Capítulo 6.

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Florencia se echó una última mirada en el espejo y se colocó bien los tirantes de la camisola de color rosa pálido. El escote ligeramente fruncido evitaba que la seda se le pegara demasiado al torso, y casi mejor, ya que el top y la falda a juego en seda y gasa era otro conjunto que requería la ausencia de sujetador. De hecho, el modo que tenía la falda de pegarse a su cuerpo apenas permitía tampoco otra ropa interior pero Wendy le había asegurado que podía ponerse sin problemas una de sus nuevas tangas.

Lo que ya en sí era toda una aventura. Después de pasarse la mayor parte de su vida intentando evitar que las bragas se le metieran por el trasero, no era fácil acostumbrarse a tener una tira de tela metida continuamente por ahí.

Aunque tenía que admitir, pensó mientras examinaba su reflejo, que estaba guapa. Sexy pero con gusto. El color rosa pálido de la seda la favorecía y hacía resaltar el dorado recién adquirido de su piel, cortesía del tratamiento autobronceador que había recibido después de la depilación con cera, proceso que le había parecido un tanto invasivo. La sedosa caída de la tela hacía resaltar su poco impresionante busto mientras disimulaba de una forma milagrosa lo que ella siempre había considerado un culo demasiado respingón.

Un último retoque con su brillo de labios MAC favorito y estaría lista para enfrentarse con Gustavo.

El corto paseo de esa tarde hasta la quinta no había servido de mucho a la hora de enfriar su irritación, pero la tensión había comenzado a desvanecerse en cuanto había puesto un pie dentro de la frescura proporcionada por el aire acondicionado de la casita. Los muebles de mimbre suntuosos pero cómodos del chalé, la inmensa cama de matrimonio con su mosquitera y lo que era más importante, la bellísima playa de arena blanca que tenía justo delante de la terraza, hizo maravillas con su enfado, ¿Para qué iba a perder el tiempo dándole vueltas al poco entusiasta recibimiento de Gustavo cuando tenía todo aquel lujo a su disposición?

Pero después de repasar todos los servicios que ofrecía el complejo, Flor no pudo evitar desear que la respuesta de Gustavo  hubiera sido un poco más efusiva. Además de la variedad habitual de servicios que se ofrecían en el spa, Cayo Holley también ofrecía tratamientos solo para parejas en los que los amantes podían darse masajes uno a otro y envolverse en miel o darse saunas privados o baños de vapor. Y el menú del servicio de habitaciones incluía un surtido de cestas con regalitos que iban desde condones a aceites para masajes de diferentes sabores, pasando por esposas y anillos para el pene.

Gustavo esposado a la cama y cubierto de aceite con sabor a coco. La sola idea envió una oleada de calor por los muslos.

Después de deshacer las maletas se puso el más modesto de sus nuevos bikinis y fue a darse un baño relajado en el mar, ¿Cuándo había sido la última vez que había disfrutado de unas vacaciones de verdad? Era cierto que había visitado más complejos turísticos de cinco estrellas de los que podía contar, pero siempre estaba trabajando o tanteando a la competencia. No recordaba la última vez que había llegado a un sitio bonito y no había tenido nada mejor que hacer que ir a nadar o echarse una siesta bajo el cálido sol tropical.

Pero había llegado el momento de enfrentarse a la realidad, en forma de Gustavo. Esa noche se celebraba el cóctel de bienvenida en el restaurante de la playa del complejo. Tendría que estar allí, dado que era el anfitrión oficial.

Se le hizo un nudo en el vientre, una mezcla de anticipación y aprensión. Lo único que tenía que hacer era hablar con él a solas un par de minutos, explicarle que lo único que quería de él eran un par de semanas relajantes, nada más.

En deferencia a los tacones de siete centímetros y medio de sus sandalias de cuentas doradas, Flor utilizó el carrito de golf cortesía de la quinta para, salvar la corta distancia que la separaba del cóctel.

Resiliencia | Gustavo CeratiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora