Nada en especial sucede en la pequeña localidad de Yarland, como tampoco en la vida de la devota dueña de casa, Jillian Tanner, quien, a sus cincuenta, veinticinco los ha dedicado a Chase, su esposo y a sus tres hijos. Su vida es rutinaria y apacibl...
—Cariño, ¿podrías abrir, por favor? —Jillian nerviosa le pidió a Jose.
—Ay, ma, que vaya Fred...
—¿Y por qué siempre yo? —consultó el pequeño, mientras jugaba lanzándole un cojín a su hermana.
—Jose...
Josefine, quien leía, se levantó de mala manera del sillón, lo que su padre aprovechó de preguntar la razón del plato extra en la mesa.
—Ya lo verás, Chase —le respondió la mujer, tratando de mantener la compostura.
Jillian trató de ocultar la felicidad que le embargó en aquel momento. Eran sensaciones entrelazadas, ya que se ganaría puntos extras con su hija. Últimamente, la relación se había vuelto tensa, aunque lo asimilaba y comprendía, ya que la adolescencia era ese paso complejo, aventurero y apasionado, provocando la mayoría de las veces desavenencias entre ellas, pero había algo más, algo que ella no quería ver por más la vista fuera amplia, y su hija se la mostraba cada vez más, sin embargo, Chase...
Era la piedra, y se sentía mal al apreciarlo de esa manera. Si él fuese más dulce, más contenedor que proveedor, ella podría, tal vez, quizás... Sentir lo que Lily sentía por Annika, y cuántos enamorados plasmaban en la poesía y en su diario vivir.
¿A qué sabía el amor? A dulce, a suavidad, a protección. Eso decía Lily, y hasta la misma Martina Adriano en sus escritos, por más mordaz y transgresora fuera.
Necedades, ella era muy adulta, si no lo había vivido en sus veinte o treinta, imposible que eso sucediera a punto de cumplir cincuenta.
Se apresuró dejar sobre la mesa diversos platos. Algunos copiados de lo que había podido observar en el Instagram de la muchacha. Se notaba que amaba las papas como los frijoles.
—¿Diga? —Josefine sin fijarse consultó al abrir la puerta.
—Hola —dijo, mediante una sonrisa tímida—. Tú debes ser Jose...
—Sí... ¿Cómo sabe mi...?
La adolescente cayó en cuenta sin poder creerlo.
—¡Usted! ¡Usted!
Jillian se acercó para invitar a pasar a la escritora.
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—Pasa, Martina, bienvenida —declaró en un tono dulce—. Ella es Josefine, tu admiradora número uno.
La chica no cerraba la boca del impacto.
—Muchas gracias, Jillian —respondió con gratitud—. Traje vino.
—Gracias a ti, pero no era necesario.
Tommy entró de sopetón, lo que Frederick saltó, directo a abrazarlo.