Capítulo 11.

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Las palabras de Florencia seguían resonando en la cabeza de Gustavo dos días después, mientras intentaba concentrarse en los preparativos de la boda que se iba a celebrar al cabo de una semana.

<<Prométeme que no vas a desaparecer>>. Dios. Pero si era ella la que se iba; en dos días, para ser exactos. Y debería sentirse aliviado. Le había estado costando concentrarse lo que no está en los escritos y una vez que Flor se fuera, quizá al fin podría centrarse en la boda del infierno.
Pero lo único que ansiaba era meterse en la cartera de Franco Vuitton de Florencia y seguirla hasta San Francisco.

Esa mañana, en la cama, había sentido la tentación incluso mayor de pedirle que se quedara para que pudieran averiguar de una vez lo que había entre ellos. Pero Gustavo conocía a la familia de Flor y sabía que el deber la llamaba. Lo había notado en el ceño que había fruncido la frente femenina cuando se había asomado al balcón de Gustavo. Con sus vacaciones a punto de terminar, la vida real y todas sus preocupaciones comenzaban a hincar las garras en Florencia para apartarla de la isla y llevarla de regreso con su familia y un mundo donde no había sitio para él.

Pero tampoco importaba, se recordó con fiereza. No era como si estuviera listo para sentar la cabeza y tener una relación para el resto de su vida, ni siquiera con Flor.
¿Entonces por qué anhelaba la presencia de aquella mujer por encima de todas las cosas? Al principio había intentado achacarlo a la satisfacción de una fantasía. Después de todo, llevaba casi una década codiciándola. Era de esperar que se permitiera ciertos lujos.

Pero ya habían pasado cuatro días. Cuatro de los días más asombrosos de su vida, una vida superficial y emocionalmente en quiebra, y Gustavo comenzaba a preguntarse qué tendría para ofrecerle su existencia una vez que se fuera Florencia.

Sacudió la cabeza e intentó olvidarse de unos pensamientos tan ridículos. Estaba drogado por el sexo. Eso era todo. El sexo con Florencia era mucho mejor de lo que lo había sido en mucho tiempo.

Está bien, nunca, con nadie, tanto que estaba dominado por la novedad. ¿Pero y si Flor se quedaba allí con él? El lustre se desgastaría y con el tiempo dejarían de obsesionarle sus espesos rizos y la sensación que sentía cuando le rozaban los muslos cuando Florencia bajaba la cabeza para...

—¡Tierra llamando a Gustavo!

Una bola arrugada de papel lo golpeó en toda la boca entreabierta.

—Tienes que llamar al proveedor de licores otra vez —dijo Zeta mientras agitaba una factura delante de él—. El precio que nos dio por el champán, es inferior a lo que nos está cobrando.

Gustavo sacudió la cabeza en un intento de despejarla de cualquier visión de Florencia y su perfecta y rosada boquita.

—Perdona. Estoy un poco distraído.

Zeta puso los ojos en blanco.

—Eso es porque tienes toda la sangre en la otra cabeza.

Gustavo esbozó una sonrisa avergonzada pero no discutió. Zeta tenía razón y estaba empezando a ser un auténtico problema. En los últimos cuatro días, Gustavo había cometido un error en el pedido del catering, se había liado con las reservas de la familia de la novia y había colocado a ocho de ellos en una quinta de dos dormitorios en lugar de en una de las mansiones, y sin querer había puesto la dirección de la novia en un email que le había mandado a Zeta y en el que llamaba a la futura esposa «fulana malcriada y más agarrada que un chotis.»

Menos mal que Zeta había podido solucionar sus desastres. Incluso así, y si no faltara solo una semana para la boda, a Gustavo no le cabía duda de que la novia ya habría cambiado de escenario.

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⏰ Última actualización: Jul 05 ⏰

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