Capítulo 1.

1K 52 34
                                    

Florencia Satia era, sin lugar a dudas, la novia más hermosa que Cerati había visto jamás. El vestido de color marfil sin tirantes dejaba los brazos de la joven al aire y, si cerraba los ojos, Gustavo podía imaginarse lo sedosa que sería aquella piel bajo las yemas de sus dedos. Aunque el velo le ocultaba la cara, a él no le costaba ver en su mente aquellos ojos grandes y de largas pestañas, la nariz pequeña, y los labios rosados y carnosos. Los pechos de la joven llenaban con elegancia el corpiño del vestido, aunque con solo verlo al joven ya se le secaba la boca y le sudaban las manos. La falda amplia y ahuecada de su vestido de novia cubría casi por completo el pasillo entero de la catedral Grace de San Francisco y a Gustavo le recordó a un delicioso merengue, un merengue tentador que lo desafiaba a llevárselo a la boca entero, de un solo y lujurioso bocado.
Gustavo sintió un nudo en el pecho cuando vio acercarse a la novia y el estómago se le fue encogiendo cada vez más con cada paso que acercaba a Florencia al altar. Aquella mujer iba a llegar hasta el final. Gustavo había tenido dieciocho meses para prepararse mentalmente para aquel momento y, con todo, la realidad lo golpeó como un puñetazo en las tripas. Apretó los puños, respiró hondo para tranquilizarse y se obligó a no dar la vuelta y salir corriendo de la iglesia tan deprisa como podía. Había hecho una promesa y, al contrario que algunos hombres de su familia, cuando él daba su palabra, tenía por costumbre cumplirla.

—¿Quién entrega a esta mujer en matrimonio a este hombre?

Gustavo observó, con un dolor amargo invadiéndole el estómago, al padre de la joven, Grant, que levantaba el velo y revelaba la sonrisa nerviosa de Florencia, una sonrisa que no terminaba de invadirle los ojos.

—Su madre y yo la entregamos —respondió Grant, y Gustavo contuvo la maldición que clamaba en su cerebro cuando el prometido de Florencia, el hermanastro mayor de Gustavo, Carlos, se adelantó para tomar la mano temblorosa de su novia.

[...]

—¿Pero se puede saber dónde está? Es hora de cortar la tarta.

—Estoy segura de que estará aquí de un momento a otro —Florencia intentó tranquilizar a la acelerada organizadora de su boda.— ¿Por qué no le pides a uno de los amigos del novio que mire en el baño mientras yo voy a ver si está en el vestíbulo.
Con franqueza, se diría que Carlos ya debería saber a esas alturas que el novio no desaparece en medio del banquete.

—¿Va todo bien? —Wendy, la dama de honor de Florencia, se acercó con sigilo para hablar con ella.

—No encuentro a Charly. Supongo que necesitaba un momento a solas.

Wendy alzó una ceja.

—Bien...

Está bien, quizá Charly no fuera el hombre más introspectivo del mundo pero, con todo, era el día de su boda. Bien sabía Dios que hasta Flor estaba un poco abrumada con todo aquello.

—Supongo que no lo habrás visto.

Wendy sacudió la cabeza.

—¿Dónde está su hermano? Creí que el trabajo del padrino era vigilar al novio.

—Se fue justo después de hacer su brindis —dijo Florencia. La novia sonrió un poco al pensar en el brindis de Gustavo. Tan ensayado, tan civilizado. Tan poco propio de él. Gustavo no era un tío que se preocupase mucho por lo que la gente pensase de él, sobre todo no la multitud pomposa y prepotente que se había dignado a asistir a la boda de Flor. El estilo relajado y natural de su cuñado lo hacía destacar entre aquella masa, incluso cuando intentaba encajar.

Al contrario que el de Carlos, que podría haber posado para la portada de GQ, el cabello rizado castaño oscuro de Gustavo siempre iba un poco desaliñado, y su cuerpo sexy y musculoso era el sueño sexual que toda mujer podía tener. Pero había aparecido con un aspecto absolutamente delicioso con el esmoquin que se había puesto para la boda y una camisa blanca que contrastaba de una forma de lo más seductora con su piel, teñida por el fuerte sol caribeño. Gustavo siempre había sido guapísimo, con mucho estilo, y había mejorado todavía más en los cinco años que habían pasado desde la última vez que Florencia lo había visto.

Resiliencia | Gustavo CeratiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora