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El cielo amaneció naranja aquel día y Amira sonrió a Zafira. La serpiente la miró y gateo por su brazo.
- El mundo sabe lo que pasa hoy -le dijo.
Se arregló con detalle, cepillando su pelo negro que pasaba ya de su cintura, pintando sus ojos como había visto hacer a su abuela Farah tantas veces. Aquel recuerdo siempre había permanecido en su mente y la había acompañado durante los momentos más duros. El kohl era un producto que se había expandido por Europa, pero que había empezado en Oriente, y Amira se sentía orgullosa de llevarlo y pintar con tinta sus rasgados ojos oscuros.
El vestido que escogió tenía tonos dorados y anaranjados que contrastaban con su piel color arena, como las dunas que había visto desde casa.
Antes de que me vendiesen.
Tomó una lenta respiración. Aquel era un día feliz y nadie, ni siquiera ella misma se lo arruinaria.
Justo cuando estaba dispuesta a salir de casa, un empleado la paró.
- Hay un paquete para usted.
¿Es que Matteo no se cansaba? ¿Acaso no aceptaba un no por respuesta? Aunque bueno, era un hombre. Muchos no sabían ni lo que significaba esa palabra.
- Dígale al señor Fabirelli que…
- No es del señor Fabirelli, señora.
Arrugó el cejo y le dio las gracias al sirviente, despachandolo. Fue al salón donde estaba dicho paquete. No era más que una caja pequeña envuelta en un lazo dorado, más brillante que su vestido. La abrió con cuidado, más preocupada por la procedencia del paquete que por su contenido. Había algo brillante. Cuando Amira vio lo que era, no pudo evitar una maldición.
Una correa. De piedras preciosas, en concreto la amatista, su piedra favorita. Un detalle que había sido totalmente intencionado.
No olvides que me perteneces. DC.
Tiró la correa con un grito. Ese malnacido siempre se las arreglaba para interferir en su día a día. El otro día fue con ese estupido correo de condiciones, al día siguiente descubrió vía Instagram que había salido de fiesta a un antro y había terminado invitando a todos los allí presentes a varias rondas. Derek Collingwood o Dioniso, dios de las fiestas, como lo apodaban en la prensa. Amira había dejado el móvil a un lado tras ver eso.
Inspiró profundamente y se repitió las palabras de su psicóloga: No puedes controlar lo que haga la gente, pero si como te afecte.
- Estoy perfectamente -le dijo a Fekir, la serpiente color cobre que se hallaba en el sofá. Era la más reciente de sus animales, y aún desconfiaba de ella. Pero Amira la entendía perfectamente.- Hoy nadie me va a arruinar el día.
Porque por fin, después de tantos años, se reencontraria con su verdadera familia.










Se hallaba merendando tan tranquilo con sus hermanas y Steffana cuando su madre entró y le tiró varios periódicos encima, salpicando té a su chaqueta.
- Espero que tengas una buena razón para arruinar un Dior -le dijo de forma burlona mientras se limpiaba con una servilleta.
- Explicame porque tu foto encima de la gente está por toda la prensa.
Derek cogió una de las revistas y sonrió. La noche anterior había empezado con unas cuantas copas y había terminado con él subido encima de la barra e invitando a todo el pub a beber y festejar. La foto en cuestión era él con la camisa medio abierta con una sonrisa de triunfo y una copa en la mano, encima de un montón de gente que lo vitoreaba locamente. Dioniso la lía de nuevo, Derek Collingwood es sinónimo de fiesta, y otros eran los titulares de su última pequeña aventura.
- Es una buena foto -comentó Nadia mientras le daba un bocado a su gofre. Se encogió de hombros y le dijo a su madre- ¿Cuál es el problema?
- Eso mismo me pregunto yo, hermanita.
- Estás a punto de casarte -les dijo su madre sentándose y presidiendo la mesa-. Se supone que estás comprometido.
- ¿Eso me prohíbe salir de fiesta? Joder, mamá te creía una mujer moderna.
- Cuida tus palabras, Derek Elliot.
Dejó el té, molesto y le mantuvo la mirada a su madre. Estaba acostumbrado pues era algo que Jack también hacía. Se fijó en lo poco que se parecía a ella. Su madre era todo rasgos oscuros, probablemente de su ascendencia hindú. Muchas veces se había preguntado si era adoptado, pero eso era imposible. Derek era el vivo retrato de su padre, algo que lo perseguía constantemente.
Una voz delicada surgió entre aquella tensión que se podía cortar con cuchillo:
- Creo que tu madre no quería decir eso -explicó Steffana. Su acento italiano podía percibirse suavemente en la forma en la que arrastraba las palabras-. Puedes salir siempre que quieras, Derek. Pero no puedes hacer lo que hacías antes cuando estabas soltero.
- Eso ya lo sé, Stef. Agradecería que mi familia dejase de tomarme por idiota.
- Entonces, deja de hacer cosas como esta -replicó su madre y agradeció a la empleada que le trajo su trozo de tarta-, Dime la verdad, ¿estuviste con alguna chica?
- ¿Quieres discutir mi vida sexual? Porque entonces será mejor que te pidas café para que no te duermas.
Nadia soltó una risita y su madre puso los ojos en blanco. Scarlett apretó los labios pero Derek percibió una pequeña sonrisa. Sus hermanas siempre estaban de su parte. Bueno, no todas. Constance había cogido los periódicos y revistas y los estaba leyendo detenidamente, con una ceja alzada. Percibiendo su mirada, Constance alzó la vista y Derek se preguntó cómo es que nunca se había dado cuenta de que compartían la misma sangre, al menos de padre. Con su piel oscura y sus trenzas infinitas, Constance no se parecía en nada a Jeremiah Collingwood, sin embargo, había cierto aura de poder y gracia en su persona. El mismo aura con el que todos ellos habían sido bendecidos.
- Es curioso -murmuró.
- ¿El qué? -preguntó, mordiendo el cebo.
- Te montas una bacanal tú solito todas las semanas, te expulsaron de la escuela, eres caprichoso, vanidoso,…
- Empiezo a dudar de si me queréis -comentó aburrido.
- Altivo -añadió Constance con una sonrisa y señaló las revistas-. Pero la prensa te ama, no hay ningún titular realmente negativo sobre ti. En cambio, Amira tiene su propia empresa y una reputación prácticamente inmaculada y todos los titulares sobre ella son despectivos e irrespetuosos. ¿No ves la diferencia?
Derek miró de nuevo los titulares y recordó otros artículos sobre él. Debía admitir que de toda su familia, él era el favorito de la gente, a Jack le temian, y Connor y Eirik eran demasiado secos. Rara vez solía recibir comentarios negativos, sino más bien todo lo contrario.
- La prensa apesta -dijo-. Pero Amira es una de las peores personas que conoceré nunca. No voy a mentir y decir que siento pena por ella.
- No creo que ella quiera eso -respondió Constance y se levantó-. Me voy a meditar, orare por ti, hermano.
- ¿No quieres meditar tú también, Nadia? -sugirió su madre con esperanza.
- No, me gusta vivir en caos -respondió la pequeña y le guiño un ojo.
La matriarca negó con la cabeza y Scarlett cogió su mano a modo de confort.
- Me vais a matar entre todos un día de estos.









Amira no abrazó a Jessenia y Rakim nada más verlos, sino que esperó a estar en su casa, a solas, para poder llevarlos contra su pecho, y recordarles que siempre los había llevado dentro. Ambos olían a hogar, y a perfume hecho con jazmines. Uno que ella misma había llevado hasta que la habían vendido.
Tampoco lloró, quizá porque no era una persona que soliese llorar, quizá porque se había acostumbrado a dejarlo todo dentro. Quizá por eso sintio como su corazón se agrietaba y explotaba. Pero era una sensación buena, una distinta de otras que había sentido en su vida.
- Te hemos echado muchísimo de menos -le dijo Rakim, separándose de ella.
- Y yo a vosotros -admitió con una pequeña sonrisa.
Jess dio una vuelta en torno a ella, la máscara de pestañas en sus mejillas debido a las lágrimas derramadas.
- Siempre supe que serias guapa pero estas bellísima, Amira. Ese Collingwood tiene suerte.
Toda la alegría se desvaneció en un momento.
- Ni lo nombres, además, ¿os habéis visto? Ahora entiendo por qué teníais Pakistán revolucionada.
Jessenia y Rakim eran prácticamente de la realeza. Su padre había sido un jeque de Arabia tan rico como elitista que los había criado en Pakistán junto a Amira. Sin embargo, mientras que Amira había tenido una infancia más modesta, sus primos habían vivido como reyes. A decir verdad, lo parecian. Ambos eran altos bastante altos, de piel color duna como la suya. Rakim tenía los ojos más verdes que había visto nunca, mientras que los de Jess eran como los de un gato atigrado. Tanto uno como otro volvía cabezas a su paso, sin embargo eso no era lo que Amira más admiraba de ellos, sino su lealtad. A pesar de los años, de crecer separados, Jessenia y Rakim siempre habían intentado contactar con ella. La mayoria de las veces, en secreto. Hasta ahora, cuando el mundo de sus primos también se había derrumbado.
- Me tenéis que contar todo lo que ha pasado -les dijo-. Encontraré una forma de arreglarlo.
Jess y Rakim se miraron entre ellos y la primera sonrió como un gato.
- Cuéntanos primero como es que has terminado comprometida con tu peor enemigo.
- Negocios -dijo tranquilamente.
- La prima que conocía no consideraba el matrimonio una transacción -replicó Rakim preocupado.
Se recordó que Jessenia y Rakim no sabían nada. No conocían toda la verdad de aquellos años.
- La niña que conocisteis se fue hace mucho tiempo -se encogió de hombros-. Además ya os comenté que era para quitarme de encima a Fabirelli.
- La mujer que sé que eres no se quitaría a un tipo uniéndose a otro -comentó Jess observando sus uñas con indiferencia. Quizá podía engañar a Rakim, pero no a Jessenia. A ella nunca se le escapaba nada.
Se echó el pelo a un lado y cogió a Hassan, acariciando su lomo.
- No os he traído aquí para un interrogatorio.
- Vengo de uno, Amira -dijo Rakim, su tono volviéndose seco-. No me hace falta otro.
¿Qué ha pasado?, quiso preguntar otra vez, pero sabía que sus primos no le contarían nada hasta que no les explicase por qué había tomado la decisión de casarse. Un casamiento que se llevaría a cabo en dos semanas.
Sus dientes rechinaron, soltó un suspiro, y se dispuso a contar la verdad.

Medusa  (Collingwoods II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora