PRÓLOGO

58 10 1
                                    

Hace mucho tiempo…
Su piel era más oscura que la de su nueva familia.
Eso fue lo primero que la niña notó. También se percató del cabello claro y los ojos azules como océanos. Le parecieron hermosos, pero un tanto fríos, acostumbrada a los tonos cálido. A las dunas y el sol ardiendo, calentando sus huesos.
Aquello a lo que le decía ahora adiós.
No hizo preguntas. No encontraría respuestas. Y menos unas que le gustasen.
Cuando Farah había entrado aquella mañana en su habitación para decirle que se iba a otro país lejano, había obedecido como le había enseñado la anciana.
No sabía el por qué de aquel viaje, uno sin retorno, pero podía escuchar los susurros. Las paredes eran demasiado finas para acallar esos murmullos que decían que su padre la había vendido.
Así que ahora estaba a bordo de un avión privado con un hombre joven que le hablaba de tierras escocesas.
- Nosotros vamos a Londres, pero nuestro clan es escocés -le contaba-. Los McAllister.
La niña asintió sin entender muy bien qué era esos clanes y por qué el hombre estaba tan orgulloso de ello.
Miró por la ventanilla y observó la pequeña isla que iba a ser ahora su casa.
- Te gustará.
Al oír la voz del hombre de nuevo, se volvió.
- ¿Y Farah? -preguntó por la anciana que la había criado.
- Está demasiado mayor para venir, pequeña. Es mejor para su salud que se quede en Pakistán.
- Pero es como mi Baba -tartamudeo.
El hombre le acaricio la cabeza cariñosamente.
- No llores. Vas a vivir en una casa muy bonita y grande, con muchos juguetes y tendrás amigos de tu edad.
No le gustó el tono que usó. Era demasiado para pequeña, solo siete años, para entender que aquella condescendencia y superioridad se repetiría a lo largo de su vida. Muchas veces por aquel hombre.
- Yo mismo tengo dos hijos -continuó él-. Kenneth es el mayor, pero Killian es más o menos de tu edad, acaba de cumplir los cinco años.
Le enseño fotos de aquellos niños, pálidos y sonrientes. ¿Eran sus hermanos ahora? ¿Serían buenos con ella?
Aterrizaron al poco. Inglaterra le pareció fría y fea. Quería volver a las dunas, a los cielos rojos y manos de henna. A los brazos de Farah, su abuela.









Sus nuevos hermanos no le gustaban. Kenneth, a quien llamaban Ken, tenía ya doce años y nunca quería jugar con ella. Y Killian era demasiado travieso y pequeño.
Se quedó sentada bajo el árbol, en el jardín de aquella gran mansión. Como el hombre, Robert, le había prometido, tenía una habitación grande y con muchos juguetes. Pero se sentía vacía y sola en aquel lugar. El hombre, si bien generoso, era frío y seguía hablándole en ese tono extraño.
Hoy había invitados allí, por lo que había decidido esconderse tras un gran árbol y esperar a que se marchasen. Y si alguien preguntaba por ella, fingiria haberse quedado dormida.
Miró sus manos. Farah se las había pintado con henna como regalo, pero Ken se había reído de ella y Robert la había obligado a lavarselas. Estaba tan distraída pensando en donde podía encontrar henna en aquel lugar que no vio el balonazo.
Le dio en la cabeza y ahogó un grito. Escuchó entonces pisadas, corriendo.
Un niño de su misma edad apareció rápido. Tenía el pelo castaño claro y los ojos grises oscuros. Pero lo que más llamó la atención de la niña fue su sonrisa abierta y simpática.
- ¿Qué haces aquí?
- ¿Quién eres? -preguntó la niña- ¿Tú también vives aquí?
- No, estoy de visita porque papá quería hacer unos negocios con el señor McAllister o algo así. Y mi hermana mayor, que tiene diez años, quería que jugara con ella a desfilar, así que me he escaqueado y me he venido con papá.
- ¿No crees que es esto más aburrido? Preferiría jugar con tu hermana.
- ¿Bromeas? -el niño soltó una carcajada- No conoces a Scarlett. ¿Por qué estás aquí sola?
- Me escondo de vosotros -admitió-. Y me aburro, echo de menos mi hogar.
- Tiene que ser una mierda.
La niña abrió mucho los ojos al oír aquella palabra.
- No deberías decir esas cosas.
El niño sonrió más y se encogió de hombros.
- Ya lo he dicho. ¿Cómo te llamas?
- Amira.
- Yo soy Derek -señaló a su espalda-. Mi hermano Connor también ha venido y estamos jugando al fútbol, ¿quieres jugar?
Asintió tímidamente y el niño le ofreció su mano. La pequeña Amira se la cogió y se puso en pie.
Aquella tarde, Amira no paró de reír y jugar con los gemelos Collingwood, sobretodo con Derek, quien la invitó otro día a jugar en su casa. Quien le daba la mano para cruzar las carreteras, quien le leía cuentos en voz alta, quien se sentó junto a ella durante ese curso de clase. Y durante el siguiente.
Derek Collingwood se convirtió en su mejor amigo, su confidente, su mayor apoyo.
Pero eso sucedió hace mucho tiempo.
¿Y esa amistad? Se convirtió en odio.

Medusa  (Collingwoods II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora