó su tiempo con la pequeña Emily y quizás tiene un gran vacío que llenar.

–¿Nos juntamos mañana en tu casa?

–No lo sé –Dijo Emily apretando sus labios–. Tu sabes que no me gusta llevar personas.

–No seas así Emi, soy tu amigo.

Yo me encontraba a diez pasos atrás de ellos, estaba atento a cualquier peligro. Iban por un sendero, al final de este camino ambos se separaban.

– Oh, Michael. De verdad no puedo. –Emily trataba de sonreír, pero se le notaba mucho el frustramiento que sentía.

No la culpo, le gusta la privacidad, prefiere estar sola y lo más posible es que le aterre la posible reacción que tenga su padre si ve que llevó a un chico a su casa sin preguntar. Pero, es que el mismo padre le prohibió que lo llamara durante el transcurso del día.

Michael no se veía como un tipo introvertido, más bien le gustaba ser el centro de atención de todos. De vez en cuando se pasaba los dedos por su alborotada cabellera pelirroja echándola hacia un lado. No podía mantener la mirada fija en un solo punto, sus ojos pardos parecían bailar por debajo de sus largas pestañas. Michael era un tipo fuerte, debido a que acostumbraba practicar voleibol, el hecho de pasar toda la tarde corriendo y saltando le creaba una gran excitación.

A su lado, Emily Johnson se veía débil y sin ánimos. Con ese pequeño cuerpo de muñeca, delgada de pies a cabeza, su cabello largo y negro con su piel tan blanca que llegaba a tocar el pálido.

–Nos vemos mañana Emily –Comentó Michael luego de un suspiro desolador.

Ella se delimitó a agitar su mano por sobre su hombro.

–Lo siento Michael... –Susurro entonces cuando su amigo ya no podía oírla.

Ya era de noche, Emily recorría su casa cerrando cada ventana, cada puerta para mantenerse segura. Afuera hacía frío, todo estaba en silencio, ni siquiera los grillos emitían algún ruido. Tampoco había estrellas, cosa que desanimaba a Emily al mirar al cielo. Llegó hasta su habitación, su televisión estaba mala de hace un par de días, quiso colocar música desde su celular y recordó que lo había dejado sobre la mesa de la cocina.

Estaba a punto de ir cuando escuchó un ruido desde las afueras de su habitación. Se encontraba totalmente sola aún, su padre llegaba en una hora más. Su corazón palpita más rápido y se aferró a la idea de que nada le puede suceder y que no hay nadie allí, tras su puerta. Esta arrinconada entre sus propios brazos, agitada y siente como el sudor moja su playera. Algo cruje sobre su cabeza, en el techo, no quiero seguir psicoseándose por el resto de la noche. La luz de la lámpara es tenue y se encuentra en el piso conectado al enchufe más cercano, proyectando desde ese punto sombras que solo buscan atormentarle. El sueño la consume, pero no quiere cerrar los ojos pues siente que al volver a abrirlos su peor pesadilla se encontrara frente a ella. El cuerpo le pesa, no puede resistir más. Contiene las ganas de apartar la mirada de la puerta, que entreabierta le da la sospecha de que unos ojos salientes y desoladores la acechan para atacar. Suspira, y el ruido se hace presente nuevamente. Tiene miedo y sabe que debe ser fuerte; que no hay nada aguardando que el sueño la venza para poder entrar. Tampoco se anima a salir... La puerta se mese. –Es el viento; dice ella, mientras se consuela a sí misma aunque fuese verdaderamente imposible.

Efectivamente algo la miraba tras su puerta, el silencio le permitió escuchar su fuerte respiración. Sintió como el cabello de sus brazos se le erizaban, su corazón palpitaba tan fuerte y rápido que le dolía.

Me coloqué adelante de ella en señal de protección justo frente la puerta. Quien quiera que fuese el que la acechaba a esas alturas de la noche, no saldría ileso si yo era el encargado de protegerla.

Entonces la puerta se abrió de golpe dejando entrar al personaje, quien, corría a toda velocidad hacia ella. No reaccioné inmediatamente, pues solo alcancé a escuchar el grito de Emily tras de mí. El ente me había traspasado sin que yo lo hubiese podido detener; llego hasta Emily en un segundo. Y no quería voltearme, tenía miedo de verla, tenía terror de ver su mirada. Lo que más me impacientaba es que ella colocara los ojos en mí justo antes de morir.

Me hice el valiente y me voltee, entonces escuché una risa.

Ya con mi cuerpo hacia Emily me percate que ella sostenía a una pequeña niña entre sus brazos, ambas reían. Luego vi entrar en la habitación a una mujer mayor, de unos ochenta años.

–¡Emi! ¡Hoy me ha traído mi nana porque yo se lo pedí! –Dijo la pequeña, llamada Cristina. Ella era vecina de Emily hace un par de años, tiene nueve años y siempre la vio como su hermana mayor. La mujer desde luego, es su abuela.

– ¿No pudieron haber tocado la puerta? ¿Cómo han entrado? –Preguntó Emily bajando a Cristina de piernas y sentándola en la cama.

–No las cerraste todas Emily –le respondió la anciana–, debes tener cuidado. Y perdón si te asustamos, Cristina quería darte un susto. Yo estaba en contra de eso pero su sabes cómo son los niños.

Emily estaba más calmada, y yo estaba desilusionado de mi mismo. Había defraudado por primera vez la confianza de la madre de Emi, y era la primera vez en la que podía demostrar que era digno de ella.

No se quedaron por mucho tiempo, comieron un par de cosas y conversaron, luego de eso se fueron. Emi se acostó de forma tranquila en su cama, cuando no llevaba ni diez minutos con los ojos cerrados sintió el abrir de la puerta, era su padre.

Tocó la puerta de su habitación.

– Pasa papá –Gritó ella para que el pudiese escucharla.

Cuando el padre de Emily estuvo dentro, le dejo una barra de chocolate sobre su cubrecama. Tiempo después se volvió hacia la salida para retirarse.

–Llegaste tarde –Le dijo ella deteniéndole el paso– ¿Has tenido algún problema papá? Puedes contármelo.

–No –Sus palabras resonaron en la habitación, hubo un silencio incómodo–. Se me pasó la hora... Voy a comer, descansa –Apagó la luz y cerró la puerta.

Emily quedo mirando el vacío por unos cuantos minutos, luego se volvió hacia la pared y comenzó a llorar.

Yo estaba parado a su espalda, solo podía admirar su silueta bajo el cubrecama debido a la oscuridad. Me acerqué a ella, sentí un dolor en el pecho. Todo lo que ella sentía, lo sentía yo también, era algo realmente hermoso y a la vez brutal, yo no era quien para sentir sus alegrías ni sus penas... Aun siendo su ángel guardián, solo era quien la protegía. Nada más.


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