Capítulo 7.

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Al día siguiente, Gustavo saltó de la cama a las cinco y media de la mañana. Puesto que ya llevaba dos horas despierto, lo mismo podía levantarse. Después de una carrera rápida de ocho kilómetros alrededor de la isla, se dio una ducha y se dirigió sin prisas a su despacho.

Tenía que repasar los planes para la gran boda poblada de celebridades que iba a celebrarse en el hotel diez días después. Era la primera vez que iban a albergar un evento de esas características y Gustavo y Zeta estaban haciendo el pino puente para intentar asegurarse de que todo iba a la perfección. Para complicar las cosas, la novia era una de las actrices mejor pagadas de Hollywood y estaba decidida a mantener la ubicación de su boda en absoluto secreto para que no se enterara la prensa. Era un desafío inmenso, incluso a pesar del compromiso de Cayo Holley con la intimidad de sus huéspedes. Los dos se veían reducidos a hablar en código con todo el personal, los proveedores y cualquiera que pudiera filtrar el evento a la prensa.

Por el lado bueno, si la boda iba bien, Cayo Holley se convertiría en el lugar más exclusivo del mundo para celebrar una boda.

Y mejor todavía, en cuanto tuviera noticias de su éxito, su padre tendría que admitir al fin que aunque Carlos fuera el heredero del reino, era ustavo el que tenía de verdad lo que había que tener para gobernar un imperio.

Entretanto, pensó mientras se hundía los dedos en la nuca, era una suerte que el trabajo le quitara a Florencia de la cabeza. Se había pasado toda la noche imaginándosela entrelazada con el buceador aquel, el tal Mike, y aquella visión lo había vuelto loco.
Zeta ya estaba en la oficina, esperándolo.

—Gracias a Dios que estás aquí. Ya me ha llamado cinco veces esta mañana para repasar el presupuesto. —Zeta miró el reloj—. Y son qué, ¿las cuatro de la mañana en la costa oeste? Esa mujer es una psicópata. Ah, y esa asistente que tiene...

Gus se sirvió una taza de café y escuchó solo a medias mientras Héctor se despachaba a gusto sobre la asistente de Jane Bowden.

—Se cree que somos unos incompetentes —bramó su primo—. Quiere que hagamos comprobaciones detalladas de los antecedentes de todo el personal, ¡hasta la última camarera del hotel!

Gustavo se sentó detrás del escritorio, enfrente del de su primo.

—¿Qué quería Jane? —preguntó Gustavo. Zeta podía quejarse de la asistente todo lo que quisiera. En lo que se refería, era Jane la auténtica espina que los atormentaba a los dos—. ¿Vuelve a quejarse de las flores?

La novia no entendía cómo podían costar tanto las flores cuando estaban en una isla tropical. No parecía comprender que las hortensias que quería no crecían en el Caribe.

—No, esta vez es el catering —dijo Zeta—. Cree que deberíamos conseguir un precio mejor por el champán.

Gustavo encendió el ordenador y no tardó en encontrar en su base de datos el número del móvil de la ayudante personal de la novia.

—Yo diría que cuando a alguien le pagan un millón de dólares por episodio, no se pone a discutir por este tipo de cosas.

No era la primera vez se cuestionaba si había sido buena idea aceptar la organización de la boda de Jane Bowden. El dinero y la publicidad les iban a venir de perlas pero después de pasarse cuatro semanas negociando hasta el último centavo, no estaba muy seguro de que compensara los dolores de cabeza.

—Lo sé —dijo Zeta—. Yo pensaba que el sentido de este sitio, era que si tienes que preocuparte por el presupuesto es que no deberías estar aquí.

El de rulos consiguió adoptar un tono cordial cuando dejó el mensaje para la ayudante de Jane pidiéndole que lo llamara para hablar del catering.

Resiliencia | Gustavo CeratiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora