03. Bienvenidos a la jungla

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—Aquí es —dijo Doble D al fin.

El instituto Peach Creek era, en palabras de Eddy, una prisión para perdedores sin metas, en donde uno era enviado para no molestar a los adultos, y solo aprendía a seguir el mismo camino que todos los que terminan trabajando para alguien más. Eso hasta los últimos años, en donde la rigidez académica descendía conforme crecían otros intereses. Sobre la entrada, todos los días hábiles, a partir de las siete de la mañana, la juventud se manifestaba sacando a relucir lo que mejor sabían hacer a su edad. Desastre, decían los mayores. Adolescentes que entraban y salían, compartiendo momentos con sus amigos, caminando de la mano con sus parejas, concediendo vía libre a sus hormonas, tratando de elevar sus estatus con sus autos de alta gama, atiborrando los cestos de basura con latas de cerveza y cigarrillos, etc.

Clark observaba maravillado todo lo que ocurría. En Vancouver, la escuela era una miserable puerta donde si había algún problema con el uniforme, amonestación y a casa. Aquí todo era diferente. El grupo de rebeldes y populares caminando como pandilleros, todos juntos. Se distinguía fácilmente a los jugadores de fútbol americano; casi todos eran de quinto año y llevaban chaquetas. Además era común ver a varios de ellos con una chica vestida de porrista en un brazo y un balón en el otro. Más cerca de la acera se encontraban los grupos de granudos comelibros cuyo interés por el estudio y la avidez de los bravucones por su almuerzo los obligaba a juntarse para sobrevivir. No había mucha diferencia con las películas.

—Entremos —ordenó Doble D.

En los pasillos todo se iba poniendo más interesante. Los chicos de segundo, tercer y cuarto año correteaban como niños. Varios de ellos se acercaron a saludar a Doble D.

—Vaya, Doble D. Eres famoso —sostuvo su primo.

—Sí... algo así —rio—. Desde hace más de un año soy profesor particular de Cálculo, Álgebra, Física y Química. Doy clases de apoyo a domicilio a un precio relativamente bajo.

—Uau. ¿De verdad?

—Así es. Ayudé a varios de los chicos y chicas que viste en la entrada —confesó. Una niña risueña de trenzas de segundo año se acercó a darle la mano—. Hola, ¿cómo estás, Annie?

—¡¿Qué?! ¿Tú? ¿Ayudaste a las populares? —exclamó sorprendido Clark, mientras ambos observaban a la niña alejarse dando saltitos.

—Solo a algunas. No tienes idea de cómo se transforman cuando saben que están a punto de recursar el año. Son dóciles, pero les cuesta mucho trabajo prestar atención.

—Ya veo...

«Santo Dios. Mi primo rescatando a esos ángeles, vaya suertudo» pensó Clark.

—También ayudé a varios de mis amigos, los chicos del callejón. Hace dos semanas, por ejemplo, estuve preparando a May y a Lee para rendir los exámenes recuperatorios de Cálculo y de Física.

—¡¿May y Lee?! ¿Y Marie?

Doble D sonrió de orgullo.

—Ella me dio una mano.

La clase de Cálculo era la primera de los lunes, y en opinión de los estudiantes, la ideal para comenzar la semana a base de bostezos. Era impartida por el profesor Spengler, quien tenía la fama de ser el más obsesivo y estricto de la escuela, y por tanto el último sujeto con quién uno buscaría problemas.

Antes de entrar, Doble D pasó por la tan fiel máquina expendedora y extrajo un vaso de café. Lo tomó hasta el fondo y tiró el vaso descartable en la basura. Pudo sentir a través de su garganta el ardiente y potente flujo restaurador, reactivando cada rincón de su organismo, y de pronto se sintió capaz de terminar el día.

Los juegos de Peach Creek [Ed, Edd & Eddy][+16]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora