Nada en especial sucede en la pequeña localidad de Yarland, como tampoco en la vida de la devota dueña de casa, Jillian Tanner, quien, a sus cincuenta, veinticinco los ha dedicado a Chase, su esposo y a sus tres hijos. Su vida es rutinaria y apacibl...
—Creo que no hay más cajas. —Fae descargó una lámpara de comedor—. Deberíamos ir a ver si acá existe un market.
—No, solo debo desembalar algunas cosas —confirmó, acariciando a Tommy—. Por supuesto que hay y podríamos ir. Ya se me ha acabado el saco de alimento de mi campeón.
El perro se entrelazaba en las piernas de la muchacha.
—Es muy lindo por aquí, Mar. —La chica vislumbraba, entrecerrando los ojos, la inmensidad del campo y de lo que parecía ser una laguna.
—Por eso lo escogí, Fae —contestó revisando su cartera—. Más tarde iré a caminar y a conocer un poco.
—No hay mucho por descubrir, amiga —agregó la mujer con ironía—. Pero al menos la naturaleza te ayudará a equilibrar.
—Qué simpática...
Su amiga le hizo un par de morisquetas.
—Bien, mañana te traigo tu carro, ya Louis me dijo que estaba perfecto —dijo Fae, subiéndose a la camioneta.
—¡Por fin! —Martina alzó las manos—. Lo único con lo que no puedo sobrevivir es sin mi auto.
—¿¡Qué lindo, no!? —La muchacha tocó la bocina—. Verdad que una está pintada...
—Pero amiga. —Martina con seriedad se subió al vehículo—. Sabes que te adoro, y que no sé qué hubiera hecho sin ti luego de...
—Shhh. —Faith le colocó un dedo sobre la boca—. Nada de malos recuerdos, ¿está bien?
—Bien...
—Ok, ¡que no se diga más!
Las distancias entre el pequeño condominio envuelto en un campo y el pueblo, no quedaba a más de una media hora del centro, lo que no sería dificultad a tiempo de necesitar uno que otro refrigerio.
Como ritual de escritora necesitaba algo de vino, cigarrillos y sus necesarios chicles de menta cuando se dedicaba a escribir. De manera que, pasada la media noche, y luego de su ruptura, lograr conciliar el sueño era una verdadera batalla, por lo que en vez de quedarse contando ovejas, era mucho más productivo ocuparse en cualquier prospecto de un futuro proyecto.
Hacía mucho que Martina no se dedicaba a las compras, ya que Brenda solía ofrecerse para hacerlas, sin muchas veces dejarla, afirmando que toda esa energía debía volcarla en sus escritos, que, por algo, y además de ser su mujer, era su manager, en consecuencia, la escritora había descansado en ello, sin pensar que en esas salidas serían las causantes en las que Brenda buscara el candor de otros brazos.
—Creo que es mejor que nos apuremos, Fae. —Martina echó veloz una bolsa de pan en el canasto.
—Bueno, eso es tener que lidiar con la fama, querida...
—Qué graciosa. —Sopló su chasquilla.
—Sin desmerecer, pero no pensé que en este pueblucho pudiesen conocerte —susurró Faith jocosa mientras movía el carro.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.