Capítulo 10.

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Una exfoliación, un tratamiento con hierbas y un masaje completo siguieron sin ser suficientes para tranquilizar a Florencia Todas las dudas y recelos que se había quitado de la cabeza regresaron de repente con los maliciosos comentarios de Chloe. ¿Pero qué creía que estaba haciendo?, pensaba mientras se duchaba para quitarse los residuos dejados por un sinfín de capas de aceites y lociones.
Ah, sí, eso es, se estaba acostando con el hermanastro de su marido, el más joven y salvaje. Si sus padres se enteraban, la mataban. Su padre siempre se desesperaba con el comportamiento de Carlos y las aventuras que no dejaban de alimentar las páginas de las revistas de chimentos. Si la prensa llegaba a enterarse de dónde estaba Florencia y lo que estaba haciendo, se iba a montar una buena.

Pero ella no era del todo idiota. Siempre había sabido que aquel impulso podría llevarla al desastre, pero estaba tan harta de preocuparse por lo que pensaba todo el mundo y por tener que hacer siempre lo que debía que, durante un tiempo al menos, había podido hacer caso omiso de la realidad y divertirse un poco.

Nadie podría averiguar que estaba allí. Y nadie podría averiguar lo de Gustavo. Se mordió la uña del pulgar y rezó para que ninguna de las chicas dijera nada cuando volvieran a casa. Sobre todo Chloe. Esa sí que parecía capaz de cantarlo todo por pura maldad. Por otro lado, Flor y ella no se movían en los mismos círculos. Quizá ni siquiera se diera cuenta de que Flor podía ser objetivo de la prensa.

Miró el reloj. Las cuatro y media. Todavía tenía hora y media antes de encontrarse con Gustavo para cenar. Hora y media para llamarlo y anular la cita. Porque eso sería lo más inteligente. Terminar de una vez antes de darle a nadie más de qué hablar. Y antes de que los sentimientos se complicaran todavía más. Vamos, ¿a quién estaba intentando engañar?
A pesar de todas las charlas de Wendy y dejando aparte su resolución de esa mañana de mantener las cosas en un plano casual y sin complicaciones, el caso era que no había nada casual en lo que aquel hombre la hacía sentir, no había nada casual en lo que sentía cuando las manos y los labios de Gustavo la tocaban. Pero incluso si había una mínima probabilidad de que hicieran durar aquello más allá de esa escasa semana, ¿Realmente podría enfrentarse a sus padres y decirles que estaba enamorada de él?
Buena pregunta. Le gustara o no, Florencia todavía tenía una responsabilidad con su familia y la empresa. Cuando volviera a casa, bastante lío tenía que solucionar sin añadir encima a la mezcla un ardiente romance con el hermano de su ex marido.

Debería cortar aquel tema de raíz antes de que demasiados sentimientos —es decir, los de ella— terminaran pisoteados por el barro.

Pero antes de que pudiera agarrar él teléfono oyó que alguien llamaba a la puerta.
Se ciñó mejor la bata blanca de algodón y abrió la puerta para encontrarse a Gustavo apoyado con gesto informal en el marco. El cabello de color café resplandecía con el sol y arrugaba los preciosos ojos cielo en una sonrisa de autodesprecio.

—Sé que no habíamos quedado hasta dentro de una hora —dijo mientras se apartaba de la puerta y le rodeaba la cintura con los brazos—, pero no podía esperar para verte otra vez.

La levantó del suelo para besarla y todo pensamiento de cancelar la cita y terminar con la aventura se disolvieron con el primer roce de la boca de él. Flor no pensaba negarle a aquel hombre —ni a sí misma— nada, diablos.

—Llevo todo el día pensando en ti —dijo con tono casi acusador. La llevó al salón y la sentó en su regazo en el sofá de mimbre acolchado—. Llevo seis horas con los ojos clavados en unas hojas de cálculo pero soy incapaz de concentrarme porque en lo único que pienso es en esto. —Le desató el nudo de la cintura y le abrió las solapas poco a poco, después se lamió los labios cuando los pechos de la joven quedaron expuestos ante sus ojos.

El brillo ávido y ardiente de los ojos de Gustavo hizo que Florencia se sintiera la mujer más bella y deseable del universo. Cuando él le cubrió los pechos con las palmas grandes y suaves, fue incapaz de contenerse. Hundió los dedos en la seda densa de su cabello y atrajo su boca para introducir la lengua entre los labios suaves de Gustavo. Lo deseaba, lo deseaba como a nadie.
En ese momento daba igual que aquello no fuera a ningún sitio, que cuando dejara Cayo Holley, Gus y ella siguieran caminos separados sin mirar atrás. Le importó poco que si el mundo lo averiguaba, el escándalo sería mayor que cuando Juan Alberto Ficicchia había dejado a la madre de Carlos por la de Gustavo. Florencia no pensaba renunciar a aquello de ninguna de las maneras. Estaba dispuesta a aceptar lo que Gustavo pudiera darle y disfrutar del tiempo que pudieran pasar juntos.
¿Y si, como temía, terminaba con el corazón roto? Ya cruzaría ese puente cuando llegara a él.

Resiliencia | Gustavo CeratiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora