Un Día En El Infierno

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—¿Qué están haciendo? —preguntó Dagon al notar cómo Hastur y Ligur tenían patas arriba las, de por sí, maltrechas oficinas infernales.

— No están. — Respondió Hastur sin dejar de mover las cosas.

—¿Quienes?

—Ancas y Viros — dijo Ligur.

—¿Qué? — Dagon arqueó una ceja sin dejar de mirarlos

—Ancas, mi rana — jadeó en un tono dramático —y Viros, la iguana de Ligur.

—¡Camaleón!

—Eso, eso

Ambos siguieron con la búsqueda, a la cual se le unió la pelirroja. Estuvieron buen rato buscando, tanto que estuvieron a punto de tirar la toalla, cuando un milagro demoníaco sucedió:

Fuertes sonidos y estruendos se hicieron sonar en una de las oficinas, en la de Beelcebu para ser precisos. Los tres duques infernales se apresuraron a ver que sucedía: Su jefe se hallaba en una esquina del techo de su oficina, con todas sus moscas pegadas en su pelo y Ancas y Viros en el escritorio.

—HASTUR, Ligur SAQUEN A SUS ALIMAÑAS DE MI OFICINA ANTES DE QUE LAS INCINERE— exclamó con rabia, ellos rápidamente obedecieron con alegría. — Y TU DAGON, NI UNA PALABRA DE ESTO.

— Si, Lord Beelcebu — respondió con miedo de que una risa se les escapara por la curiosa situación.

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