Capítulo 3.

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aclaración: contiene GRAN escena sexual explícita. espero que lo disfruten. no me hago cargo de traumas. bais.✨

Gustavo se quedó mirando el minibar mientras se planteaba su siguiente selección. Tenía que reconocérselo a su padre y Carlos: ellos sí que sabían con qué había que llenar un minibar. Podía emborracharse una semana entera si quería.

Que era con toda probabilidad lo que habría hecho sí no tuviera que irse casi al amanecer para regresar a Cayo Holley.

Eligió una botellita de Jack Daniel's y lo rebajó con la otra mitad de la Coca-Cola que le había quedado del cuba libre que se acababa de ventilar. Hizo una mueca al ver lo que costaba el licor en la hoja de precios del minibar. Cierto, era absurdo esconderse en su habitación a beber un licor de precio ridículo cuando podía estar disfrutando abajo de la barra libre.

Pero era incapaz de enfrentarse a aquello. Había cumplido con su obligación. Había aparecido, había sido el padrino perfecto y había fingido estar encantado de ver que la pequeña Flor se encadenaba a un imbécil integral como Carlos. Después, había salido zumbando de allí nada más escupir el brindis preparado y totalmente insincero que había tenido que soltar.

No se hacía ilusiones con su hermano mayor y la clase de marido en la que iba a convertirse. Carlos era exactamente igual que el padre de ambos: hábil, intrigante, el típico hombre que necesitaba quedar siempre por encima. Un carácter que les venía muy bien en los negocios pero que era un infierno para las mujeres que metían en sus vidas. Su padre ya iba por el cuarto matrimonio y era muy probable que engañara a su mujer. Juan Alberto Ficicchia no podía renunciar a la emoción de la caza o la satisfacción de la conquista. Y Gustavo no albergaba dudas: Charly era igual que su padre.

Aferró con más fuerza la copa y se acomodó entre las orondas almohadas que adornaban la cama gigante de la habitación. No sabía por qué estaba tan disgustado. Tampoco era como si se hubiera pasado los últimos cinco años suspirando por ella. Por lo menos no mucho. Pero habían pasado nueve meses desde que había recibido el anuncio del compromiso. Nueve meses para deshacerse de cualquier ilusión que pudiera haberle quedado de llegar a disfrutar algún día de todo lo que la dulce Flor tenía que ofrecer.

No obstante, las imágenes de aquella chica seguían atormentándolo. Florencia con su bikini rojo en el verano que había cumplido los dieciséis años. Unos pechos pequeños y redondos que se apretaban contra, la ceñida tela, con los pezones endurecidos por el agua fría. Florencia en el club de campo, la niña bien perfecta con sus joyas y sus perlas. Siempre había sido toda una dama, incluso de adolescente, cuando lo irritaba y al mismo tiempo le inspiraba escabrosas fantasías en las que él le quitaba las braguitas blancas de algodón y le demostraba lo divertido que podía ser portarse mal.
Y al fin la peor imagen de todas. Florencia, de pie ante el altar junto a su hermano, tan frágil como una muñeca de porcelana mientras hacía los votos que la unían a Carlos.

Se ventiló el resto de la copa, como si con eso pudiera ahogar las voces de su cabeza que lo ponían verde por no haberle tirado los perros a Flor cuando había tenido la oportunidad. Ah, no, por alguna extraña razón a los veintidós años había tenido que desarrollar una vena noble cuando se trataba de aquella chica, quizá porque había sabido por instinto que si salía con ella solo terminarían sufriendo los dos. Así que en lugar de permitirse disfrutar de aquella larga fantasía recurrente en la que le enseñaba a la virginal Flor todo lo que había que saber sobre las alegrías del sexo, se había dedicado a ser su protector en lugar de su amante.

Y mientras él estaba en el Caribe matándose para poner Cayo Holley en la cumbre de los complejos de lujo de primera clase, el que le había tirado los trastos había sido el estupido de su hermanastro.

Resiliencia | Gustavo CeratiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora