Capítulo VII

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En Platz Welt ya está todo listo. Hay un escenario circular, dividido en cinco partes triangulares y otro círculo más pequeño en el centro, en la que ya nos espera, sentada regiamente en su trono. Cada triángulo está decorado para cada sector, con réplicas de los tronos de nuestras ciudades. El de Terra está situado entre Aer e Ignis. Genial.

Cada coche se detiene en las escaleras del triángulo del sector correspondiente. Mi hermano baja primero y me ayuda a bajar la pesada cola de mi vestido. Nos colocamos de pie delante de los tronos, hasta que la Emperatriz hace un gesto con la mano: Podemos sentarnos. La Emperatriz se levanta y comienza hablar.

-Hoy nombraré a diez valientes representantes de sus hogares: Corredores de las centésimas decimoterceras Carreras de nuestra bella nación, Pangea...

El discurso sigue, pero estoy demasiado concentrada en no prestar a atención a los ojos grises que siento clavados en mi rostro. Para distraerme observo con detenimiento a los otros Corredores y sus correspondientes porciones de escenario. 

Nosotros estamos situados sobre un césped artificial, con dos palmeras enormes que forman un arco tras nosotros; por el cual hemos entrado; y una réplica de los Tronos de los Corredores de nuestra aldea. Pero hechos con flores artificiales. No me gustan, no huelen bien. No huelen a nada.

Los Ignis, a nuestra derecha, tienen el suelo hecho de brasas, posiblemente serán falsas. Tienen dos pequeñas antorchas a sus pies. Ellos han entrado por un arco de fuego y sus tronos completamente hecho de roca negra, parecen arder; pero no lo hacen. Una haces de luz roja anaranjada y amarilla verdosa rodean los asientos. Es hipnotizante. Los Corredores de Ignis siempre me han resultado fascinantes. Ambos son pelirrojos; la chica lleva el pelo largo, hasta las caderas, y ondula salvaje, como un fuego arrasando un bosque; el chico lo lleva hacia arriba, como una fogata. Los ojos de ella son naranjas, amenazantes; los de él, una mezcla de azul verdoso y naranja rojizo, como dos pequeñas llamas. Observo sus ropas, como siempre, fascinada. Ella lleva una camiseta ajustada hasta la cintura que sigue en un volante que se alarga a su espalda, creando una cola de fuego hasta sus rodillas; la prenda es escotada, pero de manga larga, para ocultar las quemaduras y cicatrices de estas que tienen todos los Ignis. Porta, también, unos pantalones largos ajustados, que solo puedo describir como pantalones-brasa. El chico lleva una camisa roja y unos pantalones azules verdosos. El color de su ropa parece copiado del de sus ojos. Como la llama de una vela. Me fijo en su expresión seria; más bien me quedo embobada mirándole, hasta que él me mira de reojo y yo aparto la mirada rápidamente y justo en la dirección contraria.

Pero, por desgracia, a mi izquierda están situados los Aer. Su arco son dos alas de plumas blancas e impolutas y el suelo de su trocito de escenario parece estar hecho de nubes. Debe de haber algún artilugio oculto que les sopla aire justo en la cara, porque el vestido y el pelo de brisa ondulan ligeramente. Sin quererlo tropiezo con los ojos inquisitivos y penetrantes de Vietor, que me sonríe. ¿En serio? ¿Ahora? ¿Después de lo del traslador? ¿Qué le pasa a este muchacho? ¿Trastorno de personalidad múltiple o bipolaridad?

Aparto la vista sin devolverle la sonrisa. Frente a mí y tras la emperatriz están los Ferrum y los Aqua. El suelo de los Aqua es de cristal, pero parece que por debajo pasara un río. Observo el agua moverse unos instantes hasta que dos pequeñas estatuas llaman mi atención. Son dos muchachas hermosísimas, rubias y de ojos azules. Llevan sostenes de conchas y en lugar de piernas tienen una cola de pez, la de una es azul celeste y la de otra es verde azulado. Creo que son estatuas de sirenas, unos seres mitológicos sobre los que leí una vez en la Casa Comunitaria de mi aldea. El arco por el que han entrado los Aqua son dos delfines sosteniendo una gota de agua entre sus bocas. La chica de Aqua lleva un sostén de conchas como los de las sirenas y una falda de algas con estrellas marinas. Su cabellos es rubio, rubísimo. Tan claro que es casi blanco, sin embargo, algunos mechones son azules. Lleva un lado de la cabeza rapada, pero el resto de su pelo llega hasta casi sus pies y prendidas en su pelo hay estrellas de mar y caracolas, y lleva el cabello mojado aunque ondula igualmente. Tiene los ojos azul oscuro, como un mar muy profundo. Parece una sirena a la que le han salido piernas y acaba de salir del mar. El chico lleva toda la cabeza rapada, y unos dibujos extraños en ella, como si un río pasara por su cabeza. Lleva una especie de toga hecha con redes de pesca y decorada con pececillos y estrellas de mar. Sus ojos son mucho más claros y brillantes que los de su compañera. Este muchacho tiene un aspecto extraño, es larguirucho, escuálido y no para de moverse. Me recuerda a un riachuelo.

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