Licores y mal sabores #8

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«Vamos, contesta», susurró Fae, preocupada.

Eran las siete de la mañana. Hora en la cual la propia Martina le había pedido a su mejor amiga que la llamase. Las alarmas no funcionaban, ni siquiera el peso de Tommy sobre su cuerpo lograban que ella se despertara. Mezclar pastillas para poder conciliar el sueño, más el licor, no era prudente. Faith, sabiendo que, por más le prometiera que dejaría de beber, vivía con la angustia de enterarse de que algún día la encontraría intoxicada o peor aún, muerta. Ella misma le sugirió internarse durante tiempo, sin embargo, Martina decía que lo tenía todo controlado. He ahí que ambas llegarían a un trato con ella: situarse en Yarland, una localidad campestre, alejada del bullicio amarillista y de cualquier periodista hambriento de descubrir su realidad y tratar de sabotearla.

La morena tenía sentimientos encontrados, dado que su amiga, la noche anterior había asistido a la casa de los Tanner, sabiendo poco y nada sobre ellos, provocándole cierta congoja, debido a que Martina se comprometió a una austeridad, y el manifestarse socialmente, daba por hecho que estos, entre charlas de vecinos y de encuentros amistosos sacarían a flote sobre la nueva adquisición del condado de Yarland; un flaco favor para la connotada autora. Por más fuerte y decidida, la procesión la llevaba por dentro, y ante cualquier desestabilidad, sabía que Mar no lo soportaría, y, aun así, tampoco estaba haciendo algo para mantener el equilibrio que tanto necesitaba.

Siguió insistiendo, hasta que, por fin al cuarto llamado, esta le contestó.

—Dios, Fae. —Martina con cierto fastidio le atendió—. Son apenas las...

—Ay, no te salgas con eso, Adriano —respondió interrumpiéndole—. Tú misma me pediste que te llamara a esta hora. Déjame adivinar. ¿Te bebiste el bar completo de la esquina del pueblo?

—De veras que no necesito sermones, menos a esta hora —dijo bostezando—. La cabeza se me parte...

—No es novedad... —Suspiró—. Espero que la borrachera haya valido la pena, al menos.

—De hecho...

—No me cuentes nada hasta cuando llegue —La interrumpió—. De mí, no te escaparás.

—Entonces, tráeme un café y algo rico para comer.

—Bien, nos vemos.

La joven dejó caer el móvil con desgano

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La joven dejó caer el móvil con desgano.

Se llevaría el regaño de su vida, y no le quedaba más que agachar la cabeza. Había olvidado por completo que a la mañana siguiente partiría con su rutina literaria, además de seguir arreglando su vivienda, y no solo eso; el fin de semana se llevaría a cabo una reunión con sus amigas y colegas. Había mucho por hacer.

Tommy entró de sopetón a la habitación, subiéndose y jugando sobre la muchacha, de manera que esta se animó para levantarse y dejarle su desayuno.

—Ahí tienes, mi niño. —Martina acarició la cabeza del perro, depositándole un plato con comida—. Mamá se meterá a la ducha, o si no la tía Fae...

𝓤𝓷 𝓭𝓾𝓵𝓬𝓮 𝓭𝓮𝓼𝓹𝓮𝓻𝓽𝓪𝓻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora