«Algo que compartimos.»

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Quizás hacer locuras son algo que acostumbramos. Cruzar la calle a ciegas, cruzar la línea amarilla del subterráneo, o cosas más complejas como ir al baño con la puerta abierta.

Hasta esas cosas son locuras. 

Cosas que nos sacan de lo normal, de la rutina y que nos provoca cierta chispa en el corazón, una adrenalina en el pecho, y una mirada sorprendida. 

Cosas sencillas, que forman todo. Una mirada que hace que tu mundo pare, un roce que hace que tus nervios se estimulen descargando una eléctrica y poco mesurada carga de esta, juntar los labios de la persona que te trae con la saliva hasta el piso, o simplemente hablar con esta misma que recoge tu corazón, sin permiso, para correr hacia el horizonte sin ser visto.

Se supone que hasta esas locuras hacen que la vida sea una aventura. 

Aunque la palabra aventura no sea completamente bonita. 

Mingyu estaba ahí, con la mirada perdida, solo, mientras esperaba a que Wonwoo apareciera por donde más de una vez lo había visto. Las escaleras de emergencias donde ambos bajaban, subían, o exploraban. Donde sus miradas no importaban, y sus corazones latían sin control. 

Donde sus vidas fueron completamente otra por tres horas frente al sol que los acogía entre sus brazos para dejarles besos cálidos por todo el rostro. 

Algo que no soportaban, era que ese abrazo por el sol se fuera, para que el amenazante frío llegara y sus manos no pudieran estar juntas. 

Wonwoo había llegado, con una sonrisa ladina que lo hacía ver completamente adorable. Mingyu estaba moviéndose sobre su sofá viejo para recibirlo literalmente con los brazos abiertos de par en par. Wonwoo se tiró, de espaldas, haciendo que su cuerpo rebotara un poco y que sin dudarlo se reposara sobre Mingyu. 

Ambos rieron un poco, con los ojos brillantes, y sus manos juntas. 

—¿A qué hora?—Preguntó directamente Wonwoo, sin rodeos, con un tono de voz grave que hacía que la piel del castaño se erizara, y sus comisuras se levantaran como su emoción. 

—A las siete y media. Son las cinco y media. Supongo que con eso tenemos tiempo.—El mayor asiente, mientras se volvía a levantar.

—¿Por qué me llamabas para acordar una hora? podías haberlo dicho por teléfono.—Mingyu también se levantó, moviendo más cosas que habían en su paso.

—Porque, primero, quería verte, y segundo necesitaba darte algo primero.—Se movió, y debajo de uno de las almohadas del sofá, sacó una caja de color azul, quizás de un papel extraño que tenía textura medio metálica y brillante.—Es un pequeño regalo para la cita. Y luego bueno...

Wonwoo recibió la caja, con una sonrisa, con los ojos brillantes, el corazón convertido en una maraca. Sus manos temblaban en cuanto abría la caja, encontrando un atrapasueños en forma de pulsera, y un pequeño pin para la ropa de un gatito negro, con un suéter bastante tierno que enternecía la mirada del mayor. 

—Tenía pensado sólo comprarte la pulsera, pero cuando lo vi, me quedé enamorado.—Se rascó la nuca y con nerviosismo pasó sus cabellos hacia atrás. La caja estaba bien decorada. Wonwoo se hacía la imagen mental de un Mingyu con la cinta adhesiva por todos lados, recortes del papel brillante metálico y la lengua hacia afuera mientras intentaba pegar todo. La caja en sí era un desastre, pero era hecho también por otro desastre que amaba.

Porque estaba enamorado de un desastre.

Lo dejó pasar a la casa de su corazón.

Y ya no había salido. Su corazón había sido secuestrado. 

Querida Rosa; MeanieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora