Capitulo 12

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– Para mí las alas son algo tan cotidiano y normal como lo son para usted esas cosas –Proseguí.

El anciano hizo un sonido parecido al de una risita breve y burlona, pero al mirarle el rostro solo se veía un enorme pesar.

Llegamos a la misma banca donde se hallaba sentado la noche anterior, se sentó, exclamó un par de cosas balbuceando y finalmente se cruzó de espaldas mirando a la nada.

– Al parecer esto no es nuevo para usted. ¿Acostumbra a hacerlo?

Estábamos aislados de las escasas personas que paseaban en la plaza, pues Andrew había escogido la banca que se encontraba en un lugar tan apartado que tendría que caer accidentalmente una pelota o un frisbee para que alguien se acercara. Quedaba en una de las esquinas más viejas y menos cuidadas del enorme lugar. Me estaba ignorando, ni siquiera me miraba. Solo se quedaba allí sentado, en estado inerte, sin una pisca de expresión en su rostro.

– ¿Acostumbra a hacerlo? –Repliqué.

– No me gustan las interrogaciones galán –Exclamó.

Luego de unos minutos, dos personas de aparentemente treinta años se acercaban a nosotros apresuradamente y con su vista pegada en Andrew.

Primero pensé que eran ladrones, luego que venían a buscar a Andrew desde el asilo, pero al acercarse más note sus rostros. Eran dos de los tres chicos que estaban en la fotografía en la habitación del anciano.

No le dije nada al viejo, pero este ya se había dado cuenta de su presencia. Se levantó precipitadamente, agarro un bastón que no había notado que tenía y trato de huir corriendo.

Si es que a eso se le llamaba correr.

Lo seguí, como era de esperar. Entonces el Andrew exclamó:

– ¡Christian! Siento que si sigo así perderé el control de mi corazón y terminaré muriendo.

Aunque no era tan mala idea, cerré los ojos mientras corría tras de él y me concentré en su corazón. Lo puse en un latido constante, ni muy lento, ni muy presuroso. Andrew no se detenía, y a su edad ejercer ciertos movimientos o ejercicios no son buenos, por eso, si él seguía así yo perdería el control de su cuerpo y me vería obligado a meterme dentro de su alma para recibir el ataque cardíaco. Sería algo muy doloroso.

Yo no siento absolutamente nada de lo que sienten los humanos físicamente. Pero si me introduzco al cuerpo de uno, puedo experimentar toda clase de cosas el doble de fuerte que ellos. Si a Andrew le dará un ataque cardíaco yo lo sabré anticipadamente dándome oportunidad de salvarle la vida, entonces entraré y mi corazón se detendrá como si fuera el suyo, y finalmente cuando salga tendré un porcentaje muy mínimo de fuerzas y energías, pero Andrew seguirá con vida, sano y sin saber que ha tenido un ataque.

Alguien me atravesó. Agarró a Andrew y se lo puso al hombro como si fuese un saco de papas, caminó con él en dirección contraria a dónde íbamos, al parecer se dirigían de vuelta al asilo.

– ¡Cabro sin respeto! ¡Baja a tu padre! –Gritó Andrew, agitando su cuerpo y golpeando la espalda del hombre que lo traía encima.

– Eres mi padre, eso lo sé. –El hombre era te tez morena, ojos oscuros y vestía jeans azules con chaqueta de cuero. Tenía una mirada sencilla, agradable y sin preocupaciones. Dejó a Andrew en el asiento donde nos encontrábamos antes y musitó–: Papá, Chanell me lo contó todo.

– ¡Esa mujer no calla nada! –Gritó el viejo con desdén.

– ¡Es su deber papá! –Esta vez hablaba una mujer de cabellos claros, mirada triste, cintura pronunciada, vestía una falda de tubo color crema, una camiseta manga corta rosa, y unos tacones aguja fucsia. Se colocó una de sus manos con esmalte de uñas rosa sobre el pómulo derecho, meneó su cabeza y unas lágrimas comenzaron a salir de sus ojos almendrados–. No sé papa... No sé qué quieres de nosotros. No entiendo. Te brindamos apoyo, compañía, te damos amor, te vamos a ver seguido sin falta todas las semanas, tratamos de ser considerados pero tu... te niegas a cooperar.

– ¿Cooperar? –Replicó Andrew–. ¿Cooperar se le llama a quedarme encerrado en ese maldito asilo sin siquiera tener con quien compartir además de unos viejos a punto de morir igual que yo? ¿Cooperar se le llama a no reclamar cuando no vemos ni el sol en todo el día? ¿Cooperar es aceptar que de todos los lugares a donde me pudieron mandar, eligieron el peor? Asique... cooperar es callar y no llevarles la contra cuando me sacaron de mi hogar, donde viví con tu madre, y te crié a ti Danielle... a tus hermanos, Ryan y... al otro.

– Adam.

– Como si me importara el nombre del más ingrato.

–Tiene mucho trabajo papa.

– ¿Trabajo? Si claro. Trabajo tenía yo cuando llegaba a las una de la madrugada luego de recorrer horas el campo con una pala plantando, sembrando, cosechando, para el patrón. Y aún así atendía a tu madre enferma y cuidaba de ustedes.

Danielle se sentó junto a Andrew y le acarició las canas con suavidad. Mientras tanto, Ryan miraba su celular y sonreía.

– ¡Ryan! –Susurró furiosa Danielle–, ¡Deja eso ya de lado!

Ryan bloqueó su celular, luego lo guardó en el bolsillo del jeans poniendo los ojos en blanco.

– Agradezco a Dios que no estoy postrado en silla de ruedas –conjeturó Andrew con nostalgia– así no dependo de nada y puedo salir solo a caminar sin pedirle ayuda a ningún bastardo. Claro, y con Christian.

– ¿Quién es Christian? –Preguntó Ryan frunciendo el ceño.

– Mi ángel guardián.


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