10. La misteriosa caja

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Las tres habían emprendido el camino a casa bajo un estrepitoso chirrido de grillos en la oscuridad. Ninguna había emitido palabra alguna, a diferencia de lo que May esperaba. Al menos hasta que llegaron al aparcadero. Las luces de casa estaban apagadas como siempre, señal de que Mamá aún no había regresado. A las tres ya les daba igual si lo que le atrasaba era el trabajo; de cualquier manera, siempre que volvía a la madrugada era por causa del dinero.

May no podía con la tensión. Sospechaba que las hienas que respiraban en su nuca se preparaban para reanudar el ataque, y así fue. La catarata de incisiones hacia su vida íntima llegó de un momento a otro.

—¿Por qué no nos dijiste nada, May?

—Sí, ¿por qué?

Solo dio un gran resoplido y arqueó los ojos.

—¿Por qué tendría que decirles? Es mi vida, lo dijo Doble D —se defendió, cruzándose de brazos.

—Oye, no uses su nombre en vano, niñita —acusó Marie, mientras colocaba la llave.

—No es que nos interese mucho, solo nos da curiosidad. ¿Cómo es que llegaste a enganchártelo? ¿Y por qué lo mantuviste en secreto? La May que conocemos nos lo había refregado en la cara —continuó Lee.

—Es que... Es que...

—¿Es que qué?

May cerró los ojos con fuerza, en un último intento por conservar su dignidad. La posibilidad de inventar un romance con él atravesó su mente de soslayo. Hacer eso la colocaría, bajo el concepto de sus hermanas, inmediatamente en la poltrona de la casa, con Marie y con Lee abanicando una pluma a cada lado, y sirviendo todo lo que le correspondería por derecho a la única Kanker que habría sido capaz de conquistar a su Ed. ¿Pero valdría la pena? Tarde o temprano descubrirían la verdad, y sería mucho peor. Además, no sería nada justo para Ed. Por lo que, con mucha pena, reveló el verdadero motivo.

—Es que no quería que pensaran que Ed me había mandado a la friendzone —habló muy rápidamente.

Hasta los grillos se callaron. Luego de un segundo de silencio atroz, en donde Lee y Marie solo pudieron mirarse con sorpresa, ambas estallaron en risas, junto con el chirrido de los insectos, como si también se unieran a la carcajada.

—¿Quieren callarse? ¡Son unas tontas! ¡Por eso no quería decirles nada!

May se alejó corriendo de ellas. Desapareció en la penumbra de los árboles.

—Espera May, no nos reíamos de ti. Es solo que sonó gracioso como lo dijiste —insistió Marie, secándose una lágrima—. ¡May! ¡¿Sigues ahí?!

Nada. No era nada nuevo en ella, huir cada vez que se enfadaba con las dos.

—Olvídalo, Marie. En unas horas le dará hambre y volverá.

Marie abrió la puerta y entró, solo pensando en lo odiosa e infantil que aún podía ser May. No tenía derecho a quejarse de que todavía la llamasen bebé si en cada oportunidad se comportaba como tal.


La cumbre de los Eds con su nuevo jefe se llevaba a cabo en la mesita vidriada del jardín de la mansión Lockhart. Bobby les había traído las bebidas que habían pedido. Té para Freddy, vodka para Eddy, café para Doble D, y jugo de naranja para Ed.

—¿Nunca han visto deportes en TV? ¿No han visto el mundial? Así es como se consuman los robos. El arbitraje hace lo suyo solo en jugadas cruciales.

De repente, el teléfono de Ed sonó. El sonido de notificación de mensaje era de una nave disparando misiles. El muchacho revisó el mensaje y miró a los chicos.

Los juegos de Peach Creek [Ed, Edd & Eddy][+16]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora